(57) Le llegó a Isabel el tiempo de dar a luz, y parió un hijo. (58) Habiendo oído sus vecinos y parientes que el Señor le había mostrado la grandeza de su misericordia, se congratulaban con ella. (59) Al octavo día vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarle con el nombre de su padre, Zacarías. (60) Pero la madre tomó la palabra y dijo: No, se llamará Juan. (61) Le decían: ¡Si no hay ninguno en tu parentela que se llame con ese nombre! (62) Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase; (63) y pidiendo unas tablillas, escribió: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. (64) Y abrió al instante su boca y habló bendiciendo a Dios. (65) Se apoderó el temor de todos los vecinos, y en toda la montaña de Judea se contaban todas estas cosas, (66) y cuantos las oían, pensativos, se decían: ¿Qué vendrá a ser este niño? Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. (67) Zacarías, su padre, se llenó del Espíritu Santo y profetizó diciendo: (68) Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, (69) y levantó en favor nuestro un poder de salvación en la casa de David, su siervo, (70) como había prometido por la boca de sus santos profetas desde antiguo, (71) salvándonos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos aborrecen, (72) para hacer misericordia con nuestros padres y acordarse de su alianza santa, (73) del juramento que juró a Abraham, nuestro padre, darnos; (74) para que, sin temor, libres del poder de los enemigos, le sirvamos (75) en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. (76) Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues tú irás delante del Señor para preparar sus caminos, (77) para dar la ciencia de la salud a su pueblo, para remisión de sus pecados; (78) por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, en las cuales nos visitará naciendo de lo alto, (79) para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte, para enderezar nuestros pies por el camino de la paz. (80) El niño crecía y se fortalecía en espíritu, y moraba en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
La narración del nacimiento del Bautista es sobria. Los familiares y vecinos se "congratulaban" con Isabel por su maternidad, que revestía para ella, y para todos, aun desde el punto de vista familiar, una bendición, al quitarse a Isabel el "oprobio" de la esterilidad.
Al octavo día se hacía la circuncisión. Era el rito por el que un judío se incorporaba a Israel. Se le podía practicar por cualquier persona, hombre o mujer, y dentro de casa (42), y dispensaba del reposo sabático. Aunque primitivamente no se hacía así, en la época neotestamentaria se ponía el nombre el día de la circuncisión (43). Se solía poner el nombre del abuelo (44), y aunque era raro ponerles el nombre de sus padres, había casos en que se hacía así en el judaísmo tardío (45). Por eso, dada la avanzada edad de Zacarías, querían llamarle con su nombre. Pero Isabel interviene. Ni Isabel ni Zacarías se podían haber ocultado los prodigios de Dios en ellos. Por eso declara que se llamará Juan. Extrañó este nombre por no haber nadie en la familia que se llamase así. Ante esta pequeña disputa interviene Zacarías. Como sordo y mudo, le hacen señas para que responda. Pero pidió una "tablilla" recubierta de cera y escribe que ha de llamarse Juan. Y al punto recobró su voz.
El hecho causó su impacto, y por toda la región montañosa de Judea pensaron en los destinos providenciales de aquel niño: concebido en una vejez estéril y acompañado su nacimiento de prodigios.
Texto compilado por José Gálvez Krüger
Director de Estudia Limensia
Para Aci-Prensa y la Enciclopedia Católica
Tomado de la Biblia de Osty