Cinco años han de pasar antes de que la fundadora ponga las bases de su Instituto. La guerra ha vuelto a Italia, por la histórica rivalidad de Francisco I y Carlos V. En 1529, Brescia es de nuevo atacada; sus habitantes buscan refugio en Cremona y no vuelven hasta que se firma la paz, por Navidad del mismo año.
La Providencia interviene al fin, y Nuestro Señor en persona ordena a Ángela que ponga manos a la obra sin más pérdida de tiempo. Nuestra Santa escoge entonces doce jóvenes de Brescia, y les propone, de parte del divino Maestro, llevar una vida retirada en sus respectivas casas; luego, en sucesivas reuniones las instruye en el amor y práctica de la pureza, mortificación, obediencia, pobreza y en la perfecta caridad. Hacia el fin del año 1533 sus hijas espirituales son veintiocho, y las reúne todos los días. Les hace ver los males de la Iglesia: pues Inglaterra es arrastrada al cisma por su rey; Lombardía amenazada por el protestantismo que destroza a Alemania, y en todas partes la ignorancia religiosa trae males sin cuento; a la vez, les pone de relieve el bien que puede producir en el mundo la fundación de un grupo de religiosas que sepan hermanar la vida activa con la contemplativa.
Las primeras religiosas de este Instituto emitieron los votos el 25 de noviembre de 1535 en Brescia, en la iglesia de Santa Afra: eran veintisiete; un mes después su número llegaba a sesenta; a los tres votos de religión añadían el de consagrarse a la enseñanza.
Ángela no quiso que se diera su nombre al nuevo Instituto: lo puso bajo la protección de Santa Úrsula, la virgen mártir de Colonia, que se le había aparecido tres veces para guiarla y animarla, y a quien las Universidades de la Edad Media habían escogido ya como patrona de la juventud y de los estudios.
-- Formaremos -decía- la Compañía de Santa Úrsula... Ella será vuestra patrona y la mía. Trabajaremos bajo su estandarte por la propagación de la fe y la extinción del vicio y del error; instruiremos en la santa doctrina de Jesucristo a las personas de nuestro sexo.
Y, repartiéndose los barrios de la ciudad, comenzaron diligentes su labor bienhechora. La Regla recibió la primera aprobación del cardenal Cornaro, obispo de Brescia, el 8 de agosto de 1536. Las Constituciones recibieron la primera aprobación de Paulo III, en 1544. En ese mismo año la Compañía adoptó la Regla de San Agustín.
El movimiento se tomó con gran entusiasmo y se propagó rápidamente por Italia, Alemania y Francia. En pocos años la Orden contó muchas casas.