El Papa Pablo VI, durante su pontificado mostró su profunda devoción a la Madre de Dios y su importancia en la historia y en la salvación del hombre.
En sus documentos siempre ha tenido presente a María, incluso escribió entre sus Encíclicas la Christi Matri, en este escrito, el Papa Pablo VI concluye implorando a la Madre de Dios que mire “con maternal clemencia, Beatísima Virgen, a todos tus hijos. Atiende a la ansiedad de los sagrados pastores que temen que la grey a ellos confiada se vea lanzada en la horrible tempestad de los males; atiende a las angustias de tantos hombres, padres y madres de familia que se ven atormentados por acerbos cuidados, solícitos por su suerte y la de los suyos. Mitiga las mentes de los que luchan y dales “pensamientos de paz”; haz que Dios, vengador de las injurias, movido a misericordia, restituya las gentes a la tranquilidad deseada y los conduzca a una verdadera y perdurable prosperidad”.
También está la Encíclica Mense Maio, donde invita a rezar a la Virgen María, donde además pide que “no dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida a la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio de la cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: “Petite et dabitur vobis, quaerite et invenietis, pulsate et aperietur vobis” (Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán) (Mt.7,7)”.
Incluso en su Encíclica Ecclesiam Suam, donde habla del mandato de la Iglesia en el mundo contemporáneo, una parte está dedicado al culto a María, y destaca que es Ella “el modelo de la perfección cristiana, el espejo de las virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad”.
Dice además que “creemos que el culto a María es fuente de enseñanzas evangélicas: en nuestra peregrinación a Tierra Santa, de Ella que es la beatísima, la dulcísima, la humildísima, la inmaculada criatura, a quien cupo el privilegio de ofrecer al Verbo de Dios carne humana en su primigenia e inocente belleza, quisimos derivar la enseñanza de la autenticidad cristiana, y a Ella también ahora volvemos la mirada suplicante, como a amorosa maestra de vida, mientras razonamos con vosotros, Venerables Hermanos, de la regeneración espiritual y moral de la vida de la Iglesia”.
En su Exhortación apostólica Marialis Cultus, dedicada para la recta ordenación y desarrollo del culto a María, Pablo VI subraya que “la santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar "los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos".
Aquí menciona además la Virtudes sólidas de María “evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1, 29.34; 2, 19. 33. 51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2, 21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1, 46-49), que ofrecen en el templo (Lc 2, 22-24), que ora en la comunidad apostólica (cf. Act 1, 12-14); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2, 13-23), en el dolor (cf. Lc 2, 34-35.49; Jn 19, 25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1, 48; 2, 24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2, 1-7; Jn 19, 25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2, 1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38); el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen”.
Otro de los documentos donde no deja de mencionar a la Madre de Dios es en la Encíclica Sacerdotalis Caelibatus donde pide la Intercesión de María diciendo “el Pueblo de Dios admira y venera en Ella la figura y el modelo de la Iglesia de Cristo en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con él. María Virgen y Madre obtenga a la Iglesia, a la que también saludamos como virgen y madre, el que se gloríe humildemente y siempre de la fidelidad de sus sacerdotes al don sublime de la sagrada virginidad, y el que vea cómo florece y se aprecia en una medida siempre mayor en todos los ambientes, a fin de que se multiplique sobre la tierra el ejército de los que siguen al divino Cordero adondequiera que él vaya (Ap 14, 4)”.
Así como estos, hay muchos escritos del Papa Pablo VI que dedica o menciona a María. Su amor por Ella, lo ha llevado a hablar en congresos y reuniones marianas, así como visitar varios Santuarios dedicados a honrar a la Madre de Dios.