De profesa sor Florida se ejercitó en los varios servicios a la comunidad, aun los más humildes, como era uso entre las capuchinas: cocina, lavandería, enfermería, etc. Desempeñó, todavía joven, el importante cargo de portera o tornera. Pero el empleo en el cual la hallamos habitualmente es el de boticaria o encargada de la farmacia conventual, donde eran preparados los remedios empíricos, siempre bajo vigilancia del médico. Es posible que tuviera ya de antes alguna preparación en este ramo. Lo cierto es que a esta su especialización debe el monasterio el valioso botiquín portátil, regalo de la familia Médici de Florencia.
El 5 de abril de 1716, después de haber obtenido de Roma la revocación de la privación de la voz pasiva, que pesaba sobre sor Verónica, ésta fue elegida abadesa; la comunidad le dio como vicaria a sor Florida, que entonces contaba 31 años de edad. Terminado el primer trienio, fueron reelegidas ambas para los mismos cargos; lo cual se fue repitiendo al cabo de cada trienio hasta la muerte de sor Verónica.
Sor Florida será siempre la colaboradora fiel y válida de la que para ella seguirá siendo maestra más que superiora. Ésta halló en su vicaria una ayuda verdaderamente preciosa, una verdadera secretaria, ante todo en el sentido etimológico del término, o sea, una confidente con quien podía compartir los «secretos de Dios», tareas que requerían un nivel cultural superior al de la Giuliani. Recibía y respondía a las cartas que le llegaban en gran número, ya que Verónica tenía prohibido mantener correspondencia si no era con el obispo, con el confesor y con sus hermanas clarisas. Le transcribía largas secciones del Diario, ya sea porque se requería el duplicado, ya para una mejor presentación ortográfica.
Y Verónica siguió ayudándola en la respuesta cada día más generosa a la acción de la gracia, dejándola caminar bajo la guía del Espíritu.
En la corte de los Médici se mantenía viva la impresión dejada por Lucrecia en su visita de despedida. De manera especial le había quedado aficionada la princesa Violante, la cual, en 1714, fue a visitar el monasterio para verla y venerar a sor Verónica. Más tarde, cuando ella era vicaria, el Gran Duque Cosme III, espléndido bienhechor del monasterio, se propuso fundar un convento de capuchinas en la capital de su estado, Florencia; hizo cuanto pudo para obtener que fuera como fundadora «su Cevolina», como él la llamaba, pero halló siempre la negativa cerrada, sea por parte de sor Verónica, apoyada por la comunidad, que no se resignaba a perder a una religiosa de tanta valía, como por parte de la misma sor Florida que, en su voluntad de desapego total, se resistía a volver al ambiente social y familiar del cual se había alejado para seguir su vocación. La fundación se hizo, pero con capuchinas del monasterio de Perusa.