Cuarto dolor del Corazón de Jesús

La negación de Pedro

Y pedro le iba siguiendo de lejos hasta llegar al palacio del Sumo Pontífice. Y Habiendo entrado, estaba sentado con los sirvientes para ver el fin (Mat. C. 26)

1er preludio. Ve, alma mía, a San Pedro que después de haber seguido a Jesús a lo lejos se asienta cerca del fuego con los criados del gran sacerdote.

2do preludio. ¡O Jesús, fuerza de los débiles! Haz que, desconfiando siempre de mí mismo, me una constantemente a ti para que me preserves a la desgracia de ofenderte.

Consideración

La primera causa de la caída de San Pedro fue, sin duda su presunción. Advirtiéndole su divino Maestro que desconfiase de su extrema debilidad, no teme el peligro, presumiendo demasiado en el amor sensible que la tenía. ¡Feliz esta grande alma, si desconfiando de ella misma, hubiese buscado constantemente en Jesús su sostén y su apoyo! Pero, no contando más que con sus propias fuerzas, bien pronto se intimida al ver a los enemigos de su buen Maestro; sin embargo, como no quiere abandonarlo, lo sigue; mas desgraciadamente, no lo hace sino a lo lejos: de este modo, a la primera ocasión habrá una deplorable caída. ¡Ah! ¿Qué somos sin la asistencia divina? Ante la presencia de una sirvienta que cree reconocerlo como discípulo de Jesús, el temor se apodera de él, y el ligero soplo de una simple palabra derriba la roca que no ha mucho tiempo se prometía arrostrar las olas del mar y sus furiosas tempestades…

¡O debilidad espantosa de la naturaleza humana! ¿No desconfiaré constantemente de ti? Pedro, el príncipe de los apóstoles, el jefe de la Iglesia, niega a su divino Maestro, asegura con juramento que no lo conoce. ¡Ah! Cuán hondo y cuán amargamente penetró este ultraje en el Corazón de Jesús. Pero, ¿yo no he tenido también la desgracia de renovar la dolorosa llaga que recibió del mismo de quien debía esperar más lealtad? Sin embargo, en lugar de lanzar contra él algún terrible anatema, se apiada de su debilidad, le dirige una mirada llena de dulzura que penetra su corazón, le convierte sinceramente y le hace derramar un torrente de lágrimas.

Coloquio. ¡Oh mi buen Maestro! Si como Pedro, ingrato e infiel, he ultrajado mil veces tu generoso Corazón, también como él he sido movido por la dulzura y el poder de tu gracia, y así quiero lavar mis ingratitudes con las lágrimas de mi arrepentimiento. Haz que a ejemplo de este célebre penitente, mis ojos se conviertan en dos fuentes de lágrimas; más, que sean lágrimas de amor y que pueda mezclarla con la sangre preciosa que has derramado por mí.

Propósito. Rogar a menudo a Jesús, que penetre nuestras almas de la verdadera compunción, y que las anime del espíritu de penitencia.

Ramillete espiritual. Señor, no me dejes caer en tentación.


Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa