La epidemia está impulsando un implacable ciclo de empobrecimiento, y se ha erigido en índice de las injusticias sociales y económicas existentes. Las personas de todos los niveles de ingresos son vulnerables al impacto económico del VIH/SIDA, pero los pobres sufren más agudamente.
En Botswana, donde la prevalencia del VIH entre adultos es de más del 35%, es previsible que dentro de los próximos 10 años una cuarta parte de las familias pierda a un sostén económico. Es probable que los ingresos familiares per cápita de esa cuarta parte de hogares más pobres desciendan en un 13%, mientras que es previsible que cada sostén familiar perteneciente a esa categoría adopte cuatro personas dependientes más como consecuencia del VIH/SIDA.
En África subsahariana, las penurias económicas de los dos pasados decenios han dejado a las tres cuartas partes de la población del continente sobreviviendo con menos de US$ 2 diarios.
En las zonas gravemente afectadas, las familias se enfrentan a la situación reduciendo su consumo de alimentos y otros gastos básicos, y por lo general venden bienes para cubrir los costos de la asistencia sanitaria y los sepelios. Algunos estudios realizados en Rwanda señalan que, por término medio, las familias con un paciente con VIH/SIDA desembolsan anualmente 20 veces más en atención de salud que los hogares sin ningún paciente con SIDA. Tan solo una tercera parte de aquellas familias puede ingeniárselas para satisfacer esos costos suplementarios.
De acuerdo con un nuevo informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), siete millones de trabajadores agrícolas han fallecido por causas relacionadas con el SIDA desde 1985 y se prevé que otros 16 millones fallecerán en los próximos 20 años. En esas circunstancias, la producción agrícola -particularmente de productos de primera necesidad- no puede sostenerse. Las previsiones de hambruna y escasez de alimentos generalizadas son reales.
Alrededor del 20% de las familias rurales en Burkina Faso han reducido su trabajo agrícola o incluso han abandonado sus tierras por causa del SIDA.
En Tailandia, las familias rurales están viendo reducirse a la mitad su producción agrícola. En el 15% de esos casos, los niños dejan la escuela para ocuparse de miembros de la familia enfermos y para recuperar la pérdida de ingresos.
A menudo las familias sacan a las niñas de la escuela para que cuiden de parientes enfermos o asuman otras responsabilidades familiares, poniendo en peligro su educación y sus perspectivas futuras.
En Swazilandia, la matriculación escolar se ha reducido en un 36% por causa del SIDA, siendo las niñas las más afectadas. Es indispensable hacer posible que los jóvenes -particularmente las niñas- vayan a la escuela y, a ser posible, que terminen su escolarización. Los sistemas de enseñanza primaria gratuita universal de Sudáfrica y Malawi señalan el camino. Los planes para ofrecer una segunda oportunidad de escolarización a las muchachas son otra opción.