El Padre Pierre Benoit ha sostenido el carácter inspirado de la Septuaginta. Benoit argumentó que el extenso uso de los LXX, realizado por los autores sagrados del Nuevo Testamento se debía a que los Evangelistas la consideraron como fidelísima traducción del original hebreo. Por lo tanto, asumieron que sus palabras reunían las mismas condiciones de inspiración debida a la Biblia judía. Esta inspiración se había hecho extensiva a los traductores [26]. En este sentido Benoit y quienes se adhirieron a esta enseñanza repetían las enseñanzas antiguas de los Padres, particularmente de San Justino, a quien se le atribuye haber afirmado en la “Exhortación a los Griegos”, Cohortatio ad Graecos:
“Ptolomeo, rey de Egipto, cuando hizo construir una biblioteca en Alejandría y la hizo llenar recopilando libros de todos los lugares, supo después que antiguas historias escritas en caracteres hebreos habían sido cuidadosamente conservadas. Deseoso de conocer estos escritos, mandó traer setenta sabios de Jerusalén que sabían tanto el griego como el hebreo y les encomendó traducir los libros (...) Les proporcionó sirvientes que atendieran a todas sus necesidades y que evitaran la comunicación de los sabios entre sí, de modo que pudiera conocerse la precisión de la traducción por la concordancia de uno con otro. Cuando descubrió que los setenta hombres habían dado no solo el mismo significado, sino con las mismas palabras, y no habían discrepado entre sí ni en una sola palabra, sino que habían escrito las mismas cosas acerca de las mismas cosas, quedó fuertemente asombrado y creyó en que la traducción había sido escrito con autoridad divina[27].
El P. Benoit empleó una referencia penetrante de San Juan Crisóstomo para ilustrar su tesis: el Espíritu Santo habría “inspirado” a Moisés la composición de las Escrituras; “inspiró” a Esdras su restitución en Judá, cuando concluyó el destierro de Babilonia; envió a los Profetas y, finalmente, “dispuso” a los Setenta para traducir [28].
Muy claramente Benoit afirmó que podría hablarse de “inspiración” para todo ese impulso que suscitó y llevó a cabo la transposición del mensaje bíblico en pensamiento griego, y de “revelación” para todas las verdades nuevas que los traductores recibieron antes de su trabajo o en el curso del mismo y que han enseñado en nombre de Dios a través de su obra [29]. “La Iglesia -escribió Benoit-, ha admitido ciertamente la inspiración de los Sesenta en los primeros siglos (...) esta creencia es al mismo tiempo convincente y posible” [30].