Viernes 10 de Febrero de 2017

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

Comentario:

Hoy el Señor Jesús se encuentra con este hombre, sordo y mudo, que sufre. Y Jesús quiere curarlo. Porque la sordera y el no poder hablar, son figura de lo que hace el pecado en nuestras vidas. Endurece nuestro corazón, no nos deja escuchar a Dios y mucho menos poder anunciarlo.

¿Y cómo hace Jesús para curarlo? No lo hace a la distancia, sino que se acerca y lo toca. Mete los dedos en los oídos y le toca la lengua. Es que el Señor es así de cercano. Quiere cambiar nuestra vida, pero no lo hace a la distancia, no lo hace por correspondencia. Jesús quiere cambiar nuestra vida entrando en contacto con nosotros. Porque sólo estando cerca de Dios nos podemos ir convirtiendo, podemos cambiar, podemos ser mejores. Es Jesús quien nos cura y nos reconcilia. Y nos invita a estar muy cerca de Él.

Y miremos cómo cura el Señor. Dice el pasaje que antes de sanarlo, levanta los ojos al cielo. Y lo hace para enseñarnos a dónde hay que mirar. Para avanzar en nuestro combate espiritual, en nuestra lucha contra el mal, no basta poner todo nuestro esfuerzo, poner la confianza sólo en nuestras fuerzas. Sino que sobre todo hay que aprender a mirar al cielo. Es decir, hay que pedir, hay que rezar. Hay que pedirle a Dios que nos de la gracia, la fuerza para librar el buen combate de la fe.

Y si nos dejamos curar por Dios. Si empezamos a oír, te aseguro, también vamos a poder hablar. Si se abren los oídos, la lengua se destraba. Y nos convertimos en apóstoles, en testigos. Como dice el pasaje: con más insistencia lo proclamaban. No podían dejar de anunciar las maravillas que habían visto y habían oído.

P. Juan José Paniagua