En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré”. Jesús le dice: “María”. Ella se vuelve y le dice en hebreo: “Rabbuní“, que quiere decir “Maestro”. Dícele Jesús: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios””. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
Comentario:
María Magdalena es un personaje que aparece numerosas veces en los Evangelios. La tradición cristiana la recuerda por haber sido una mujer muy pecadora, siguiendo sobre todo el texto del Evangelio de San Lucas que narra que Jesús echó de ella 7 demonios. Sin embargo, fuera de esa referencia, todas sus otras apariciones en los Evangelios están teñidas de un profundo amor al buen Jesús. Ella fue una fiel discípula, estuvo con el Señor en las buenas y en las malas, tanto así que incluso fue de los pocos fieles que acompañó al Señor en la cruz y hoy el Evangelio nos muestra que fue a embalsamar el cuerpo de Jesús. Más allá de su vida pasada de pecado, lo que más resalta en ella es su amor al Señor. Y así ella se convierte en un signo vivo de esperanza para todos los que somos pecadores y anhelamos ser santos, nos muestra claramente cómo el amor triunfa sobre el pecado, cómo el Señor lo perdona todo y con su perdón nos hace personas nuevas, nos hace mejores que antes y nos invita a una vida plena, llena de amor.
Por eso Jesús se manifiesta con particular ternura en este pasaje y se muestra como lo que es, el Buen Pastor, que llama a sus ovejas por su nombre: María. Y ellas reconocen su voz: Rabbuní, dice María. María sale en búsqueda amorosa de Jesús, incluso creyendo que estaba muerto para honrar su santo cuerpo. Y Jesús se le manifiesta vivo, resucitado, el Buen Pastor que nunca va a dejar de pastorear a sus ovejas, porque ha resucitado, porque está vivo entre nosotros y nos ama.
Y este pastoreo de Jesús tiene un gesto más, que es muy hermoso. En la última cena le había dicho a sus apóstoles: no los llamo siervos, sino amigos. Sin embargo, hoy no los llama ni siervos, ni amigos. Sino que hoy le dice a María: ve y diles esto a mis hermanos. Somos verdaderamente hermanos de Jesús. Hemos recibido la filiación divina. Somos hijos adoptivos del Padre, hermanos de Cristo y esa es nuestra alegría. Tenemos un Dios que nos ama tanto que se ha hecho hermano.
P. Juan José Paniagua