En sus ideas y venidas el ingeniero escritor había trabado conocimiento con dos personajes que lo ayudarían en su conversión. El primero el gran Cardenal John Henry Newman, quien lo antecedió en la conversión y le mostró, a través de sus obras, a Santo Tomás. El otro fue un cura de barrio pobre, el Padre John O´Connor, párroco de Bradford. G.K. lo conoció en 1907 cuando visitó el poblado de Keghly.
Al concluir una conferencia, el escritor fue abordado por un joven sacerdote, jovial y comunicativo. La hermosa campiña invitaba a dar un paseo. Mientras caminaban Chesterton le iba narrando sus proyectos para escribir una obra crítica sobre las injusticias que plagaban la sociedad. Mientras tanto el sacerdote lo escuchaba pacientemente.
Al concluir, el Padre O´Connor (este era su nombre) desaprobó varias de sus ideas por considerarlas muy vagas. "Fue para mí -narraría G.K. más tarde- una curiosa aventura la de encontrarme con que aquel célibe amable y tranquilo había sondeado abismos más profundos de los que yo conocía, y había descubierto en el mundo ignominias que yo jamás pueda imaginar".
Al crear un personaje para su serie policíaca, en donde intentaba presentar a un sacerdote para quien cada caso significaba, además de atrapar al malechor, un enfrentamiento con la maldad y la superchería representada por el Maligno. G.K. pensó en O´Connor. Fue así como nació este particular "Padre Brow", el detectivesco sacerdote a quien Chesterton describía como "un hombre inteligentísismo y humilde. Tan sencillo que un tonto lo puede tomar por tonto".
Cuando la gente le preguntaba por qué había ingresado a la Iglesia Católica él respondía: "Para desembarazarme de mis pecados. Pues no existe ningún otro sistema religioso que haga, realmente desaparecer los pecados de las personas". El perdón fascinaba a este corazón generoso. "Que yo sepa solamente tengo una virtud", explicó en cierta oportunidad: "Yo podría realmente perdonar hasta setenta veces siete".