5.1. Opiniones de los Padres.
La certeza de la inspiración divina de la Septuaginta fue decisiva para su adopción por los primeros cristianos. El que haya sido escrito en griego la transformó en un instrumento fundamental para la Evangelización del mundo greco-romano. Justino, Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría y Eusebio consideraron que Dios había iluminado cada paso en la elaboración de su composición.
A mediados del siglo II D. de C., San Justino, el filósofo cristiano, describió cómo se reverenciaban copias de la Septuaginta en algunas sinagogas judías, aun cuando un influyente número de rabinos había renegado de su empleo por considerar que el Cristianismo las había hecho suyas [18].
San Ireneo de Lyon se refirió a la Septuaginta como “auténticamente divina”. “Las Escrituras fueron interpretadas con tal fidelidad y por la gracia de Dios, y de la misma forma en que Dios preparó y formó nuestra fe hacia su Hijo, ha preservado inadulteradas las Escrituras en Egipto”, sentenció San Ireneo [19].
En el siglo IV D. de C., Eusebio, obispo de Cesarea e historiador de la Iglesia, desarrolló con amplitud el camino seguido para la realización de la Septuaginta y su carácter inspirado:
“Antes que los romanos establecieran su gobierno, cuando aún los Macedonios poseían Asia, Ptolomeo, hijo de Lago, muy ansioso por adornar su biblioteca, que había fundado en Alejandría, con las mejores obras de todos los hombres, requirió de los habitantes de Jerusalén obtener una traducción de sus Escrituras al griego. En ese tiempo estaban sujetos a los Macedonios. Por lo que enviaron a Ptolomeo setenta sabios, los más experimentados en las Sagradas Escrituras y en ambos lenguajes (hebreo y griego), deseando Dios que se laborase. Pero Ptolomeo, queriendo probarlos a su manera, y temiendo que hayan hecho algún acuerdo previo para esconder las verdaderas Escrituras mediante su traducción, los separó uno del otro, y les mandó escribir la misma traducción. Y esto hizo en el caso de todos los libros. Pero, cuando fueron reunidos por Ptolomeo, y compararon cada uno sus traducciones, Dios fue glorificado y las Escrituras fueron reconocidas como divinas, porque todos presentaron las mismas cosas en las mismas palabras y en los mismos nombres, de principio a fin, así que incluso los paganos que estaban presentes supieron que las Escrituras fueron traducidas por la inspiración de Dios” [20].
5.2. Opinión de San Jerónimo.
San Jerónimo estuvo en principio de acuerdo con la opinión de judíos y cristianos sobre la inspiración de la Septuaginta. Más tarde entró en contacto con el texto de la “Biblia Hebrea” difundida por los rabinos de Judea. Las aparentes diferencias aportadas por el texto originado en los llamados “acuerdos” de Jamnia a finales del siglo I D. de C., adoptado como “oficial” por el judaísmo rabínico, le hicieron cambiar de parecer.
Escribiendo a su amigo Pamaquio [21] (c. 400-5 D. de C.) Jerónimo se quejó de las dificultades con que se había encontrado para traducir directamente del hebreo al griego. Según Jerónimo solamente podía realizarse una traducción “sentido por sentido”, más que “palabra por palabra”, de estos idiomas. Ello le condujo a dudar de la literalidad de los LXX con respecto al texto que consideraba como “original hebreo”. Pero el problema estaba en que estos llamados “originales” eran en realidad los “Proto-Masoréticos”, los textos oficializados de las sinagogas. Allí radica el error de apreciación de San Jerónimo.
Ampliando el concepto, San Jerónimo afirmó inexactamente que la Septuaginta había hecho “grandes adiciones y omisiones”. Cita como ejemplo el pasaje de Isaías 31, 9, que él consideraba equívoco en la versión de los LXX [22]. “¿Cómo deberemos enfrentar los originales en hebreo en donde estos pasajes y otros como ellos son omitidos, pasajes tan numerosos que para reproducirlos se requerirían libros sin número?”, se quejó Jerónimo. Pero, a pesar de su incomodidad, Jerónimo admitió el valor de la Septuaginta empleada por la Iglesia. Se trataba de un texto antiguo, anterior a la venida del Señor, utilizado por los Apóstoles y los cristianos primitivos.
La actitud de Jerónimo puede explicarse a partir del texto hebreo difundido en su época, particularmente el llamado “Proto-Masorético”. El autor cristiano no tuvo a su disposición los antiguos manuscritos “paleohebreos” de Egipto y Palestina, que hubieran iluminado su comprensión de la traducción griega. Más bien Jerónimo comparó la Septuaginta con los manuscritos hebreos de uso corriente que, según San Justino, les habrían sido “completamente cancelados” diversos pasajes que expresaban sentido mesiánico, anunciando la Encarnación del Señor Jesús [23].
5.3. Posiciones iluminativas de San Justino, San Agustín y Orígenes.
El problema de la “adecuación” de los textos bíblicos a las enseñanzas rabínico-farisaicas fue confrontado tempranamente por Padres de la Iglesia como San Justino. En su discusión con el filósofo judío Trifón, San Justino le manifiesta que no puede apoyarse en los maestros hebreos porque rehusaban admitir que “la interpretación realizada por los setenta ancianos que estaban con Ptolomeo, (rey) de Egipto, fue correcta; intentando ensamblar una nueva...(ellos) han extraído muchos pasajes de la Escritura de la traducción de los setenta ancianos (...), por las cuales este mismo hombre que fue crucificado, es probado de haber sido establecido expresamente como Dios y como hombre y como siendo crucificado y como muriendo; pero dado que yo soy consciente que esto es negado por todos en tu nación (judía), no me apoyo en estos puntos, sino que procedo a avanzar en mi discusión por medio de aquellos pasajes que son todavía admitidos por ustedes”[24].
San Agustín ofreció una meditada opinión sobre la Septuaginta. Ésta se alejaba de toda pasión, característica de su amigo San Jerónimo, concentrándose en la reflexión teológica del texto. Para el obispo de Hipona, tanto el texto hebreo como el griego eran verdaderos e inspirados. El tiempo y el lenguaje en que fueron escritos constituyen como dos etapas deseadas por Dios en el progreso de la Revelación al Pueblo Hebreo.
Otro Padre, Orígenes de Alejandría, valoró la versión en griego ofrecida por la Septuaginta, que consideró superior y más antigua que la hebrea. Aunque escribiendo en un siglo anterior, Orígenes difería de San Jerónimo quien consideró la versión hebrea “Pre-Masorética” como única fiel. San Agustín miró el panorama amplio y retuvo ambas versiones, hebrea y griega, como expresión de la Palabra divina. Se trataba de relatos que se se diferenciaban en ciertos aspectos, pero que eran complementarios y queridos por el mismo Espíritu que las inspiró [25].