Hemos aludido a lo largo del texto y de sus notas, la larga tradición de exégesis eclesial y espiritual que aplica a la Virgen y a su rol en los designios de Dios predestinador como en la historia de la salvación (incluyendo la creación de la naturaleza) los textos veterotestamentarios relativos a la Sabiduría: Prov 8,22-30; Eclo 24, 5-31; Sab 7, 26-27.
Numerosos exegetas, antiguos y modernos, han hablado de acomodación litúrgicica de aplicación mariana legítima de textos en los que el sentido literal (en el autor humano) o incluso el sentido espiritual querido por el Revelador no había tomado en cuenta a la Virgen María. Después de Canisius y Corneille de la Pierre, dos autores trataron el asunto con más amplitud: M. J. Scheeben y R, M. de la Broise, ambos en la segunda mitad del siglo XIX. Sus diversas consideraciones han arrojado una viva luz sobre el asunto. Conservan una larga actualidad si siempre se les sitúa en el contexto de los principios exegéticos presentados, ex professo, por las constituciones dogmáticas del Concilio Vaticano II, Dei Verbum y Lumen Gentium. No nos proponemos retomar brevemente el tema del alcance mariano en la Revelación divina, es decir, en la intención misma del Revelador tal como sea conocible y reconocible por nosotros, de los textos sapienciales, relativos, a título dependiente y secundario, en un sentido consecuente pero real, a la Virgen María. Si se puede citar trabajos más recientes de exegetas o de autores católicos sobre este asunto, ninguno me parece posterior a los grandes textos del Concilio Vaticano II.
Ahora bien, este Concilio planteó tres principios fundamentales que valen también para lo que tratamos:
1. Para ver claramente lo que Dios mismo ha querido comunicarnos, el exegeta debe, a través del estudio de los “géneros literarios” investigar lo que el hagiógrafo inspirado, ha querido decir, en el contexto cultural de su tiempo.
2. Pero “puesto que la Santa Escritura debe ser leída e interpretada a la luz del mismo Espíritu que la hizo redactar”, sólo es necesario, para descubrir exactamente el sentido de los textos sagrados, poner una mínima atención “al contenido y a la unidad de toda la Escritura (contentum et unitatem totius Scripturæ) teniendo en consideración a la Tradición viva de toda la Iglesia y a la analogía de la fe”.
3. “Los libros del Antiguo Testamento, integralmente retomados en el mensaje evangélico, alcanzan y muestran su completa significación en el Nuevo Testamento al que aportan, en retorno, luz y explicación”, “el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, el Antiguo desvelado en el Nuevo;” “los libros del Antiguo Testamento, leídos en la Iglesia y comprendidos a la luz de la Revelación posterior y completa hacen aparecer progresivamente en una más perfecta claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor”.
Vaticano II aplica estos principios explícitamente a muchos textos del Antiguo Testamento (Gén 3, 15; Mi 5,2; Is 7, 14; la Hija de Sión) en los que el Concilio ve la figura de María significada por Dios mismo. NO cita los textos sapienciales enumerados al comienzo de este apéndice.
Nos parece, sin embargo, que se podría aplicar también a estos textos sapienciales los mismos principios con la ayuda de un razonamiento un poco más elaborado. Lo encontramos en Scheeben, de La Broise, Brouyer, Catta.
Citemos al primero:
La sabiduría está colocada al comienzo de todas las vías del Señor, como la primera nacida de la creación entera; en virtud de su origen primero y supremo, ella es la imagen del parecido, la compañía y la ayuda más perfecta de Dios. es de manera eminente la hija de Dios, es decir, a la vez su hija y su esposa, una bajo la forma de la otra, como tal, es frente al mundo, la reina de todos los seres, la madre de la vida y de la luz.
...La Iglesia no estableció por una simple comparación la concordancia de los diversos trazos de nuestra lista con los privilegios de María, conocidos por otro lado. Sin ninguna duda ella, igualmente, ha concluído la unión íntima de María con la persona de la Sabiduría Encarnada que la descripción de esta debe aplicar a María todas las proporciones guardadas. Se puede, entonces, admitir que la aplicación de estos pasajes a María se encontró en las intenciones del Espíritu Santo... María y la Sabiduría Encarnada están unidas de tal manera que los privilegios de la Sabiduría corresponden a María.
En otros términos, Scheeben vincula los tres textos sapienciales ya evocados a la luz del Protoevangelio mismo, iluminado por el Nuevo Testamento; es la unidad de toda la Escritura que le permite comprender una intención divina en la aplicación de esos tres textos a María. Lo que llama en un momento dado “acomodación” releva en realidad, a sus ojos, del sentido literal pleno que tenía en miras no el autor humano e instrumental, sino el único Autor supremo y divino del conjunto de las escrituras, para retomar en otros términos los tres principios de Vaticano II mencionados aquí.
Sin embargo, Scheeben estaba consciente de una dificultad: “nuestros pasajes describen la Sabiduría... principalmente en su origen y su naturaleza supraterrestres”. Agrega justamente: “todas las partes de la descripción no se aplican a; María de una manera igual”. La respuesta a la objeción recuerda principalmente que la Sabiduría, en nuestros pasajes, no está presentada como “fuera y por encima de toda relación con el mundo, sino como relaciones actuales con el mundo, existente y actuante al interior del mundo”. El Nuevo Testamento nos suministra una norma de interpretación: en Col 1, 17 ss. El Apóstol aplica la descripción de la Sabiduría eterna a Cristo, sabiduría encarnada. El principio de asociación y de conjunción de la nueva Eva con el nuevo Adán, “une a “la descripción de la Sabiduría bajo los trazos de una persona femenina que ejerce en el mundo una influencia parecida a la de la madre en la casa del padre”, nos ayudan a reconocer a María, “cuya ayuda maternal dio la naturaleza humana” de Cristo, en los textos sapienciales aplicables a una pura criatura.
Las transferencias de estos textos a María “la más alta personificación creada de la Sabiduría de Dios” es el efecto de la analogía de la fe que -nos dice el cardenal Bea - es una interpretación de un texto escriturario bajo la luz de la totalidad de la doctrina de la Iglesia, en materia de fe, y al interior de una atención alcanzada al contexto.
La aplicación material de los textos sapienciales aquí examinados, no es, pues, extrínseca sino intrínseca en el sentido pleno y total querido por Dios.
Una vez recordados estos preámbulos, podemos ahora intentar justificar la dependencia en el pensamiento divino del Creador increado, de la creación, de la conservación y de la consumación del mundo respecto de la intercesión meritoria de María inmaculada, la Asociada del Redentor.
Si la sabiduría aparece en los Santos Libros “como la auxiliar de Dios en la creación, en el cumplimiento del tiempo de su designio eterno” si “al principio mismo de la historia de la salvación se encuentra María, trono de la Sabiduría eterna” al punto que María es después de Cristo y antes que todos los otros elegidos, pero en dependencia de su Hijo, causa ejemplar y final de toda la creación, se puede admitir que el Creador quiso inspirar a María una meritoria oración de intercesión por la creación, la conservación y la consumación del universo distinto de ella, sin - sin embargo- servirse de ella para poner el universo en el ser, arrancándolo de la nada. María no es, pues, la sabiduría creadora, sino la pura criatura cuya libertad dependiente participa en alguna manera en el Actuar creador, moralmente, intencionalmente y no sólo físicamente.
En suma, nos parece que al decir con Corneille de la Pierre (1567-1637) y en el contexto de los libros sapienciales, que “Cristo y la Virgen son la idea de la ejemplaridad a partir de la cual Dios creó y dispuso el orden de naturaleza de todo el universo”, estamos invitados a reconocer que su causalidad moral y meritoria de intercesores en el orden de la gracia se acompaña de una causalidad análoga pero distinta en el orden de la naturaleza. Si Cristo, como hombre, pudo merecer y obtener nuestra salvación por su oración sacrificial y si María pudo estar asociada a este mérito de manera dependiente, se puede decir, en honor y para la gloria del Cristo-Mediador y de María, que ellos también, de manera desigual obviamente, merecieron la creación. ¿El (o la) que mereció más, no mereció también lo menos que condiciona ese más? ¿No hay una afinidad entre causalidad ejemplar y final y final de una parte, causalidad moral y meritoria de la otra? ¿El (o la) que constituye el modelo, la razón de ser y el fin de otro, siendo un ser personal dotado de libertad y de una libertad capaz de dirigirse hacia la libertad infinita t todopoderosa, no presenta de una manera particular las condiciones queridas para obtener de esta Libertad infinita la posición en el ser de este otro ser del que es el modelo y el fin?
A la luz de la poderosa intercesión de María, tal como el Nuevo Testamento la presenta en Nazaret y en el Cenáculo, tan poderosa bajo el Soplo divino que, en medio de la analogía de la fe, la Iglesia vio ahí una causa moral y meritoria de las misiones visibles del Hijo y del Espíritu, ¿es absurdo o exagerado concluir retroactivamente que esta misma intercesión, eternamente vista y suscitada por Dios, había obtenido, primeramente, de él la creación por el Verbo y en el Espíritu de este mundo que sus misiones invisibles debían salvar?
¿No estamos en el caso de decir que muchos versículos de los textos sapienciales citados al comienzo de este apéndice “alcanzan y muestran una nueva y más completa significación” cuando son aplicados a María “a la luz de la Revelación posterior y completa del Nuevo Testamento”, para retomar los términos ya mencionados de Vaticano II? Pensamos especialmente en los versículos siguientes:
- “Cuando fundo los cielos, allí estaba yo... cuando fijó sus términos al mar... cuando echó los cimientos de la tierra, estaba yo con Él como arquitecto” (Prov 8, 27-30);
- “Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad...gobierna el universo para su bien” ( 7, 26. 30);
-”Yo salí de la boca del Altísimo, y como nube cubrí toda la tierra... Yo habité en las alturas y mi trono fue columna de nube. (Eclo 24, 5-6).
Si en el pensamiento del Autor supremo y eterno de todas las escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, la Sabiduría significa no solamente un atributo divino o el Verbo encarnado, sino, además, en dependencia de ellos, su Madre; estos diferentes versículos brillan con una luz nueva cuando se consiente a ver en ellos, también, una alusión al poder espiritualmente “procreador”, por modo de intercesión, de la que fue, por excelencia, la Virgen sabia (cf Mt 25, 8).
Traducido del francés por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista Humanidades Studia Limensia