Se piensa que la principal gloria de José proviene de ser esposo de María y padre de Jesús. Esto no es exacto. La dignidad que acabamos de mencionar es exterior. Ahora bien, la principal gloria de José, como de María, como de Dios mismo es interior. Se argüirá que no se pude imaginar, para una criatura, una elevación mayor que aquella que da sobre Dios los derechos y las prerrogativas de padre.
Lo que San José prefería
Sólo hay algo más precioso que ser padre de Dios: ser Hijo de Dios. Ser padre de Dios supone que Dios se rebajó a la condición, tomó una naturaleza semejante a la nuestra, y eligió, para guiar su humanidad a un hombre que puede llamar “hijo”.
Ser Hijo de Dios es la cosa más gloriosa para el hombre. Esta dignidad supone que el hombre ha sido elevado hasta Dios, que ha nacido de Dios, como dice San Juan, que participa en la naturaleza adivina, como lo enseña san Pedro, lo que nos da el derecho, fundado en la realidad, de decir a Dios: “Padre mío”.
Esta doble gloria revistió a José. La primera, la gloria exterior, le era suave y preciosa. Pero a quien hubiese querido saber cuál de las dos prefería, hubiera respondido: “la gloria interior, la que me permite llamar “Padre mío” a Dios.
Y si, por imposible, estas dos glorias hubiesen estado separadas, si se hubiese preguntado a cuál renunciaría para asegurar la otra hubiera respondido: “renuncio a ser esposo de María y padre de Jesús, con el fin de elegir la divina Gracia santificante, que me hace hijo y heredero de Dios. Eso es todo para mí. Participar en la naturaleza divina, poder merecer el aumento indefinido de mi gracia santificante y de la felicidad celeste: nada hay que se le asemeje.
¿Y usted? ¿Y nosotros?
¿No es cierto que comprendemos ahora las sólidas razones que motivan la preferencia de nuestro santo patrón? No nos contentemos con comprenderlas. Hay que compartirlas y pensar como él. Como José, somos hijos de Dios por la gracia santificante y herederos del cielo. Como él, podemos, por el mérito, acrecentar sin cesar esta gracia santificante y nuestra gloria celestial. Que sea nuestra principal preocupación. La lucha por el bienestar temporal es legítima, pero no seamos de aquellos que entregan a este fin todas sus esperanzas y sus esfuerzos. Supongamos que perdemos todos los bienes de aquí abajo, o que no podamos adquirir ninguno; si conservamos la gracia santificante, no hemos perdido nada, sino, más bien, hemos ganado todo. Porque esta gracia contiene todo: riquezas y felicidad; es la liberalidad de Dios más desbordante de amor, y la luz de la eternidad no bastará para hacérnosla comprender.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa