Lunes 27 de Marzo de 2017

Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Comentario:

Hoy vemos que el Señor regresa a la zona de Galilea y tiene algunas palabras duras para con los hombres de estos lugares: "Un profeta no es bien estimado en su tierra", les dice. Y luego también: "si no ven signos, Uds. no creen". El Señor, a pesar de la dureza de corazón de los hombres de su época, nunca se resiste a obrar con misericordia, siempre es compasivo. Este hombre recibió una reprimenda de Jesús, porque su fe era muy imperfecta, sin embargo no lo deja con las manos vacías, sino que le concede lo que le pide.

A veces también tenemos miedo de pedirle al Señor porque no somos tan buenos, porque hemos hecho cosas malas, porque nuestra confianza y fe no son perfectas, porque no somos muy buenos. No lo olvides, Dios te escucha, no porque seas perfecto, justo o bueno, sino porque Él es bueno y no se resiste a obrar con compasión cuando alguien se lo pide. Es una invitación a nunca dudar de la misericordia de Dios. Incluso cuando sentimos que no la merecemos, el Señor nos mira siempre con compasión.

Y miremos el modo de curar de Jesús, simplemente lo dice y el niño queda curado. Es la Palabra sanadora de Cristo: "Anda, tu hijo está curado". Y es que el Señor nos cura también con su Palabra. Cuando meditamos la Palabra es a Dios a quien escuchamos, que se hace presente con su voz y que nos sana, nos da luz, nos da fuerzas para el caminar. Creámosle al Señor. Estemos en contacto con su Palabra, que también nos cambia, nos transforma, nos cura, nos trae luces a nuestras vidas.

P Juan José Paniagua