Homilía de San Juan Pablo II en la misa de beatificación de Florida Cevoli
«Aclama al Señor, tierra entera» (Sal 66,1). El salmo responsorial de la liturgia de hoy constituye una invitación gozosa a la alabanza. El salmista dice: «Venid a ver las obras de Dios, admirables gestas en favor de los hijos de los hombres» (Sal 66,5). Se refiere, sobre todo, al éxodo: la liberación del pueblo elegido de la esclavitud de Egipto y la intervención salvífica obrada en su favor en el paso del mar Rojo.
En especial durante el tiempo de Pascua, la Iglesia entera está llamada a reconocer y a experimentar las maravillas que Dios realiza entre los hombres (cf. Sal 66,5), particularmente en quienes «aman a Cristo» con heroísmo, aceptando sin reservas sus mandamientos y guardándolos hasta el fondo (cf. Jn 14,21). Dios mismo ama a estos hijos suyos con singular predilección, y va a ellos: el Padre y el Hijo moran en ellos mediante el Espíritu Santo. A cuantos se han abierto completamente a su palabra, el Hijo se ha revelado a sí mismo y ha revelado al Padre, porque ama con un amor particular a quienes lo aman.
Un deseo intenso de ajustarse plenamente a la voluntad de Dios caracterizó toda la vida consagrada de la beata Florida Cevoli, formada en la escuela espiritual de santa Verónica Giuliani. Animada por el Espíritu de verdad que conduce a los creyentes a interiorizar la palabra de Dios, transformando y santificando desde dentro su existencia, la nueva beata, en su cargo de abadesa, supo vivir con estilo evangélico su misión como verdadera servidora de sus hermanas. Con su ejemplo impulsó la Orden de las clarisas capuchinas a la observancia generosa de la Regla franciscana, de modo especial en lo que concierne a la pobreza, la austeridad y la sencillez de vida.
Sin embargo, el aislamiento de la clausura y el deseo de recogimiento en Dios no le impidieron aceptar y compartir los problemas de la sociedad de su tiempo. Al contrario, la intimidad espiritual hizo que su interés fuera más convencido y eficaz, como lo atestiguan la correspondencia que mantuvo con algunos personajes influyentes de su tiempo y la autorizada mediación que ofreció para la pacificación de la población de Città di Castello.
La expresión «Iesus amor, fiat voluntas tua», con la que empezaba siempre sus cartas, resume muy bien el sentido profundo de toda su existencia, orientada completamente al amor a Jesús crucificado y al servicio a los hermanos.