Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa, unos granjeros se ofrecieron para enseñar a los niños del área. Su mayor ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Francisco estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto no era una de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte del tiempo en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje. Padre Pío fue un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus padres patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa, emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.
Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para que su hijo recibiera la formación necesaria para poder ingresar en el seminario. La única posibilidad en ese momento era recibir clases con Don Domenico Tizzani, un exsacerdote que habiendo abandonado el ministerio, había contraído matrimonio. Don Domenico tenía la reputación de ser muy buen maestro, pero algo pasaba con el joven Francisco que parecía tener un bloqueo mental en su presencia. Doña Giuseppa buscó otro maestro para Francisco y lo encontró en el maestro Angelo Cavacco. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Los días antes de entrar al seminario fueron días de visiones del Señor, que le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió ver a Francisco el campo de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado habían hombres radiantes, con vestiduras blancas, al otro lado, inmensas bestias espantosas de color oscuro. Era una escena aterradora y las rodillas del joven Francisco comenzaron a temblar. Jesús le dice que se tiene que enfrentar con la horrenda criatura, a lo que Francisco responde temeroso, rogándole al Señor que no le pidiera cosa semejante de la cual no podría salir victorioso. Jesús vuelve a repetir su petición dejándole saber que estaría a su lado. Francisco entonces entra en un feroz combate, los dolores infligidos en su cuerpo eran intolerables, pero salió triunfante. Jesús alertó a Francisco de que entraría en combate nuevamente con este demonio a lo largo de toda su vida, que no temiera: “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta el fin del mundo”. Esta visión particular petrificó a Padre Pío por 20 años.
El día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de Francisco, dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte, le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su alma.
Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad, Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de 1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero de 1902, Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría “crucificada en Cristo”, tomó además, por nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.
La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más austeras de la Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de San Francisco de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El Fraile Pío abrazó todas las formas de autoprivación, comiendo siempre muy poco, en una ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque débil físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo el sufrimiento de los hombres".
Fuente: Corazones