Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Comentario:
San Cipriano decía: "¿Qué oración podría escuchar el Padre más gustosamente que aquella en la que escucha la voz de su Hijo único, de Jesucristo?" Y es así, porque cuando rezamos el Padrenuestro, estamos rezando no con nuestras palabras, sino con la Palabra de Dios, con las mismas palabras con que Jesucristo nos enseñó para rezar. Cuando rezamos el Padrenuestro, el Padre reconoce la voz de su Unigénito en nosotros. Escucha nuestras súplicas más importantes.
Y esta oración nos enseña a pedir primero lo más importante. Porque vemos que son siete peticiones. Las tres primeras están referidas a Dios, y las cuatro últimas a nosotros mismos. Santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad. Así nos enseña que nuestra primera y principal necesidad es Dios. Nos enseña a poner a Dios por encima de todo. Y luego vienen nuestras otras necesidades.
Y teniendo a Dios primero, aprendemos a amar a nuestro prójimo. Jesús nos enseña a decirle al Padre: "Padre nuestro". La oración no es "Padre mío", sino "nuestro". Es una invitación al amor entre nosotros, a la fraternidad, a la hermandad, a la reconciliación. Es un pasaje que insiste en que tenemos que perdonarnos los unos a los otros. Si no nos perdonamos, qué difícil se vuelve decir Padre nuestro. Por eso el Papa Francisco ha dicho: ésta es una oración que no se puede rezar con enemigos en el corazón, con rencores con el otro. Pidámosle al Señor que nos envíe la fuerza de su Espíritu para poder clamar Abba Padre, para poder amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado.
Hay muchos misterios que rodean la vida del hombre. Muchas cosas que no comprendemos. Pero hoy Jesús va a revelarnos un misterio muy importante. La gran pregunta por el Juicio Final. ¿Cómo será el día que estemos cara a cara frente al Señor? El Señor nos ha dicho hoy qué nos va a preguntar. Nos ha pasado las preguntas por adelantado, para que estemos preparados. Ese día pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Y les dirá a los de su derecha: Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber... Y luego a las de su izquierda: Aléjense de mí malditos, vayan al fuego eterno, porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber... ¿Qué tienen en común todas estas obras por las que Jesús está pidiendo cuentas? Todas son obras de misericordia, son obras de amor. El último día Dios nos evaluará en el amor. ¿Cuánto has amado? ¿Cuánto has amado a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo? Fuera de estas dos, todo el resto de cosas que hicimos en la vida, sobraron.
No lo olvidemos, somos un cuerpo en Cristo. Por eso, todo lo que hacemos a un miembro, lo hacemos al cuerpo entero. Sobre todo cuando se trata del más débil, del que sufre, del más necesitado. En el hermano que sufre, vemos el rostro del mismo Cristo. Que no nos baste no hacer el mal a los demás. Quizá los de la izquierda no hicieron el mal a nadie. Pero no hicieron el bien y estaban con las manos vacías. Que Dios nos encuentre con las manos llenas de amor. Aprovechemos por tanto este tiempo de Cuaresma. Que sea un tiempo para vivir de manera especial la limosna, es decir, la caridad.
P. Juan José Paniagua