Oh, Sofronio de Jerusalén, el más sabio entre los patriarcas, que luchaste con divino celo por los Mandamientos, difundiste la verdad con tus labios y con buen orden estableciste los cimientos de la Iglesia y transmitiste la fe entre las filas monásticas. Has sacado a la luz los discursos más sabios y con ellos nos instruiste; por eso te aclamamos diciendo: Salve, oh espléndido relator de la fe verdadera.