7.1. La confrontación con el Cristianismo y el abandono de la Septuaginta.
El empleo que hicieron los cristianos de la Septuaginta, sobre todo en lo referente a los pasajes que mostraban el cumplimiento en el Señor Jesús de las profecías mesiánicas, determinó que a finales del siglo I de la era cristiana los rabinos reaccionasen contra el antiguo texto. A partir del siglo II D. de C. intervinieron para que se proscribiese su empleo.
Los rabinos y los hebreos en general comenzaron a considerar erróneamente a la Septuaginta como la “Biblia de los Cristianos”. Este criterio está equivocado porque al mismo tiempo que los primeros cristianos, la Septuaginta fue venerada y empleada por las comunidades de judíos helenizados.
Sin embargo cerca del ochenta por ciento de las citas del Antiguo Testamento contenidas en el Nuevo Testamento pertenecen a la versión de los LXX. Como evidencia Trifón, los judíos se vieron en la disyuntiva de negar el valor textual de los Setenta. Tampoco aceptaron como “inspirados” ciertos libros Septuagintos (Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos y Sabiduría), que según las enseñanzas rabínicas, databan de una época posterior a Esdras y Nehemías, cuando ya habría culminado la época de los Profetas.
En realidad la exclusión de la Septuaginta y los siete libros erróneamente llamados en la época contemporánea “Deuterocanónicos”, se produjo de forma gradual [31]. El proceso culminó bien entrado el siglo III D. de C., definitivamente con posterioridad a la supuesta definición de los libros inspirados en las deliberaciones que los rabinos sostuvieron en Jamnia (aprox. año 90 D. de C.).
Los descubrimientos de manuscritos bíblicos y extrablíbicos en las cuevas de Qumrán han demostrado que los judíos en Palestina conocían y empleaban los libros “Santos” o “Hagiógrafos”. En grutas y cuevas del Mar Muerto se hallaron fragmentos de tres textos: del Eclesiástico (cueva n. 3); de Tobías (cueva n. 4) y Baruc (cueva n. 7).
Tras de la destrucción de Jerusalén en el año 70 D. de C. ocurrió un cambio radical en la actitud de aquellos judíos que aceptaron el liderazgo de los rabinos fariseos. Como expone Lee Martin McDonald, “los límites finales que se le señalan al Canon hebreo del Antiguo Testamento parecen haber sido determinados en el contexto de los conflictos judeocristianos, cuando los judíos intentaron apartar a su pueblo de la lectura de los libros considerados como ‘cristianos’’”[32].
Ese ánimo explica el violento y apasionado abandono de la Septuaginta ocurrido entre las comunidades hebreas. En lugar de la fiesta que se celebraba en tiempos de Filón (m. 42 D. de C.), para solemnizar la traducción griega de los LXX, se mandó observar un día de ayuno para llorar el día en que la Ley fue traducida a una lengua profana [33].
7.2. El abandono de la Septuaginta y los conflictos entre griegos y judíos.
El abandono de la antigua Septuaginta, alentada por círculos rabínicos de Palestina, fue facilitado por la precaria situación por la que atravesaba la influyente comunidad judeo-helénica de Alejandría. El texto de los LXX, venerado como exponente fiel de las Escrituras Sagradas, conformó el núcleo del culto y del estudio de la Ley en las sinagogas Alejandrinas.
El gran puerto mediterráneo había sido el principal lugar de encuentro y acrisolamiento entre la cultura helénica y el judaísmo. Pensadores judeo-helénicos como Filón creyeron firmemente que la Revelación de Dios, manifestada al pueblo hebreo a través de la Torah y los Profetas, junto con la filosofía racional de los griegos, debía constituirse en base del pensamiento humano. En este sentido, Filón sostuvo que la Septuaginta fue inspirada en orden a iluminar el mundo grecorromano en su camino a Yahvé.
A principios del siglo I D. de C. una serie de prejuicios religiosos, raciales, económicos y sociales enfrentaron a judíos y griegos. La marginación ritual practicada por la mayoría de los judíos, separándose de sus vecinos gentiles, tampoco contribuyó a mejorar las cosas. El conflicto fue asusado por la colaboración que la comunidad hebrea prestaba a los romanos.
Los griegos, desilusionados tras medio siglo de gobierno imperial romano, favorecieron un partido de nacionalistas antiromanos extremistas. Al alinearse contra Roma [34], asumieron una postura antijudía militante. En el año 38 de la era cristiana la comunidad judía solicitó al emperador Calígula la concesión de la ciudadanía alejandrina, privilegio reservado solamente a los griegos.
La mayoría griega consideró la solicitud como una grave usurpación. La reacción violenta no se hizo esperar. Hordas helénicas descontentas y vengativas invadieron los barrios hebreos, entregándose al pillaje y la matanza. Las sinagogas fueron saqueadas. Las viviendas, los comercios y los talleres artesanales fueron arrasados. La violencia obligó a la población hebrea a emigrar a una estrecha localidad en el delta del Nilo. Este barrio sobrepoblado, asediado por la enfermedad y el hambre, se transformó en el primer “ghetto” de refugiados judíos en el mundo romano.
La antigua comunidad judía de Alejandría, otrora la más rica y poderosa del Imperio, cayó en una situación de pobreza y destitución de la que nunca se recuperó. Estos enfrentamientos se multiplicaron en otras localidades donde convivían judíos y griegos. Los griegos fueron quienes llevaron la peor parte en Cesárea de Filipo, Gaza y Jamnia.
La revisión de la Septuaginta coincidió con el clima de rencor generalizado contra toda expresión de Helenismo. El antiguo texto hebreo perdió a sus abogados y difusores más calificados entre los judíos. Al debilitarse la cultura judeo-helénica en Alejandría, el venerable texto de los Setenta solamente tuvo defensores entre los cristianos.
Como explicó el historiador Michael Grant, “el judaísmo helenizado desapareció sin dejar rastro alguno, sustituido por la tradición rabínica” [35]. Filón, el principal exponente del helenismo judío, se transformó en anatema para los autores rabínicos. Su nombre nunca fue mencionado en el Talmud o en otros libros religiosos. “El Fariseísmo fue promovido al rango de forma normal del judaísmo”, expone Schalit [36].
Al rechazar la antigua Septuaginta, los hebreos intentaron reemplazarla con otras versiones en griego, más ajustadas al texto llamado Proto-Masorético. El reto de preparar una nueva traducción fue asumido por un prosélito judío del Ponto, llamado Aquila. La versión de Aquila (c. 128 D. de C.) fue tan textual y similar al texto judío, que solamente podía ser comprendida por quien supiese leer hebreo.