Cuando el amor pasa por la Cruz, se hace «amor penante», diría santa Verónica; la vida misma toma el significado de una crucifixión purificante y redentora, de un martirio cuyo verdugo es el Amor.
Sor Florida alimentaba una sed insaciable de padecimientos, cuyo origen no era otro que la contemplación amorosa de la pasión de Cristo y el deseo de configurarse con el Redentor paciente. No contenta con las renuncias, austeridades y privaciones que comporta la vida de una capuchina, buscó en las penitencias la expresión de su amor al Esposo crucificado. Se añadieron luego las desolaciones interiores, las tentaciones de toda especie, las dolorosas y molestísimas enfermedades.
En los primeros años de vida religiosa hizo largo uso de disciplinas, cadenas, cilicios y otros instrumentos de mortificación corporal; pero más tarde le fue suficiente para tener sujeta la parte inferior el sufrimiento de sus dolencias; todavía, sin embargo, la oyeron las hermanas ensañarse con sus miembros hechos pura llaga.
El padecer interior, más cruel que el exterior, la acompañó desde su ingreso en el monasterio. Durante treinta años fue acosada por horribles tentaciones contra la virtud de la fe y de la esperanza, hasta ponerla a veces al borde de la desesperación. Ella misma refirió en el proceso de canonización de santa Verónica cómo, siendo novicia, fue liberada por su maestra de una fortísima tentación en que llegó a ver el infierno abierto delante de sí. Otra vez, hallándose enferma la misma Santa, fue a verla, presa de verdadero desvarío, y le dijo:
-- ¿Me salvaré o no me salvaré?
La Santa le mandó traer un niño Jesús, al que pidió una señal de la seguridad de la salvación de su hija espiritual. El Niño tomó con su manecita un dedo de Verónica, teniéndolo muy estrecho por espacio de una hora. Sor Florida fue a llamar a las religiosas para que presenciaran el prodigio. A duras penas se consiguió separar la mano del Niño. «Quedó en el dedo de sor Verónica -concluye sor Florida su declaración- la señal de la comprensión. Todo ello, ocurrió en mi presencia». Y efectivamente, todavía hoy se conserva el milagroso Niño con su dedito encorvado, como se le vio entonces.
Pero las ansiedades de la joven no terminaron. Y llegaron al punto de no poder quedarse sola de noche en su celda, por lo que intervino el confesor a fin de que fuera a dormir en la de sor Verónica, como lo hizo durante siete años.
Las tentaciones y las ansiedades duraron hasta el año 1728, a raíz de la muerte de santa Verónica, como si ésta, ahora su protectora, le hubiera obtenido el don de la paz.