Desde el nacimiento de la primera bebé probeta en Inglaterra en 1978, experimentos similares a través de técnicas cada vez más avanzadas en todo el mundo resultaron en otros 29 mil niños concebidos de manera artificial, como parte una "industria" que comienza a ser cada vez más cuestionada por sus protagonistas.
La primera. Louise Brown es la primera bebé probeta del mundo y nació como resultado de los experimentos del profesor Robert Edwards y el doctor Patrick Steptoe, los pioneros británicos en la técnica de unir un espermatozoide y un óvulo para obtener un cigoto en el laboratorio e implantarlo en un útero femenino. La técnica, algunos años después, dejaría de emplearse sólo para "ayudar a parejas estériles" para convertirse en un lucrativo negocio cada vez más perfeccionado científicamente.
¿Avances? Mientras en la concepción natural varios cientos de millones de espermatozoides tratan de ingresar a un óvulo y finalmente sólo uno –el más apto- puede fecundarlo, técnicas como la microinyección de esperma dan a los especialistas la facultad de seleccionar qué espermatozoide determinará los rasgos del bebé. El desarrollo de esta técnica, que desde 1992 permite la fecundación en un microscopio a través de la inyección directa de un espermatozoide a un óvulo, ha hecho que hoy sea muy fácil obtener embriones con características específicas aunque muchas vidas se pierdan en el camino.
Si bien al comienzo los óvulos fecundados eran colocados rápidamente en el útero femenino, la criotecnología ha desarrollado métodos para mantener vivos los embriones congelándolos hasta que alguna pareja decida continuar con su ciclo de vida. Sin embargo, no todo es tan simple, pues muchas veces los embriones no son reclamados por sus "dueños" y éstos deben ser "desechados", es decir muertos.
Un drama. A sus veinte años, Louise se siente "orgullosa" de tener la distinción de ser la primera bebé lograda por inseminación artificial y afirma que desde los cuatro años -cuando se enteró que era una hija probeta- se siente contenta de que sus padres hayan recurrido a este método para engendrarla y que hayan repetido la técnica con su hermana menor, Natalie, ahora de 16 años. Sin embargo, el caso de Louise no se repite con frecuencia entre los hijos probeta, que suelen enfrentar un auténtico drama existencial al enterarse de su origen. Uno de éstos es el de Margaret R. Brown, una joven y brillante estudiante de biología engendrada in vitro con el aporte de un donante anónimo en Estados Unidos.
Su historia. "Tengo un sueño recurrente: me veo flotando en medio de la oscuridad mientras giro cada vez más rápido en una región sin nombre, fuera del tiempo, casi no terrenal. Me angustio y quiero poner los pies en el suelo. Pero no hay nada sobre lo que plantar los pies. Esta es mi pesadilla: soy una persona engendrada por inseminación artificial con esperma de donante y nunca conoceré la mitad de mi identidad". Este es el testimonio con el que Margaret conmovió al mundo algunos años atrás.
El golpe. Tras conocer el modo en que la concibieron, Margaret decidió denunciar el trauma de ser hija probeta. "Siento rabia y confusión y se me plantean miles de preguntas: ¿De quién son los ojos que tengo? ¿Quién puso en la cabeza de mi familia la idea de que mis raíces biológicas no importaban? No se puede negar a nadie el derecho de conocer sus orígenes biológicos".
La fecundación. Es muy probable que el proceso de fecundación de Margaret haya empezado igual que los otros, con la selección del donante de esperma, que debe cumplir con las usuales características requeridas por los virtuales clientes, es decir el color de ojos, piel o cabello.
Según Margaret afirmó, de acuerdo a sus propias investigaciones, "a menudo se hacen varias pruebas con un donante distinto cada vez, hecho que hace prácticamente imposible determinar quién es exactamente el padre biológico, más aún cuando después de la donación se eliminan los registros". Al mismo tiempo, se obtienen varios óvulos de la madre y entonces se realiza la fecundación artificial. "Generalmente se realizan varias inseminaciones como si fuera una especie de lotería de fecundación para obtener mejores resultados", explica Margaret.
Bebé olvidado. Según Margaret, el problema radica en que "la inseminación artificial responde al interés de la intimidad de los padres y del médico, en vez de al interés del niño… Pero un hijo no es una mercancía ni una propiedad, es una persona que tiene sus propios derechos".
No cuenta. Para Jacques Testart, el primer investigador francés en practicar una inseminación artificial, este argumento nunca preocupó a los impulsores y empresarios de la fecundación in vitro, que han sabido explotar el deseo de hijos en matrimonios estériles o mujeres solas para asegurar sus propios intereses. Desde hace varios años Testart se opone rotundamente a estas prácticas "porque no respetan las normas morales y llevan a tratar al ser humano como una mercancía y no como una persona", algo que tristemente se comprueba día a día a una escala cada vez mayor.
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