(Del primer Domingo de Adviento al 24 de diciembre)
La lectura de los textos litúrgicos, de que la Iglesia se sirve durante las cuatro semanas de Adviento, nos descubre claramente su intención de nos asimilemos la mentalidad del Pueblo de Dios en la Antigua Ley, de los Patriarcas y Videntes de Israel, quienes suspiraban por la llegada del Mesías en su doble advenimiento de gracias y gloria.
La Iglesia griega honra en Adviento a los progenitores del Señor, y especialmente a Abrahán, a Isaac y a Jacob.
La Iglesia latina, sin honrarlos con un culto particular, nos recuerda su memoria con frecuencia en esta época, al hablar en el Breviario de las promesas relativas al Mesías que les fueron hechas. A todos ellos los vemos cada día desfilar, formando el magnifico cortejo que a Cristo precedió en los siglos a su venida. Pasan a nuestra vista Abrahán, Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas, Jeremías, Ezequiel y Daniel, Isaías, S. Juan Bautista. José u sobre todo María, la cual resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas, pues de su fiat depende su cumplimiento. Todos a una ansían porque venga el Salvador y le llaman con ardientes gemidos. Al recorrer las misas y los oficios de Adviento siéntese el alma impresionada por los continuos y apremiantes llamamientos al Mesías: “Ven, Señor, y no te tardes”. “Venid y adoremos al Rey que ha de venir”. “El señor está cerca, venid y adorémosle”. “Manifiesta, Señor, tu poder y ven.” “¡Oh Sabiduría! Ven a enseñarnos el camino de la prudencia”, “Oh Dios, guía de la casa de Israel, ven a rescatarnos”. “Oh vástago de Jesé, ven a redimirnos, y no tardes”. “Oh lave de David y cetro de la casa de Israel, ven saca a tu cautivo sumido en tinieblas y sombras de muerte”. “Oh oriente, resplandor de la luz eterna, ven y alúmbranos…”, “Oh Rey de las Naciones y su deseado, ven a salvar al hombre que formaste del barro”. “Oh Emmanuel (Dios con nosotros), Rey y Legislador nuestro, ven a salvarnos, Señor y Dios nuestro”.
El Mesías esperado es el Hijo mismo de Dios; Él es le gran libertador que vencerá a Satanás, que reinará eternamente sobre su pueblo, al que todas las naciones habrán de servir. Y como la divina misericordia alcanza no sólo a Israel sino a todo el Gentilismo, debemos hacer nuestro aquel Veni, y decir a Jesús: “¡Oh piedra angular, que reúnes en Ti a los pueblos todos, Ven”. Todos seremos guiados juntos por un mismo Pastor. “El, dice Isaías, pastoreará a su rebaño, y acogerá a los corderitos en sus brazos, y los llevará en sus haldas; Él que es nuestro Dios y Señor”.
Esta venida de Cristo, anunciada ya por los Profetas y a que el Pueblo de Dios aspira, es una venida de misericordia. El divino Redentor se apareció en la tierra bajo la humilde condición de nuestra humana existencia. Es también una venida de justicia, en que aparecerá rodeado de gloria y majestad al fin del mundo, como Juez y supremo Remunerador de los hombres. Los Videntes del A. Testamento no separaron estos dos advientos, por donde también la liturgia del Adviento, al traer sus palabras, habla indistintamente de entrambos. Por lo demás, ¿estos dos sucesos no tienen un mismo fin? “Si el Hijo de Dios se ha bajado hasta nosotros haciéndose hombre (1er advenimiento), ha sido precisamente para hacernos subir hasta su Padre” introduciéndonos en su reino celestial (2do advenimiento). Y la sentencia que el Hijo del hombre, ha quien será entregado todo juicio, ha de fallar cuando por segunda vez viniere a este mundo, dependerá del recibimiento que se le hubiere hecho al venir por vez primera. Este niño, dijo Simeón, estará puesto para ruina y para resurrección de muchos, y será una señal que excitará la contradicción”. El Padre y el espíritu darán testimonio de que Cristo es el Hijo de Dios, y el mismo Jesús lo probará bien por sus palabras y sus milagros. Y los mismos hombres deberán dar ese doble testimonio de un Dios en tres personas, decidiendo así ellos mismos de su suerte futura. “Bienaventurados los que no se escandalizaren por mi causa”, porque “el que pusiere en Cristo su confianza no será confundido”. Y al contrario, ¡ay de aquel que chocare con esa piedra de salvación!, porque quedará desmenuzado. “Si alguno se avergüenza de Mí o de mis palabras, dice Jesús, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la de su Padre y sus santos Ángeles”. “Cuando el Hijo del hombre venga en su majestad, y con Él todos sus Ángeles, se sentará en el trono de su gloria, y reuniendo las Naciones todas en torno suyo, separará a los unos de los otros, como separa el pastor a las ovejas de los cabritos. Y colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a su siniestra. Entonces dirá el Rey a los de su derecha. Venid benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el principio del mundo. Y luego dirá a los de su izquierda: Apartaos, malditos, e id al fuego eterno que el diablo y sus ángeles os tienen dispuesto” (Mat. 25, 31-46).
A todos cuantos hubieren negado a Cristo en la tierra, Él los desechará de sí, separándolos para siempre de los que le han sido fieles, y juntando en torno suyo a cuantos le hubieren acogido por su fe y su amor, los hará entrar en pos de sí en el reino de su Padre. Estrechamente unidos al Hijo de Dios humanizado, serán eternamente “Cristo y su místico cuerpo”, o lo que San Agustín llama “el Cristo total”. Y por ese motivo justificará Jesús su sentencia judicial que separará a los buenos de los malos, diciendo: “Todo cuanto habéis hecho con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo habéis hecho; y lo que no habéis hecho con uno de mis pequeñuelos, conmigo no lo habéis hecho”.
Trascrito por José Gálvez Krüger
Tomado de: Dom Gaspar Lefèbvre O.S.B, de la Abadía de S. Andrés
(Brujas, Bélgica)
Misal Diario
Desclée De Brouwer y Cia, Brujas, Bélgica