Leo J. Hindery, Jr., Presidente TCI
Biblioteca Pública de Denver
Buenas tardes. Me siento honrado al dirigirme a ustedes hoy, y quisiera agradecer al Arzobispo de Denver, Charles Chaput; al Arzobispo Foley del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales; y al Canciller Francis X. Maier por invitarme para unirme a ustedes.
TCI es uno de los proveedores líderes de la televisión por cable y la programación televisiva en este país, y muchas ciudades de América son "tierras de hogar" para TCI. Pero es en el área de Denver donde se ubica la sede principal de nuestra corporación, y en nombre de nuestros empleados locales y nuestros vecinos de Denver, quisiera darles la bienvenida a nuestra buena ciudad. Estamos honrados y bendecidos con su presencia.
Tengo un lugar especial en mi vida y en mi corazón para la Iglesia Católica. La Iglesia ha jugado un importante rol en mi vida, especialmente en mis primeros años. Tuve una niñez difíciI, y de no haber sido por los jesuitas, probablemente ni hubiese pasado por la escuela. Ellos me ofrecieron la guía y la estabilidad que no tenía en mi hogar. Asimismo me dieron la fe personal, la fuerza y dirección para enfrentar los retos, tanto entonces como hoy día. Me gusta pensar que compartiendo con ustedes algo del conocimiento que poseo, podré "devolver" algo de manera modesta por la educación y los fundamentos espirituales que fui tan afortunado de recibir.
Sé que algunos de ustedes hoy aquí son visitantes del Vaticano; han recorrido un largo camino y les ofrezco una especial bienvenida. Esto puede sorprenderlos, pero el Vaticano y yo tenemos algo en común - estamos en el negocio de las comunicaciones. Admito que ustedes son mucho mejores que yo, pero después de todo, ustedes tienen una experiencia de muchos siglos que yo no poseo.
Creo que el Obispo Garcia de Cuba está aquí hoy, y pienso que él estaría de acuerdo conmigo al decir que las habilidades comunicativas del Vaticano nunca fueron más obvias que durante la visita del Papa en enero pasado. De repente no sorprende que el Papa fuera recibido primero por multitudes pequeñas, curiosas. Una gran porción de la población cubana es menor de 30 años. A pesar de que es un hecho que el Papa es la persona más reconocida en el mundo, esa gente joven no recuerda una Cuba pre-Castro, y con las restricciones en comunicaciones que se dan en Cuba hoy, algunos cubanos realmente no sabían quién era el Papa y qué pretendía hacer en Cuba.
Sin embargo, lo que sucedió durante la visita del Papa fue realmente asombroso. Las multitudes crecieron y crecieron - y se engrosaron exponencialmente en una progresión diaria. Los momentos más poderosos llegaron durante su última Misa, cuando envió su homilía en español a un vasto mar de personas que ondeaban pañuelos blancos en la brisa caribeña. Sus mensajes más fuertes pidiendo por la libertad religiosa, por libertad de expresión, por la liberación de los prisioneros políticos, por el fin del embargo que durante 38 años Estados Unidos ha sostenido contra Cuba, se encontraron con un clamor de aprobación de parte de la gente cubana. Era algo claro que el Papa Juan Pablo II se había ganado los corazones y mentes de los cubanos - y tal vez, me atrevería a decir, del mismo Fidel Castro.
Aquellos que tuvieron la suerte de ver al Papa fueron testigos de algo extraordinario. Aquí estaba un hombre que había penetrado la gruesa cortina de silencio alrededor de Cuba en una semana. A través de la comunicación directa, llegó a gente a la que nunca pudo llegar antes con sus fuertes mensajes de fe, guía y sobre todo esperanza. Su visita parecía hacer una real diferencia en las vidas de los cubanos, y basado en las noticias de la semana pasada sobre las nuevas concesiones que Estados Unidos hará sobre el embargo, tal vez hasta hizo una diferencia entre la política mantenida entre los gobiernos cubano y americano.
Fue una visita importante, sí, pero a menos que uno viviera en los alrededores de Miami, no habían muchas oportunidades para que los católicos en Estados Unidos vean algo más que pequeñas partes de la visita papal. Porque aquí teníamos algo de lejos más importante en escena. Se rumoreaba que Bill Clinton, nuestro Presidente, hubiese tenido un romance con una joven estudiante interna en la Casa Blanca, Monica Lewinsky. Los americanos parecían especiamente interesados en esto, y en algunos casos, bajo títulos como "soft news", nuestros medios de comunicación ofrecían coberturas extraordinarias. Como resultado, la visita del Papa a Cuba, un evento histórico e inspirador para los cubanos, para los inmigrantes cubanos en este país, para los católicos y para las personas dondequiera que se encuentren, recibió una cobertura menor que la de un escándalo sexual presidencial.
Esto nos lleva a muchas preguntas: ¿qué es noticia? ¿Quién decide qué es, y con qué extensión debe ser presentada a la gente? ¿Era el Papa, o era Monica Lewinsky? ¿Es un asalto a Iraq o un asalto a la Oficina Oval? ¿Es la muerte de la Princesa Diana o de la Madre Teresa?
Aunque he pasado una gran parte de mi vida en el negocio de los medios de comunicación, ciertamente no conozco las respuestas a esas preguntas. Pero sé que, en términos de comunicación de estos mensajes en un mundo caótico, la Iglesia y sus líderes tienen plena competencia.
Creo que esto, en parte, se debe a la erosión general de la relación de la Iglesia con sus feligreses. Realmente la fuerte relación que una vez la Iglesia tuvo con la familia ha cambiado dramáticamente en los últimos sesenta años. Recuerdo los días cuando conocíamos a nuestro párroco tan bien como conocíamos a nuestro médico de cabecera: el sacerdote que nos bautizó, nos casó y bautizó a nuestros hijos.
Parece que desde aquella larga e íntima relación ha pasado mucho tiempo, por lo menos en este país. Una población demográfica y geográficamente cambiante ha causado que las comunidades y congregaciones al servicio de la Iglesia estén en constante movimiento. Las elevadas tasas de divorcio y anulaciones dejan más y más familias divididas. La estructura que la familia alguna vez ofreció a los niños y a la comunidad, y la columna de esa estructura - la Iglesia - han sido, en un sentido, derruidas. Se abrió la puerta al debate de ciertas políticas que alguna vez fueron consideradas inmutables. Eso ha contribuido a un incertidumbre entre los jóvenes católicos sobre los estándares morales y éticos: ¿cuál es una conducta aceptable y cuál no?
Claramente no soy una autoridad en estos temas, de ninguna manera, pero como católico, sugiero respetuosamente que ésos son algunos de los retos que creo todos debemos enfrentar. El tiempo no vuelve atrás. Por eso, ¿qué podemos hacer para volver a lo pasado? ¿Cómo podemos llegar a personas que son cada vez más difíciles de hallar?
En general, la visita del Papa a Cuba fue muy instructiva en ese asunto. El Santo Padre fue a un lugar que es remoto tanto en el sentido político como simbólico. Los cubanos dieron un acceso muy pequeño al Papa o a sus mensajes: Cuba era el único país latinoamericano que no había visitado y, creo antes de 1996, Castro fue el único líder del mundo que no se había encontrado con él. Creo que la decisión del Papa de visitar Cuba fue una estrategia de alto riesgo -un intento de penetración en las barreras impuestas por casi 40 años. Tenía la oportunidad para ser un éxito, pero también pudo ser un gran y visible fracaso.
Como todos sabemos, la visita papal fue un gran éxito, en parte porque el Papa, en su propio modo, es el misionero último. Pero ahí hay aún mucho trabajo por hacer para llegar a la gente que, en muchas maneras, es remota y aislada de la Iglesia, como los cubanos estaban. Y ahí hay un extraordinario rango de herramientas disponibles para llegar a ellos: herramientas que, pienso, la Iglesia Católica debe entender mejor y utilizar.
Algunas de esas herramientas ya han servido para hacer mucho bien. La transmisión por satélite ha facilitado mucho la programación televisiva incluso para los países y continentes más empobrecidos del mundo. Desde la India hasta China o Nigeria, la televisión ha tenido un efecto profundo en la paz mundial.
Ronald Reagan alguna vez dijo que creía que la CNN tuvo tanto que hacer con la caída del muro de Berlín, como él tuvo. Estoy de acuerdo. Por la virtud de su alcance, la televisión ha creado una audiencia que llega hasta la sala de mi casa y las bancas de sus iglesias. La televisión ha creado una audiencia global de vastas proporciones, una audiencia que puede ver por sí misma el terror de la Plaza Tiananmen; el horror del conflicto en Europa Oriental y el Medio Oriente. Al brillar la luz del día sobre esa oscuridad y eventos terribles, proveyéndoles la crucial exposición, se ve cómo se crea en las personas la pasión de luchar unos contra otros.
La televisión, de todas maneras, es un medio de comunicación único. El Obispo Sheen reconocía su poder desde 1950, y se enganchó a él con sus series televisivas semanales. Otros líderes religiosos -- desde Jim y Tammy Faye Baker a Pat Robertson - han utilizado desde mucho tiempo atrás el poder de la televisión para llegar a audiencias a las que no tendrían de otro modo acceso alguno. Aún la televisión es sólo uno de los hilos en la vasta e intrincada madeja de los canales de la comunicación global. Otro es la Internet que, como la television, ofrece una poderosa vía a los usuarios para alcanzar una congregación "virtual".
La palabra "Internet", utilizada en una sala llena de personas mayores de 25 años, muchas veces causa distintos efectos: palpitaciones cardíacas, sudor en las manos, cuellos rígidos. No hay duda de que las comunicaciones electrónicas pueden también ser una amenaza y pueden penetrar las paredes duramente fortificadas que algunas instituciones tienen construidas por años alrededor de sí mismas. Esto define al cambio que no siempre es bienvenido y que puede conllevar mensajes que uno no desearía oír.
Pero es cándido asumir que aunque ignorándolo, esto seguirá. Y aunque nosotros hemos estado comunicándonos, de cierto modo, exitosamente por muchos, muchos años, el mundo en el que hoy vivimos es claramente un lugar muy diferente al que alguna vez fue.
Sólo consideren qué ha sucedido en nuestro tiempo de vida. Hemos pasado de las máquinas de escribir, el papel carbón, mimeógrafos, teléfonos de discado manual, y los equipos de televisión blanco y negro a la televisión digital y por cable, cerca de doscientos canales televisivos, sistemas de computadoras personales que hablan unos a otros, impresoras láser a color, teléfonos celulares digitales, máquinas de fax que copian, escanean e imprimen, computadoras portátiles y ordenadores electrónicos que caben en la palma de la mano. Estas herramientas han forjado velozmente su camino en nuestro mundo: desde ser opciones comunicacionales, se han convertido en capitales comunicacionales.