Bonifacio Llamera O.P,
Transcrito por José Gálvez Krüger
El matrimonio entre San José y la Virgen María fue un hecho cierto, en cuanto a la esencia del mismo, y de incalculable trascendencia para la gloria del santo Patriarca. Por este hecho queda unido a María más que ninguna otra criatura, y por ella se une también estrechísimamente a Jesús, lo que constituye un nuevo título de su dignidad y privilegios, no menos noble y excelente que el anterior, aunque dependa de él.
El amor entre los esposos es el más debido y el más fuerte que en este mundo puede darse, y llega a establecer la más estrecha relación por los lazos físicos y espirituales más íntimos. Entre José y maría no se dan esos lazos físicos y naturales, pero existen los jurídicos, y sobre todo los espirituales de forma más elevada y sobrehumana.
Por eso las mejores cualidades que de ese amor se puede predicar las encontramos realizadas entre aquellos privilegiados esposos, de modo que con toda justicia se le presenta como modelos acabados de él. Recordemos algunas condiciones de ese amor.
- Igualdad de cualidades y posición: Sin duda que la posición social, las cualidades y hasta los bienes y riquezas son un incentivo de mayor amor entre los esposos. Por eso muy bien dice el P.Paulino: “Ambos eran de la tribu de Judá, ambos descendientes del rey David, ambos desposeídos de sus posesiones y reducidos a la condición de artesanos. María destinada a ser madre de Dios, llevaba en su alma más gracias que en cielo ángeles hay. José, para ser escogido para ser legatario de la potestad paterna de Dios sobre Jesús era el varón más santo de cuantos se habían visto y se verían en los siglos. Ella alimentaría con el néctar de su corazón al Hijo de Dios y suyo; él ganaría el sustento al que sustenta al todo viviente y nutre de gracia y gloria a todos los bienaventurados. Los dos de común acuerdo, después de desposados se prometieron amor virginal y mutuamente se miraron como templos vivos del Espíritu Santo. Ella primeramente llevaría a Jesús en su seno; él después lo llevaría en sus brazos; y la una y el otro por igual le verían cantado por los ángeles en Belén, adorado de pastores y de reyes, y juntos le llevarían al templo y le acompañarán en la huída a Egipto, y con él vivirían y gozarían y llorarían largos años en Nazaret”
- Uniformidad de espíritu y semejanza de virtudes: Es otro motivo aún mucho más profundo y en nuestro caso no menos cierto. Excelsa fue su proporción en la santidad: María fue llamada bendita entre todas las mujeres; José es aclamado justo entre los hombres, es decir, adornado de todas las virtudes. Su alma hermoseaban la obediencia de Abrahán, la paciencia de Job, la mansedumbre de Moisés, la pureza de José, el celo de David y la fortaleza de los Macabeos”. Admirable fue su fe: “María fue llamada bienaventurada por su fe; “por haber creído”, le dijo su prima Santa Isabel. José es igualmente grande en la fe; porque creyó al ángel cuando le descubrió la maternidad divina de su esposa; le creyó cuando a deshora de la noche le dijo que se levantara y, tomando al Niño con su Madre, huyera a Egipto; le creyó cuando le dio que volviera a tierra de Israel porque habían muerto los que querían matar al Niño; y creyó que Jesús era Dios, a pesar de verle nacido en un portal, tendido en un pesebre, abandonado de los hombres, perseguido a muerte y fugitivo, siendo así que Dios podía evitar tantas humillaciones y confundir a sus perseguidores”.
Intensísimo su amor al prójimo: “María estaba inflamada en amor de Dios y del prójimo; y José ardía en ese amor a Dios cual ningún otro santo; pues amaba al divino Jesús como ama a un varón santísimo, y más aún, como ama un padre a su hijo, y un padre dulcísimo a un Hijo de Dios; amor que manifestó durante toda su vida, desde la encarnación hasta morir, y lo manifestó con caricias, abrazando y besando a ese Dios, guardando su vida y procurándole sustento. “María y José, porque amaban al prójimo, procuraron su redención y a ella cooperaron trabajando, padeciendo y mereciéndole la vida eterna”. Y así en las demás virtudes. La prudencia: “María es llamada virgen prudentísima, y José fue también en los momentos más arduos de la vida varón de consumada prudencia”.
La humildad: “María fue humildísima, y humildísimo José, el cual con ser tan grande, viéndose en presencia del señor infinito y de la Madre de este infinito Señor, parecióle ser él menor que un gusanillo que se mueve entre el polvo…”
La pureza: “María fue purísima y purísimo José, que a su virginal esposa le sirvió de blanco pabellón, donde sin mancha se cobijase y conservase la que era más pura y blanca que la nieve del monte Líbano”.
La obediencia: “María fue obedientísimo y obedientísimo José a Dios, a los ángeles y a los hombres…”.
El dolor y sufrimiento: “María fue dolorosísima, y dolorosísimo José, sufriendo, si no los golpes del verdugo, el martirio del alma, el odio, las amenazas de muerte, el destierro, el desamparo, la pobreza, la visión de la futura sangrienta escena del Calvario”.
- Amor mutuo: Verdaderamente “en nadie como en José y María jamás se ha visto ni se verá, ni hubo esposa tan amorosa como María, porque el amor se mide por la gracia, y la gracia suya era como infinita; ni hubo esposo tan tierno como José, porque además de ser él tan peregrino en santidad, era ante sus ojos la esposa la mujer más bella que Dios formó, la más dulce, la más cariñosa, la más santa, la más gloriosa y divina de todas las mujeres: era la Madre de Dios. Uniendo los dos corazones estaba Jesús, que sin cesar les despedía llamas de más y más amor. Amaba María a José por lo que en sí era y valía y por los beneficios que a ella y al Niño les hacía: a ella librándola d ela infamia ante el pueblo que ignoraba su maternidad divina, y a los dos acompañándolos, protegiéndolos y ganándoles el pan de cada día”.
- El trato mutuo: sumisión de la esposa y bondad del esposo. Trato de no menos de treinta años, dulcificado por la sumisión de la Virgen a San José, tan reverente y noble, y por la bondad y generoso servicio del santo Patriarca a la Madre y al Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo. Este trato familiar es una de las fuentes principales del crecimiento de San José en la santidad, participando de las mismas virtudes de María. Como dice Mons. Sinibaldi: “José, amando a María, ama al mismo Espíritu Santo. Sabe que su Esposa inmaculada tiene otro esposo invisible, infinitamente santo, y que este Esposo vive y reposa en el alma de ella como en un santuario, el más precioso santuario que una criatura puede ofrecer a su Señor… Por eso, mientras ama a la Esposa, José ama al Espíritu Santo. Mientras imita la modestia, la pureza, la humildad, la obediencia, la caridad, todas las virtudes que hacen tan santa y a amable a la Madre divina, su alma se adhiere cada vez más íntimamente a su Dios”.
Bellamente concluye el P. Paulino ponderando este amor entre los santos esposos, ideal del amor que todos los esposos de la tierra deben procurarse: “María amaba a José con amor nunca igualado en la tierra, porque era tan hermoso porque era tan santo, porque era guardador de su virginidad, compañero en la obra de la redención y mantenedor su vida y de la vida de Jesús. José amaba a María porque era hermosa más que el cielo, y santa y pura y más que los ángeles, y excelsa como Madre de Dios, y llena de todas las gracias, suficientes para agraciar a todas las almas del mundo y a todos los moradores del paraíso celestial. Los dos amaban a Jesús como los padres más amorosos al hijo más amable. Con todo el amor nacido de los corazones más tiernos que Dios infundió en pecho de pura criatura; como aman, y más que aman, los serafines al Señor de la gloria. Y Jesús, finalmente, amaba a José y a María cuanto un Dios encarnado puede amar a sus padres y un Redentor a quienes le daban vida y eran copartícipes en la obra de glorificar al Eterno Padre y salvar a millones de almas. ¡Qué feliz vida la de tantos santos y amadores! ¡Sean los tres benditos de los cielos y de la tierra por los siglos eternos!