Dr. Luis E. Ráez
El caso de Terri Schindler-Schiavo dio la vuelta al mundo. Esta mujer sufrió una lesión cerebral aparentemente irreversible durante una hospitalización en 1990. Su esposo enjuició a los médicos por negligencia médica y logró obtener un millón de dólares en indemnizaciones. Durante el juicio, Michael Schiavo conmovió al jurado asegurando que se dedicaría «a cuidar a mi esposa si fuera necesario por el resto de mi vida aunque no se recupere nunca». Sin embargo, menos de un año después del millonario fallo a su favor, Schiavo pidió que los médicos empiecen a tomar medidas para agilizar su muerte, como no reanimarla en caso de una falla cardiaca o desconectarle el tubo de alimentación e hidratación que aseguraba su supervivencia. Al mismo tiempo, Schiavo comenzó a frecuentar otras mujeres y terminó conviviendo con una de ellas a quien llama su «novia» y con quien tiene dos hijos.
Hace más de diez años comenzó la batalla legal entre los padres y amigos de Terri -incluyendo los trabajadores del hospicio que la cuidan sin cobrarle un centavo- contra el esposo. Hasta el octubre del año 2003 lograron que el esposo no desconecte las vías alimenticias a Terri y la deje morir de hambre y deshidratación. Sin embargo, un juez falló a favor del esposo y Terri fue desconectada del tubo y dejada sin comida y agua por casi cinco días. Los legisladores de Florida votaron a favor de una ley que autorizó al gobernador de Florida, Jeb Bush, a reinstalar el tubo de comida y evitó su muerte.
Cumpliendo su promesa, el esposo regresó a la corte para insistir el permiso de muerte para Terri alegando que ella está en un «estado vegetativo persistente», lo que equivale a poder abrir los ojos pero no tener conciencia. Esta situación les daba una excusa para dejarla morir privándola de los alimentos ya que, de según ellos, «ese tipo de vida no es vida». Sin embargo, el testimonio de los padres, amigos e incluso del sacerdote que le llevó la comunión hace tres años contradijo el diagnóstico ya que sostienen que Terri ha respondido en ocasiones a ciertos estímulos. (A pesar de todos los esfuerzos, Michael Schiavo logró su cometido. Terri murió de hambre y sed el 31 de marzo de 2005, trece días después que le retiraran el tubo que la alimentaba e hidrataba con el permiso del Poder Judicial).
Actualmente tenemos la ciencia y la tecnología necesarias para probar que el cerebro de una persona ha muerto, según la definición médica y moralmente aceptada de muerte. En ese caso no habría problema en desconectar los instrumentos que mantengan artificialmente el corazón latiendo o los pulmones funcionando de una persona que ya murió. Sin embargo, el diagnóstico de «estado vegetativo persistente» es más controversial y menos exacto. Existe la idea general de que cuanto más tiempo pase en este estado, el chance de recuperarse es menor. En el caso de Terri debido a los testimonios de los familiares y amigos, el diagnóstico es más inexacto todavía, y a eso se agregan las cuestionables intenciones del esposo que no tuvieron el apoyo familiar.
Más que el debate por la vida o muerte de una paciente, éste es un debate por la eutanasia en los Estados Unidos. Es importante recordar que la eutanasia significa hacer algo activa o pasivamente con el claro fin de matar a un sujeto. Los cristianos tenemos el concepto de «dejar morir» que significa: no prolongar innecesariamente por medios extraordinarios -como una máquina de ventilación- la vida de un paciente aumentando sus sufrimientos y dejar que el Plan de Dios, que es llevarse a la persona, continúe. Terri, por ejemplo, no tuvo máquina especial alguna, ella se alimentaba por un tubo en el estómago que muchos pacientes con cáncer cargan discretamente debajo de la ropa, un dispositivo que no causa muchas molestias y permite nutrir a la persona. La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos en 1994 estableció claramente que es humano y obligatorio dar agua y alimentos por un tiempo indeterminado a un paciente, si el beneficio es mayor al dolor o al sufrimiento. Agua y alimentos no son considerados «medios extraordinarios» como las máquinas que mantienen la vida artificialmente. En este caso también queda claro que aunque Terri tuviera un «estado vegetativo persistente» (sólo el término es una ofensa a la dignidad de la persona ya que da a entender que la persona se valora por la utilidad que tiene para la sociedad, en este caso ninguna porque es como un vegetal), ésta complicación médica no es fatal. La muerte no es inminente y la expectativa de vida es larga. Terri sobrevivió por quince años.
Al permitir el asesinato de Terri, se abrieron en Florida y Estados Unidos las puertas para que las cortes legislen a favor de la eutanasia. Al justificar la muerte de Terri como legal y justa, queda solo un paso muy pequeño para aprobar la eutanasia de un comatoso, un demente, un paralítico y así sucesivamente. Este principio llamado el de la «pendiente resbaladiza» se cumple en todo el mundo cuando la «cultura de muerte» -como la llama el Papa Juan Pablo II- empieza a destruir nuestros principios morales paso a paso. Lo mismo ocurrió en Holanda, donde la eutanasia se legalizó para pacientes con cáncer terminal, luego las cortes se volvieron más flexibles y ahora se permite la eutanasia a personas deprimidas sin ninguna enfermedad terminal o incluso para recién nacidos con alguna malformación.
En Estados Unidos aún tenemos presente la tragedia de haber aprobado el aborto en el caso de una mujer supuestamente violada en 1973 -que confesó después de muchos años que había mentido- y vimos cómo las cortes se fueron flexibilizando hasta permitir el aborto de niños de nueve meses de gestación a punto de nacer en el llamado aborto por nacimiento parcial. Casos como el de Terri son raros y de abrirse las puertas para la eutanasia se estaría exponiendo a más de tres millones de ciudadanos estadounidenses. Estamos hablando de todos aquellos de edad avanzada, que viven en casas de ancianos y hospicios que serían fácilmente amenazados por su poca lucidez mental o depresión, tan frecuentes en este grupo.
Además, el falso concepto de «matar por misericordia» resulta una aberración. Este concepto sólo se aplica en animales y no en seres humanos que tienen una dignidad única, universal e irrenunciable dada por Dios, aunque tengan la peor enfermedad y estado físico. El valor de la vida de un ser humano no puede ser reducido o estimado por la utilidad que represente para la sociedad.
La Iglesia Católica siempre ha explicado claramente que la gente enferma o débil tiene derecho a ser cuidada y atendida para llevar la mejor vida posible, y atentar contra su vida es moralmente inaceptable. Asimismo, reconoce que el paciente enfermo tiene derecho a una muerte digna y no hay necesidad de aceptar procedimientos médicos extraordinarios que solamente agraven su sufrimiento y le prolonguen artificialmente la vida en una forma mínima. Esto es totalmente contrario a la intención pasiva o activa de matar a una persona como en el caso de la eutanasia.
La vida de Terri Schiavo era tan valiosa como la vida de cualquier político, deportista famoso o cualquiera de nosotros.