El diácono manifiesta por excelencia ante la Iglesia su diakonía cuando la recapitula sacramentalmente en la liturgia. Sus acciones y actuaciones en la liturgia son partes integrales a la misma y no meros adornos. En la liturgia cada cristiano tiene el derecho y el deber de prestar su participación de diferente manera...'Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde'" (SC n.28). Recordemos que la Iglesia y liturgia no son realidades separadas; la Iglesia, tanto en su aspecto local como en su aspecto universal, está presente en la liturgia, que es su sacramento. No hay liturgia sin Iglesia y no hay Iglesia sin liturgia. La Iglesia Universal subsiste y se participa en ella a través de la liturgia. Si somos católicos, miembros vivos de la Iglesia Universal, lo somos por cuanto celebramos y entramos en su realidad plena.
Es muy importante que el diácono conozca su oficio en la liturgia; que tenga inteligencia de las rúbricas y flexibilidad para saber adaptarse a distintas circunstancias, tales como las diferentes interpretaciones de éstas que muchas veces varían de parroquia en parroquia. El diácono es responsable ante la Iglesia, presente en la asamblea de culto, de servir bien, haciendo todo y solo aquello que le corresponde. Allí, en el altar ha de ser portavoz de las plegarias y necesidades de los fieles. Desde allí proclamará al pueblo el Evangelio y se dirigirá al mismo por las moniciones propias de su oficio.