Algunas personas tienen la tendencia de circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del bautismo y del matrimonio y a otras cosas que el diácono "puede" hacer, olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir sin presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros. Sirva el diácono a la asamblea y al celebrante y a ministros estando al tanto de todo y de todos, sin que nadie tenga que advertírselo.
El diácono es un "facilitador" tanto dentro como fuera de la liturgia. En las ceremonias "asiste a los sacerdotes y está siempre a su lado; en el altar lo ayuda en lo referente al cáliz y al misal; si no hay algún otro ministro cumple los oficios de los demás, según sea necesario" (OGMR 127). Lo que se dice de la Misa, se dice de todos los ritos de la Iglesia.
Tenga, pues, en cuanta el diácono que, si ha de asistir al celebrante, debe saber bien el "cuándo" y "cómo" y el "por qué" de lo que el celebrante hace o dice en todo momento. Sea el diácono el "brazo derecho del celebrante" con dignidad, humildad y eficiencia. Si no actúa con inteligencia de su oficio se puede decir que estorba, que interrumpe la fluidez de las ceremonias.
Dice la introducción de la edición española de la Ordenación General del Misal Romano España (Andrés Pardo, OSB. Consorcio de Editores, 1978 )que "el verdadero maestro o director de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante del celebrante principal" (Parte Introductoria n.3, Orden General del Misal Romano España).