Tras la hecatombe del año 70 D. de C. la escuela de Hillel lideró la reorganización del judaísmo, ganando una ascendencia única entre los judíos de Palestina y la Diáspora. Su aproximación más indulgente hacia la Ley contribuyó a este proceso. El prestigio de la escuela rabínica fue creciendo bajo la autoridad personal de líderes como Gamaliel el Mayor (Ver Hch 22, 3; 5, 34) y el rabino Johanan ben Zakkai, que restableció el “Consejo de Ancianos” en Jamnia. Esta nueva entidad rectora del judaísmo estuvo conformada únicamente por representantes del fariseísmo.
A pesar de la visión más atemperada de la Ley y la aproximación comprensiva de Gamaliel el Mayor ante los Apóstoles, correspondió a uno de los líderes posteriores de la escuela, Gamaliel II, excluir formalmente de las sinagogas a los cristianos de origen hebreo. Llamados “Judeocristianos”, habían conservado ciertas costumbres ancestrales mosaicas.
A principios del siglo II D de .C., Gamaliel II, rector de la academia de Tiberiades, concretó la expulsión pronunciando la severa sentencia: “Dejad que los Nazarenos y los herejes perezcan en un instante. Permite que sean excluidos del libro de los vivos y permite que sean separados de entre los justos” [81].
La palabra hebrea “Midrash” significa literalmente “investigación”. En el ámbito de los rabinos “tanaitas” (transmisores de tradición), “Midrash” expresaba la acción de “investigar”, “escrutar” y “comentar” las Sagradas Escrituras. Los rabinos y los fieles “investigaban” la Biblia para hallar las normas que deberían regir sus vidas. Esta lectura meditada fue practicada en las sinagogas durante los servicios de los sábados. El “lector” proclamaba las Escrituras, para luego explicarlas. Se trataba de desentrañar, tanto su significado “oculto”, como su sentido práctico.
Los Evangelios narran como el Señor Jesús acudía a las sinagogas a enseñar: “Vino a su patria (Nazaret) y los instruía en sus sinagogas” (Mt 13, 54). El contraste entre las enseñanzas “midráshicas” del Señor y los Apóstoles; y las de los Escribas y rabinos, es notoria. El comentario cristiano atribuyó mayor importancia al sentido propio de la Escritura. Se evitaban las sutilezas de la Ley tan ajustadas a la casuística de las escuelas rabínicas. Sin descuidar el recurso al Antiguo Testamento, los cristianos solían enseñar con más sencillez el mensaje sagrado. Como marco de fondo estaba presente el anuncio del Señor sobre la revelación del Reino a los sencillos antes que a los sabios (Mt 11, 25) [82].
Las primeras misiones cristianas coinciden con el esfuerzo desplegado por los rabinos para codificar de la “Ley oral”, que junto al Pentateuco, fue preservada y ampliada por los “Maestros de la Ley” y los Escribas. Las figuras dominantes del judaísmo en esta etapa fueron el rabino Akiba y su discípulo Meir. La tradición rabínica farisaica distingue entre una “Torá Escrita” y una “Torá oral”. La “Tora escrita” es el Pentateuco, los cinco libros de Moisés; la “Torá oral” es la elaboración en la tradición, de los preceptos legales contenidos en la “Torá escrita”. Según la tradición rabínica, la Torá oral era la heredera legal de la profecía.
Las sentencias de Mishná Aboth. 1, 1, decían: “Moisés recibió la Torá en el Sinaí y la entregó a Josué, Josué la dio a los ancianos, los ancianos a los profetas, y los profetas las pasaron a los hombres del Gran Sanedrín”. Desde esta perspectiva, los Maestros de la Ley y los Escribas creían firmemente que existía una línea directa entre Moisés y ellos. Esta concepción de “Torá oral” fue el argumento empleado por los rabinos farisaicos para legitimar sus sentencias y enseñanzas en los primeros siglos de la Era Cristiana. Bajo esta “legitimidad” se interviene repetidas veces en el contenido del “Canon” hebreo.
A principios del siglo III (189 D. de C.), un sucesor de Akiba y Meir, el maestro Judá ben Hanasi, concluyó en Tiberiades la redacción del compendio de los comentarios a la Ley. Esta recopilación de las interpretaciones, sentencias y enseñanzas de los Escribas -llamados “tanaitas”, “repetidores” o “Maestros de la Ley oral”-, recibió el nombre de “Mishná” [83].
“Mishná” significa “estudio” y “repetición” de lo aprendido [84]. Sus alcances abarcan fundamentalmente preceptos legales, en forma de “dichos” e “instrucciones”. La Mishná fue redactada en hebreo, pero le fueron añadidas palabras y términos en otras lenguas vecinas a la región de Tiberiades, principalmente en griego y arameo [85]. La Mishná reúne las opiniones de los sabios sobre tres doctrinas fundamentales del judaísmo rabínico: la resurrección de los muertos, el origen divino de la Torah (sea la de carácter escrito y la de carácter oral) y la intervención de Dios en la existencia del hombre.
Los comentarios a la Mishná conformaron el conjunto llamado Talmud o “enseñanza”. Las escuelas rabínicas de Palestina (Tiberiades) y de Babilonia dieron origen a sus propios talmuds. El “Talmud de Babilonia” es más extenso que el de Palestina. Incluso goza de mayor autoridad. El “Talmud palestinense” fue concluido primero (siglo V de la era cristiana); mientras que el Babilonio fue recibiendo adiciones hasta bien entrado el siglo VII D. de C.