12.1. La existencia de diversas tradiciones.
Entre las sinagogas del siglo II D. de .C. se difundió la costumbre de excluir aquellos libros de la Sagrada Escritura que no estuviesen comprendidos en la “lista” rabínica. Este criterio abarcó los textos empleados por los cristianos, principalmente la “Septuaginta”. Aquel período coincidió con el inicio de la compilación de las tradiciones jurídicas y exegéticas, tanto legales (Misnah), como de exégesis escriturística (la literatura midrásica). Este esfuerzo estuvo orientado a reconstruir el judaísmo sobre la base de la Tanak, la Biblia de Moisés y los Profetas.
La ingerencia del judaísmo rabínico fue trascendental. En los dominios romanos, especialmente en Oriente, convivían cuatro millones de judíos, representando el siete por ciento de la población del Imperio. El personaje representativo del período posterior a la destrucción del Templo de Jerusalén fue el rabino Akiba. Su mayor esfuerzo estuvo orientado a “fijar” el texto consonántico de la Biblia hebrea. Akiba fue heredero del proceso iniciado en la época de Hillel. Akiba, al igual que sus antecesores, mantuvo la preocupación por la pureza textual, concretamente la conservación del texto heredado de las escuelas rabínicas (el texto “Proto-Masorético”) y la “lista” difundida por círculos fariseos (como los de Hillel).
La tendencia de clarificar la Ley demandó la “fijación” del texto bíblico. Para esta fijación textual los rabinos se inclinaron por un texto, descartando completamente los otros conocidos. Se intentó obtener artificialmente la uniformidad, eligiendo un determinado texto, el “Consonántico Rabínico”, también llamado “Texto Proto Masorético”. Aquel texto fue protegido, encerrándolo dentro de un muro impenetrable. Para asegurar el predominio exclusivo de los Proto Masoréticos se dictaron Leyes estrictísimas para su copiado. También se procedió a la destrucción minuciosa de manuscritos antiguos, ajenos a la tradición rabínica seleccionada.
El movimiento orientado hacia la “pureza” del texto floreció en la segunda parte del siglo II D. de C. bajo el liderazgo de Akiba. Pero sus antecedentes pueden trazarse hasta el siglo I A. de C. con las discusiones legalistas entre las escuelas de Hillel y Shammai. La tradición de Zechariah ben ha-Kazzav establece la costumbre de interpretar la Torah y sus comentarios hasta en sus más mínimos detalles con el fin de clarificar su interpretación. El mentor de Akiba, Nahum ben Gimzo, dirigió sus esfuerzos para lograr un texto fijado hasta en sus más mínimos detalles. Para Akiba cada letra, sílaba y palabra de la Torah era importante y santa. Incluso el título: “Torah”, inspiró diversas interpretaciones sujetas a reglas estrictas.
Un criterio tan escrupuloso ante el texto y su interpretación no podía tolerar la existencia de manuscritos bíblicos con otras interpretaciones o textos divergentes. Akiba advirtió contra las enseñanzas contenidas en los “libros incorrectos”. Insistió en establecer la “tapia” de la Tradición alrededor de la Torah. Otro maestro contemporáneo llamado Ishmael urgía a los Escribas extremo cuidado, no vaya a ser que omitieran o añadieran una sola letra, porque al hacerlo destruirían la Palabra.
A pesar de sus esfuerzos los rabinos nunca consiguieron uniformar totalmente el texto bíblico. El método forzoso utilizado desconocía otros textos difundidos entre diversas comunidades judías. Es por ello que sobrevivieron variantes del Texto Proto Masorético, por ejemplo el “Pentateuco Samaritano”. También debe tomarse en cuenta la idiosincrasia de los copistas, que podían producir variantes similares con independencia unos de otros. A esta diversidad debe añadirse la terca persistencia de textos ajenos a los Masoréticos dentro de la tradición consonántica. Al parecer algunos textos se “negaron” a desaparecer completamente durante el proceso de eliminación propiciado por las escuelas rabínicas descendientes del fariseísmo.
Trebolle expone el caso de la “Familia Textual Palestina” que era independiente a las tiberiense y babilónica difundidas en el seno del fariseísmo:
“La convergencia del texto hebreo palestino con el texto griego de los LXX (y con versiones filiales de ésta) no es un hecho esporádico (...) Posiblemente el texto P (Palestinense) y el de LXX (Septuaginta) tienen un origen común en medios sacerdotales del Templo”, expuso Trebollé.
12.2. La “Masorah” y los “Textos Masoréticos”.
El término “masorah” deriva de la raíz hebrea “atar”. Otros consideran que viene del verbo “transmitir”. El término “masorah” significa “tradición”. Designa el conjunto de notas que acompañan al texto y en las que los masoretas recopilaron las tradiciones rabínicas relativas a la Biblia. La “masorah” comienza a desarrollarse alrededor del año 500 de la era cristiana y tiene vigencia hasta el año 1000 D. de C.
La masorah cumple una doble función:
Conservar la integridad del texto.
Interpretar el texto.
Lo que se llama “Texto Masorético” es el consonántico hebreo que los “masoretas” “vocalizaron”, “acentuaron” y dotaron de “anotaciones” cuando una letra podía dar motivo a confusión.
La masorah no fue homogénea. Existieron dos tradiciones diferentes de masorah. Una fue la Babilónica, dividida en las escuelas de Nahardea, Sura y Pumbedita. La otra fue la Palestinense, establecida principalmente en Tiberiades (Galilea). Ambas ciudades fueron centros principales de la vida religiosa y cultural judía tras la segunda destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 132 D. de C. El judaísmo babilónico y palestinense dio pié al desarrollo de dos corrientes de interpretación que fueron recogidas por el “Talmud palestinense” y el “Talmud babilónico”.
A través de los siglos fue imponiéndose la Masorah Tiberiense. En Tiberiades existieron dos familias de masoretas: los Ben Aser y los Ben Neftalí. Entre ambas prevaleció la de Ben Aser. El más famoso de los Ben Aser fue el último expositor de la escuela, Aaron ben Moisés ben Aser. A esta familia se atribuyen los Códices de Alepo y de San Petersburgo (Aaron ben Moises ben Aser, año 1008 D. de C.), los textos masoréticos de mayor antigüedad disponibles. A pesar de la transmisión “familiar” del texto bíblico, no existió un único texto masorético establecido del Antiguo Testamento. En este sentido la edición de los Ben Aser no es completamente homogénea [92].
Los textos de uso hodierno de la “Biblia Hebrea” se “estabilizan” recién hacia finales del siglo XIX cuando se unifican criterios en el empleo de consonantes, vocales y puntuación. Como punto informativo las “recensiones” o “colecciones de textos” en que se sustentan las ediciones modernas de la “Biblia Hebrea” son básicamente tres:
La edición de Soncino de 1494. Fue un texto muy inexacto en lo referente a las anotaciones masoréticas.
La Políglota Complutense (1514-17). Recopilada bajo la dirección del Cardenal Francisco Ximenes de Cisneros. Está basada directamente en textos hebreos de la tradición manuscrita, sin apoyo de ediciones impresas anteriores.
La Segunda Biblia Rabínica de Jacob ben Hayyim (1524-25). Fue considerada por largo tiempo como el “texto recibido”, la edición autorizada de la Biblia Hebrea.
Las siguientes ediciones hicieron un empleo “ecléctico” o “mixto” de las recensiones citadas. Es el caso de la “Biblia Políglota de Amberes”.
En el tiempo presente están en uso:
La Edición de Ginsburg (1908-26). Basada en la Segunda Biblia Rabínica de Ben Hayyim. Superada por las que siguieron.
La “Biblia Hebraica”, o recensión de R. Kittel. La más utilizada en el siglo XX. Las dos primeras ediciones: 1906-1912, seguían el texto de Ben Hayyim. A propuesta de P. Kahle, la tercera edición (1937) siguió el texto del Códice de San Petersburgo, copia concluida en 1008. Su origen estaba en la tradición de Aaron ben Moises ben Aser.
La “Biblia Hebraica Stuttgartensia”. Concluida en 1977, basada en el Códice de San Petesburgo.
En preparación: la “Biblia Hebrea” de la Universidad de Jerusalén. Basada en el Códice de Alepo, fechada en la primera mitad del siglo X. El Códice de Alepo presenta un texto de “Ben Aser”, de mejor calidad que el de San Petersburgo. Podría tratarse del códice autorizado por Maimónides (muerto en 1204), quien afirmó que dicho manuscrito contenía la totalidad del texto de la Biblia y había servido en Jerusalén para copiar otros textos, posiblemente el mismo Códice de San Petersburgo.
Las dificultades halladas por estas ediciones modernas ilustran las diversas “familias” de textos donde se recogen las versiones de la Biblia Hebraica. A diferencia de la Iglesia Católica, el judaísmo nunca tuvo realmente un texto similar a la “Vulgata” [93] o texto sancionado de gran antigüedad.