Desde muy joven, Antonia Maldonado Mendoza, quien era natural de Guayaquil, tenía el sueño de conformar una institución religiosa. Sus padres, sin embargo, la habían casado, pero de común acuerdo ella y su esposo decidieron guardar castidad. A la muerte de su marido, Antonia se dedicó a la obra de sus sueños: la institución religiosa, que primero conformó a modo de beaterio y más tarde a modo de monasterio nazareno.
Antonia empezó su obra en el Perú con la creación de un beaterio en el Callao. Posteriormente, se trasladó a Lima para perfeccionar su trabajo. Las normas de Santa Teresa de Ávila fueron dadas a esta obra, y todo parecía caminar bien cuando surgió el primer obstáculo: la institución necesitaba una autorización real para poder funcionar.
Antes de lograrlo, murió la M. Antonia Lucía. El Beaterio designó por superiora a la M. Josefa de la Providencia, que a los dieciocho años de muerta la Venerable, logró transformar el Beaterio en convento cuando en febrero de 1720 el Rey de España, Felipe V, dio licencia para la fundación del Monasterio de las Nazarenas y por parte de la Santa Sede, la aprobación fue dada por la Bula del Papa Benedicto XIII, el 27 de agosto de 1727. Observarían las Constituciones de las Carmelitas Descalzas y vivirían -como era deseo de la M. Antonia Lucía del Espíritu Santo - como nazarenas.