Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
Comentario:
Hoy el Señor nos va a presentar dos parábolas que hablan del Reino de Dios. Y en las dos la comparación es con una pequeña semilla. Si el Reino, que es Jesucristo, es lo más grande, ¿por qué el empeño de compararlo con algo tan pequeño? Dios nos quiere mostrar que es Él quien tiene la capacidad de hacer las cosas grandes. Es Él quien puede transformar la realidad y lo que a los ojos del mundo puede parecer pequeño, en realidad es grande a los ojos de Dios.
El Reino es Cristo, que está presente en nuestro mundo, que habita en nuestro interior. Lo hemos recibido en el bautismo, como una semilla pequeña, que es insignificante a los ojos del mundo, pero está creciendo. Si no le ponemos obstáculos, y más bien la alimentamos, se acrecienta y se hace grande y se convierte en un árbol robusto que puede cubrir con su sombra a muchos.
Seamos tierra buena como lo fue María, para que esta semilla sembrada en nosotros de mucho fruto.
P. Juan José Paniagua