Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.» Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.» Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Comentario:
No es la primera vez que el Señor usa la figura de la viña. El profeta Isaías en el Antiguo Testamento ya la había tomado para referirse al pueblo de Israel. Con cuánto amor Dios formó a su pueblo y lo cuidó. Cavó la viña, la cuidó, quitó las piedras, la rodeó con una cerca para que no la pisen, construyó una torre para la cuide el vigía. Todo lo que sale de Dios son obras de amor. La viña era la propiedad querida de Dios. Nosotros, los miembros de la Iglesia somos esa viña, que hemos recibido todos los amores y cuidados del Señor. Sin embargo, a pesar de todo esto, la viña no dio buenas uvas, sino frutos amargos. ¿Qué más podía hacer ya Dios por su viña? ¿No lo ha hecho ya todo por nosotros? ¿No nos ha confiado también sus dones, sus sacramentos, su misericordia en abundancia? ¿No nos ha enviado también a su Hijo, como hemos escuchado en el Evangelio? ¿Cómo hemos recibido a su Hijo? ¿Con amor, con gratitud? ¿O a veces con indiferencia, con olvido? ¿Qué más podría hacer ya Dios por nosotros?
Estos hombres, no sólo maltrataron a los primeros enviados del dueño de la viña, sino que además mataron al Hijo. En el fondo, porque querían apoderarse de la viña. Es la vieja tentación de siempre. La misma tentación de Adán hasta nuestros días. Ser autónomos de Dios. No necesitamos de Dios, del dueño de la viña. Nosotros podemos solos. A mi manera, a mis tiempos, según mis planes. Que no venga a molestarnos. Nosotros sabemos más que Él. Estos fueron los viñadores homicidas, los corruptos. No nos corrompamos. Necesitamos de Dios. Busquémoslo siempre. No vivamos la vida a nuestra manera, sino a la manera de Dios. Dejémonos conquistar por su amor, por tantos cuidados, tantas bondades que Dios ha tenido con nosotros. Que Jesús sea el centro de nuestras vidas, recibámoslo con gratitud todos los días, porque viene siempre a visitar su viña, para que así podamos dar frutos buenos.
P. Juan José Paniagua