Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Comentario:
Hoy las lecturas nos siguen iluminando sobre las actitudes que debemos tomar en este tiempo de cuaresma. Y nos hablan nuevamente del ayuno. ¿Para qué ayunar? ¿Cuál es el sentido del ayuno si simplemente va a consistir en consumir menos alimentos, pero vamos a seguir siendo injustos, violentos, y no perdonamos al hermano? ¿De qué sirve? Eso no es hacer ayuno cristiano, eso es simplemente hacer una dieta, para bajar de peso, que está muy de moda. ¿Cuál es el verdadero ayuno que Dios quiere? Que seamos justos, que compartamos el pan con el hambriento, que vistamos al desnudo, que acojamos al forastero. ¿Cuál es el sacrificio que le agrada al Señor? Nos dirá el salmo: lo que quiero es un espíritu quebrantado. Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.
Por tanto eso es la cuaresma, es un tiempo de conversión, donde un elemento fundamental es acercarse a pedirle perdón al Señor, hacer penitencia, porque somos pecadores. Es un tiempo de ser humildes, de estar arrepentidos. ¿Te descubres muy pecador, que cargas con muchos pecados? ¡Éste es tiempo de pedir perdón! Reconcíliate, reconoce tus pecados, reconócete frágil y necesitado. Acércate a Jesús arrepentido: Señor soy muy pecador, ¡pero mi deseo de amarte es más grande aún! Sé humilde entonces, ayuna de tu soberbia, porque el corazón humilde y arrepentido Dios no lo desprecia. Porque lo que nos hace grandes no es no equivocarnos, sino tener la humildad de acercarnos a pedir perdón. Pedir perdón nos permite ver con claridad, nos quita el velo de la soberbia, del subjetivismo. Pedir perdón nos acerca a Jesús. Si leemos con atención los Evangelios, a las personas que más amor Jesús les muestra, no es a los que no se equivocan, sino a los pecadores, pero que con corazón humilde y arrepentido se acercan a Dios.
P. Juan José Paniagua