En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».
Comentario:
Cuando llegamos a nuestra casa de noche, lo primero que hacemos es prender la luz. Nadie enciende una luz para contemplarla, nunca nos quedamos mirando el bombillo, sino que vamos para adelante, porque la luz nos ilumina la realidad. Jesús es la luz, el mismo lo ha dicho: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».
Por lo tanto nuestro encuentro con Jesús no es sólo para que nos quedemos deleitándonos en nuestro interior, autocontemplándonos a nosotros mismos. Es para que nosotros podamos ser como esas lámparas que dice el Evangelio de hoy. Ser esas lámparas que brillan, que dan luz al mundo. Que no se esconden, porque saben que su luz es un tesoro y los tesoros se comparten. Recordemos que esa luz, es la luz de Jesús. No brillamos con luz propia, porque no nos anunciamos a nosotros mismos, anunciamos a Jesús, lo que brilla es la luz de Jesucristo, esa es la luz que ilumina de verdad. No tenemos que anunciarnos a nosotros mismos, porque el que se está buscando a sí mismo termina perdiéndose, aparentando algo, distorsionando su vida para guardar una imagen. Lo atractivo no son nuestras habilidades, capacidades, simpatía personal, es Jesús a quien llevamos adentro. No tengamos miedo de testimoniarlo, de anunciarlo, de compartirlos con los demás.
Y esto es algo que tiene que alentarnos mucho. Jesús dice al final del Evangelio: porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Si tienes a Jesús compártelo y vas a ver cómo ese tesoro crece en abundancia en tu interior. Pero si no lo compartes, sucede lo mismo que con todos los bienes espirituales que nos guardamos para nosotros mismos, los perdemos.
P. Juan José Paniagua