“¡YA TENEMOS PAPA!”
Susana Canel
Soy profesora de Educación Infantil y, a pesar de que llevo quince años ejerciendo la profesión, no dejo de sorprenderme con lo que cada día me enseñan mis alumnos de 5 y 6 años. En este caso ha sido con motivo de la figura del Papa. Mientras los adultos perdemos el tiempo opinando lo que nos parece o deja de parecer el recién elegido, los niños nos dan modelo de actuación. ¡Ojalá nos sirva su ejemplo!
Envío un relato de lo que viví el 20 de Abril, al día siguiente de ser elegido Papa el Cardenal Ratzinger:
"¡Ya tenemos Papa!". Esta es la primera frase que me han dicho los niños y niñas de 5-6 años al entrar hoy en clase.
Por él estaban rezando todos los días: primero por Juan Pablo II al transmitirles la noticia de su último ingreso en el hospital Gemelli y, con mayor intensidad, al saber de su empeoramiento. Después nos sorprendió su muerte, y ellos siguieron rezando. "El Papa está en el cielo", decían; pero me aclararon: "bueno, es su alma la que está en el cielo". Otro apuntaba: "Es santo"; "sí -le apoyaba el compañero-, y nosotros también podemos ser santos". Sus comentarios y su sabiduría no dejaban de sorprenderme, pero no tuve la agudeza para coger lápiz y papel y apuntar todo aquello que iban diciendo.
En los días posteriores al fallecimiento de Juan Pablo II estuvimos dando gracias por este Papa y le pedíamos que, desde el cielo, nos ayudara "a ser buenos".
Comenzaba el cónclave y también a Juan Pablo II le pedimos que ayudara a los cardenales a elegir al nuevo Papa y rezamos para que fuera "muy bueno".
Pero, como es lógico a esa edad, una de las cosas que más llamaba su atención era el color de la fumata. El día 19 hablamos del negro de la primera y la segunda. Había que estar pendientes de la televisión en casa para enterarse del color de la tercera y decirlo a los demás a la mañana siguiente.
La sorpresa de ellos fue doble. Habían visto la fumata de otro color -blanca- y. ¡ya tenemos Papa! Mientras unos me decían esto muy contentos, algún espontáneo (se conoce que había estado en algún viaje o había visto algún video de ello) entonaba medio cantando: "¡Viva el Papa!, ¡Tenemos Papa!", a lo que rápidamente se apuntaron los demás a coro.
"Sí, ya tenemos Papa. Por eso tenemos que estar hoy muy contentos. Pero nos ha dicho que confía en nuestra oración, así que ahora vamos a rezar por él para que Jesús, la Virgen y Juan Pablo II le ayuden a ser muy buen Papa. Se llama Benedicto". Pero ellos me corrigen: "¡Benedicto dieciséis!". Uno de los niños saca un arrugado papel se su bolsillo. Lo había traído de casa. Lo desdobla y en él decía en mayúsculas: PAPA BENEDICTO XVI. Nos quería informar del nombre del recién elegido. Pero continúa: "antes se llamaba cardenal Ratzinger". Uno de la última fila apunta: "ese dieciséis está en números romanos"."Es de Alemania", se oye también. Cada uno quería aportar lo que sabía.
Es obvio que todo esto lo han estado viviendo estos días pero, además, se han sentido protagonistas al rezar porque confían en que Dios escucha su oración.
Ante la alegría que sienten, uno de ellos dice que él va a hacer un dibujo al Papa. "¡Ah!, pues yo le voy a escribir”, añade otro que no quiere ser menos. . "¿Y qué le diríais al Papa?". Es entonces cuando cojo papel y lápiz porque estoy convencida de que sus frases no tendrán desperdicio, y anoto:
- Que nos cuide.
- Que nos ayude, dice Cosme, a lo que Sofía añade: que le ayudemos también nosotros.
- Que le queremos mucho.
- Que nos haga caso, dice Gabriela, pero Alejandro le corrige: que le hagamos nosotros caso.
- Que le queremos un montón.
- Que sea como el otro Papa de bueno.
- Que estamos muy contentos, a lo que Sofía apunta como si el otro no hubiera terminado la frase: con el nuevo Papa.
- Que nos ayude a ser buenos.
- Que el otro Papa que está en el cielo le diga que haga las cosas bien.
- Que estamos muy felices.
- Que le damos abrazos.
"Bueno, y ya la última cosa", les advierto. Un niño termina: que esté en el cielo. "Bueno, déjale que esté un poco en la tierra; no nos lo mates tan pronto". Ante mi comentario, levanta el tono casi reprochándome que no haya captado lo que me ha querido decir: "¡No, que su corazón esté en el cielo!".
Lo que está claro es que los niños están muy contentos porque YA TENEMOS PAPA y saben que es algo que debemos celebrar.
UNA FOTO CON UN SANTO
Roxye Carter Cieply
En los días previos al Cónclave desempolvé las fotos que tengo con el Cardenal Ratzinger. No podía no hacerlo. Además, no me he cansado de enseñárselas a mis amigos diciéndoles: «Tal vez éste sea nuestro próximo Papa».
Las palabras no pueden expresar los sentimientos que experimenté cuando lo vi salir, por televisión, en el balcón de la Basílica.
Siempre supe que el Cardenal era una persona que jugaba un eminente rol en la Iglesia, además de ser una de las manos derechas de Juan Pablo II. Cuando le veía en periódicos o por televisión, me parecía un hombre santo. Pero esta suposición se confirmó en el momento en que le conocí.
Visité Roma durante el año jubilar del 2000. Después de un breve paseo por los Jardines Vaticanos, salimos a recorrer la Plaza de San Pedro. En un momento nos paramos cerca del obelisco. Desde ahí, noté que un sacerdote caminaba sereno por la Plaza. Vestía una larga gabardina; su brillante cabello blanco resaltaba por debajo de su boina oscura.
Conforme se acercó, pude ver que su sotana tenía un filo de color rojo. «Este debe ser uno de los Grandes», pensé. Vi su mano, y tenía un anillo episcopal. «Sí, tiene que ser un cardenal».
«Vamos a saludarlo», les dije a mi esposo e hijo. Así que apretamos el paso. Cuando pude ver su rostro, me di cuenta de quién era.
«Buenas tardes, eminencia», le dijo mi hijo en un italiano bastante rudimentario. Él se paró. Volteó y, con una sonrisa, nos dijo: «Buon giorno!». Mi hijo, un poco nervioso, le dijo: «Umm… Eminencia, sólo quiero presentarle a mis padres. Yo estoy estudiando en Roma y me han venido a visitar».
Él preguntó de dónde éramos, y, gracias a Dios, comenzó a hablar en inglés.
No queríamos quitarle más tiempo, así que le pedimos su bendición y le agradecimos sus atenciones. Mi esposo, armándose de todas sus agallas, le preguntó si le podía sacar una foto. Él respondió -siempre sonriendo- que desde luego. Puso una condición: «Pero con toda la familia».
Lo vimos alejarse, todavía sorprendidos, hasta que entró en el Vaticano. Más tarde, un sacerdote nos dijo que ese era el camino que seguía para entrevistarse con el Santo Padre.
DOS RECUERDOS CON EL CARD. RATZINGER
Martín Ribas
Recuerdo 1:
Mi madre me contaba, hace algunos años, cómo un joven y apuesto sacerdote llamado Joseph Ratzinger llegó a su parroquia Heilig Blut en Bogenhausen (Munich) para ser vice-párroco. Sus homilías eran extraordinarias. Y en casa se decía: «este sacerdote será alguien grande en el futuro».
En el año 2002, saludé personalmente al Card. Ratzinger, después de la misa que solía celebrar todos los jueves para los peregrinos alemanes y cualquier persona que deseaba acudir. Me presenté y le conté sobre mi madre y la familia, y cómo se acordaban de él.
Su pronta y amable respuesta me impresionó. En seguida adivinó la edad de mi madre. Además, me contó, en un tono siempre sereno y cordial, cómo tuvo ocasión de acudir a la casa de mi tío abuelo, llamado Dietrich Hildebrand, para una conferencia sobre la fe, pues la casa se encontraba cerca de la parroquia.
También me sorprendió cuando dijo que mi tía abuela acababa de escribir una biografía sobre tío Dietrich. Decía que le parecía buena y que estaba por salir una biografía más corta.
Se mostró contento de saludarme. No dejó de asombrarme su sencillez y cercanía; y ¡qué decir de su memoria! Al final le pedí un autógrafo, pues había traído conmigo su libro «La Sal de la Tierra». Con gusto lo firmó y se despidió deseándome lo mejor para los estudios.
Recuerdo 2:
Hace un año y medio tuve la oportunidad de ser monaguillo en una misa con el Card. Ratzinger. Era una misa privada con conocidos del Cardenal. Me invitó un amigo que conoce bien a la familia y que organizó la ceremonia. En ella confería el sacramento de la confirmación a una de las hijas.
Cuando llegó el Cardenal a la sacristía del Santo Ufficio, nos saludó con amabilidad, uno por uno. Al llegar mi turno me preguntó por mis estudios. Le dije que estudiaba 1º de teología. Entonces se interesó por las asignaturas y estuvimos hablando sobre Teología Fundamental: algunos temas y autores.
Yo no salía del asombro de que el mismo Card. Ratzinger se interesaba por los estudios de un seminarista. Sentía una alegría y ánimos indescriptibles. ¡Qué hombre tan humilde y bondadoso! Desde entonces he guardado siempre un grande afecto y aprecio por él.
ESTOY LEYENDO SU LIBRO
Luca Frontali
Me acerqué al Portone di Bronzo, hace ya 4 años, a recoger unos boletos para la audiencia papal de los miércoles. Cerca de ahí, en la Piazza della Città Leonina, pude ver una figura baja, con un abrigo negro y el solideo rojo. Era el Card. Ratzinger.
Estaba hablando con Mons. Bertone, aún secretario de la Congregación para la Doctrina de la fe. Una vez que éste se alejó, yo me acerqué al Cardenal.
Me miró con sus ojos cristalinos. Me saludó con tal tranquilidad, que parecía que lo único que tenía que hacer era estar conmigo. Le besé el anillo episcopal y entablé con él una conversación.
Le dije sin más: «Estoy leyendo su libro, Eminencia...».
Con una sonrisa modesta y radiante, me preguntó: «¿Cuál?» Es bien sabido que la producción literaria de Ratzinger es muy abundante: más de 700 libros y artículos. Pero me comió la emoción de estar de frente a él.
Le respondí: «Ah, perdón, el de su vida, su biografía...». Sonrió bonachonamente y dijo: «Oh, aquellos son unos recuerdos personales y nada más». Su actitud me desveló el alma humilde de aquel gran hombre. No pude menos que recordar las palabras de Bernanos: la verdadera humildad es, ante todo, decoro y equilibrio.
Le pedí sus oraciones y me despedí. Estaba muy contento de ver que la figura del gran custodio de la fe -«el número dos en la Iglesia», como lo solían apodar-, se portaba de manera tan natural y cercana, sin aspavientos que hicieran pensar a nadie la importancia y la carga de su misión. No cabe duda que nuestro nuevo Papa es una persona afable y muy humana.
LA IMPORTANCIA DE LOS DETALLES
Jason Jurotich
Tuve la gracia de participar en una de las Misas de sufragio de Dina Bellotti, renombrada artista que retrató a Juan Pablo II. En ésta, me invitaron a cantar un salmo. Obviamente, acepté la invitación inmediatamente.
Al llegar a la iglesia, me di cuenta de que el Card. Ratzinger estaba sentado en una de las bancas, participando en la celebración como un fiel más. Me llamó mucho la atención su espíritu de recogimiento y oración. Vivía estos momentos de modo tan intenso que contagiaba su fe a los que le rodeábamos.
Pero esto no fue todo. Después de la Misa se fue a la sacristía para saludar a los que habíamos ayudado en la ceremonia. Jamás nos había visto, y, sin embargo, mostraba una gran cercanía hacia cada uno de nosotros.
Me impactó que, cuando llegó a mí, me llamó «il profesionale» (el profesional), refiriéndose al salmo que había cantado. Me quedé conmovido por el modo como me lo dijo.
Por lo demás, no tenía por qué hacer nada de esto. Por ello, sus palabras de esa tarde, más que un halago, eran una lección de vida que me enseñaban la importancia de la gratitud y la fuerza de la sencillez.
¡VENGA TU REINO!
Algunos de nuestros seminaristas están escribiendo las experiencias que han tenido con el actual Papa cuando era cardenal. A lo mejor te interesan para una sección de testimonios. Te mando una que me gustó y a ella uno mi abrazo y mi bendición.
Ayer, el Papa escribió un mensaje precioso al rabino de Roma. Dice: “Confío en la ayuda del Altísimo para continuar el diálogo y reforzar la colaboración con los hijos y las hijas del pueblo hebreo”. Es un mensaje corto, pero el rabino de Roma, Riccardo Di Seni ha dicho que está muy complacido y agradecido por este mensaje, tan inmediato, importante y significativo”.
Dios te bendiga. Afectísimo en Cristo, Miguel Carmena, L.C.
UN HOMBRE ABIERTO Y CORDIAL
Daniel Hennessy
En otoño de 1997 llegué a Roma para iniciar mis estudios de filosofía. Para mí, todo era novedad, frescura y sorpresas. Me apasionaba, sobre todo, pensar que estaba viviendo en el corazón mismo de la Iglesia.
Me llamó mucho la atención la vida eclesial que se vivía, y que casi se respiraba por aquí. En la capital italiana, el pan nuestro de cada día es ver por las calles a cientos de religiosas, misioneros, monseñores y hasta obispos. Pero, la verdad, nunca pensé en que el encuentro con un cardenal fuera también algo natural.
Un día, algunos sacerdotes amigos míos me invitaron a comer a un restaurante típicamente romano. La comida fue muy amena y sosegada. Al terminar, nos dirigimos hacia la Basílica de San Pedro, a rezar el credo en la tumba del primer Papa.
Casi al llegar, nos cruzamos casualmente con el entonces Cardenal Ratzinger y su secretario, quienes regresaban a sus apartamentos después de una jornada de trabajo. Se les veía realmente cansados.
Sin embargo, cuando el Cardenal nos vio, se detuvo a saludarnos uno a uno. Nos preguntó el nombre a cada uno, el lugar de procedencia y qué hacíamos en Roma. Nos dio unas palabras de aliento muy cálidas y se despidió.
Pasamos unos 8 ó 10 minutos hablando con él, allí en la banqueta cerca del Vaticano. Por lo que sé de otros compañeros, el Cardenal siempre aprovechaba cualquier oportunidad para acercarse a la gente.