Mons. Elio Sgreccia
Cómo se insinúa en la sociedad la cultura de la muerte
En el ámbito de la actividad de asistencia sanitaria, el paciente moribundo ocupa un lugar muy importante que hunde sus raíces en la concepción de la vida y del hombre. Acompañar en las últimas fases a un paciente plantea interrogantes profundas al médico y al personal de enfermería, interrogantes que no pueden ser resueltas solamente con un método técnico; la verdadera naturaleza de tales cuestiones es antropología y ética. A la ética se le reconoce hoy un papel esencial en la organización de la salud[1]. Por otro lado, usualmente afirmamos que sabrá afrontar la muerte del paciente sólo aquel que haya resuelto el problema de la propia muerte. Lamentablemente, tal conciencia no está difundida y ésta es una de las razones por las cuales observamos en el mundo el florecimiento de lo que el Santo Padre llama "la cultura de la muerte".
La pobreza de la conciencia antropológica está acompañada por la influencia de una ética procedimental que procura sustituir la comprensión profunda del hombre por un equilibrio de principios éticos que, sin embargo, carecen del fundamento necesario en la ontología de la persona. Como afirma Gayling en una famosa obra suya[2], se observa una perversión del concepto mismo de autonomía del paciente que no respeta su realidad de relación ni de la autonomía del médico; la relación médico/paciente se desnaturaliza y envilece en una dinámica cliente / técnico; el consentimiento informado, lejos de ser el lugar donde se constituye la alianza terapéutica, se transforma en un procedimiento de salvaguardia jurídica del médico; la economía sanitaria, en vez de ser una ciencia dirigida a encontrar los recursos necesarios para asistir al enfermo, se transforma en un índice cualitativo de la productividad del enfermo.
No sorprenderá, entonces, que el morir se convierta en el último absurdo evento de una vida de la cual no se supo aprehender el significado, absurdo por esto extremadamente más doloroso y fuente de desesperación.
Esta es la razón por la cual pensamos que la asistencia al paciente moribundo requiere un esfuerzo más que técnico, de naturaleza antropológica, capaz de restituir al hombre el verdadero sentido de su muerte y de iluminar su conciencia según la verdad. Querer condicionar el valor objetivo de la vida humana sobre la base de "índices de calidad", confundiendo por tanto el valor de la vida con el valor de la calidad de la vida, domina la valoración de la vida humana en sus últimos momentos. De este modo se llega al fenómeno de la "eutanasia". Drama moral que puede ser descrito esquemáticamente por tres etapas sucesivas que en este momento delineamos brevemente[3].
La primera etapa que conduce hacia la situación actual está dada por aquellas situaciones que ponen al médico frente a casos de excepcional gravedad. Éste, habiendo puesto en acción todos los recursos terapéuticos y asistenciales disponibles, ve sufrir de modo extremo a su paciente que va, sin duda alguna, hacia una muerte lenta pero irrevocable. Tal situación, real caso límite[4], convence al médico de eliminar a su paciente por pura compasión. Esta perturbación de la vocación médica, mitigada en la conciencia por la dramaticidad del caso, será el primer paso: de hecho el valor y la dignidad de la vida humana ya no serán bienes indispensables.
La segunda etapa consistirá en ensanchar la aplicación de la eutanasia hacia otros casos clínicos que, si bien no son tan dramáticos como el primero, son considerados por el médico, por quien los observa, o por el paciente mismo, como una "condición de vida no digna". En este punto ya no se discute sobre la inviolabilidad de la vida humana (dando por descontado que no se trata de un principio moral absoluto), sino sobre la valoración de la dignidad de la vida en concreto. De este modo, la eutanasia se convierte en un argumento de habitual reflexión al interior del forum científico y jurídico donde, poco a poco, no se hablará ya de su carácter lícito / ilícito, sino más bien de su mayor o menos conveniencia en casos concretos, de las normas que deben regular su aplicación y de su aceptación social y política. Por otro lado, se pondrá cada vez más en evidencia la conveniencia de la eutanasia en términos de un cálculo costo/beneficio.
La tercera etapa será dar la eutanasia aún a quien no la pida[5]. Se trata de un retorno al peor modelo de paternalismo médico que, frente a una vida sufriente, decide dar la muerte como la solución que él mismo elegiría. El operador sanitario (el médico o enfermero/a) adquiere entonces un poder discrecional sobre la vida del paciente[6]. De este modo la eutanasia se transforma en un acto virtuoso, llegándose a negar que la vida tenga un valor intrínseco[7].
La causa profunda de este proceso cultural puede ser individualizada en la estrategia para conquistar el consenso público sobre la eutanasia[8], que culmina en una idea perversa de libertad, valor que llega a configurarse como poder sobre los otros y contra los otros[9]. Por este camino se llega a difundir en la opinión pública la idea de que o se está a favor de la eutanasia o se acepta ser cruel con el enfermo: se construye por tanto un falso dilema que podremos desenmascarar distinguiendo la defensa de la vida del ensañamiento terapéutico, la eutanasia de la aceptación de la muerte.
En realidad, "el corazón del drama"[10] está en el proceso de secularización que ha investido toda la sociedad, "el eclipse del sentido de Dios y del hombre, típica del contexto social y cultural dominado por el secularismo (...)"[11].
Definición de Eutanasia
Partamos de la consideración de la eutanasia para aclarar cuál debe ser el tipo de asistencia al paciente terminal.
Podemos definir eutanasia basándonos en distintos puntos de observación. El esfuerzo definitorio es un tema estrechamente ligado con la metodología clínica y la distinción semántica de los diversos términos es de capital importancia no sólo para impedir una comunicación ambigua, sino también para evitar malentendidos que a veces confunden el debate bioético.
Tomemos por definición aquella ofrecida por Marcozzi, sobre la cual se reencuentran también otros juristas y moralistas de reconocida competencia; por eutanasia se entiende "la supresión indolora o por piedad de quien sufre o se piensa que sufre o que pueda sufrir en el futuro de modo insoportable"[12].
Para evitar posibles confusiones nosotros usaremos el término eutanasia solamente en el sentido verdadero y propio, definido por el documento y por los teólogos moralistas, reservando el término "cura del dolor" o terminología médica más técnica para otros casos. Para completar el panorama de las definiciones es necesario agregar que hoy se habla de eutanasia no solamente en relación al enfermo grave y terminal, sino también en otras situaciones en el caso del neonato que padezca defectos graves (wrongful life) para el cual algunos sugieren el abandono mediante sustracción de alimentos con el fin de evitar el sufrimiento -así se dice- del sujeto y el peso a la sociedad. En situaciones como ésta se habla de "eutanasia neonatal". Está apareciendo ahora otra acepción de eutanasia llamada "social", la cual se plantea no ya como la elección de un simple individuo, sino de la sociedad.
Se argumenta que, como consecuencia del aumento de los gastos en salud, la economía de un país no estaría en condiciones de sostener el gasto financiero requerido para la asistencia de los enfermos con patologías muy prolongadas en cuanto al pronóstico y muy onerosas en cuanto a los costos. Los recursos económicos serían así conservados para los enfermos que una vez curados, puedan volver a la vida productiva y laboral. Esta es una de las amenazas de una economía que quisiera obedecer solamente al criterio del costo-beneficio.
El examen de la definición nos obliga a subrayar la doble forma con la cual puede ser llevada a cabo la eutanasia: a través de una acción o de una omisión. Se puede hablar por tanto de eutanasia activa u omisiva, según si se trata de una intervención para anticipar la muerte (una intención letal) o de la privación de una asistencia todavía válida y debida. Los periódicos y la prensa hablan de eutanasia pasiva, confundiéndola con la omisiva: no son lo mismo. A veces es necesario ser pasivo, es decir, no llevar a cabo intervenciones desproporcionadas, pero no es lícito omitir los cuidados debidos.
El falso dilema entre eutanasia y crueldad hacia el paciente
Esta aclaración definitoria puede liberar el campo del falso dilema que contrapone la aceptación de la eutanasia, dirigida a dar al paciente una muerte considerada "digna", a una postura de cruel desapego hacia el mismo, casi un abandono en la fase terminal de la enfermedad. Para nosotros este dilema no existe porque, junto con rechazar la eutanasia, indicamos siempre la vía de la asistencia clínica, psicológica y pastoral del paciente, de modo tal que pueda afrontar del mejor modo posible sus últimas jornadas de existencia terrena.
2. RECHAZO DE LA EUTANASIA
Evaluación teológica de la eutanasia
Para delinear un itinerario ético de asistencia al enfermo terminal, es necesario antes que nada tomar una posición clara frente a la eutanasia verdadera y propiamente dicha.
En la Encíclica Evangelium Vitae, Su Santidad Juan Pablo II ha confirmado y sintetizado aquello que es la postura de la enseñanza magisterial respecto a la vida en general y a la eutanasia en particular. Este documento nos ofrece dos indicaciones importantes, que presentamos a continuación de forma esquemática:
La primera es la conexión, de naturaleza antropológica y teológica, que existe entre el aborto y la eutanasia, que hace de estos dos fenómenos el fundamento de aquella cultura de la muerte que amenaza con penetrar cada vez más las sociedades consideradas como avanzadas.
No se trata sólo de actos aislados que ofenden la dignidad humana de quien la sufre y de quien la cumple, sino que constituyen un verdadero y real atentado contra la humanidad y contra los derechos fundamentales del hombre[13].
El aborto y la eutanasia tienen su profunda causa en la ilusión del hombre de sustituir a Dios como Señor de la vida y de la muerte. "Se vuelve a proponer la tentación del Edén: transformarse en Dios -conociendo el bien y el mal (Gen, 3.5 EV. N. 66)-" que necesariamente llevará al dominio del más fuerte sobre el más débil en una lógica inmanente que, infringiendo el verdadero sentido de la filiación divina, vacía de significado la virtud de la solidaridad.
Tanto en el aborto como en la eutanasia la causa próxima de la decisión será el rechazo del sufrimiento más allá de la comprensión de éste como vía de identificación con Cristo. El sufrimiento humano es entendido, entonces, como una cosa sin sentido, actuando un reduccionismo antropológico y existencial que elige, evidentemente, el materialismo como referencia necesaria.
La segunda indicación es la valoración moral de la eutanasia como "una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto es moralmente inaceptable matar deliberadamente a una persona humana (EV. N. 65)". Esto es afirmado de modo solemne en la Encíclica, subrayando que se trata de una enseñanza en continuidad con el Magisterio precedente de Pío XII[14], de Paulo VI[15], del Concilio Vaticano II[16], de la doctrina expuesta (...) en Declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe[17] y de las enseñanzas de inminentes doctores de la Iglesia, como Santo Tomás de Aquino, que "siempre fue propuesto por la Iglesia como maestro del pensamiento y modelo del recto modo de hacer teología"[18], y San Agustín de Hipona[19]. Podemos afirmar que se trata sin duda de una doctrina enseñada como definitiva por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia. "Podría parecer que en la doctrina sobre la eutanasia haya un elemento puramente racional, dado que la Escritura no parece conocer el concepto. Sin embargo, emerge en este caso la mutua interrelación entre el orden de la Fe y el de la razón: la Escritura excluye, por cierto, con claridad, cualquier forma de autodisposición de la existencia humana como la supuesta en la praxis y en la teoría de la eutanasia"[20].
El Santo Padre recuerda que "tal doctrina está fundada en la ley natural"[21], de modo que "aún entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la Gracia, puede llegar a descubrir (...) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término"[22].
Valoración filosófica de la eutanasia
La misma enseñanza de la Iglesia nos pide justificar también filosóficamente el rechazo de la eutanasia.
Visto que el valor de la vida humana "puede ser conocido en sus rasgos fundamentales aun por la razón humana"[23] este conocimiento racional de la naturaleza humana y la comprensión de su dignidad reclama un retorno a un realismo que sepa ir más allá del realismo puramente ontológico de estampa aristotélica, más allá del realismo fenomenológico del zurück zum Gegenstand (regreso al objeto), para llegar a un realismo personalista del retorno, no tanto al objeto, sino al hombre en cuanto persona[24]. La vida humana tiene ese valor y dignidad en sí, por ser vida de una persona. La vida física es constitutiva de la persona que es espíritu encarnado, y es condición de su existencia en el mundo; es su valor fundamental. Por tanto, ella no puede ser valorada tomando como criterios valores menores y relativos, ni puede ser declarada a disposición de otros. Es indisponible. No se puede derivar su ser "digno", por ejemplo, a partir de la edad cronológica, ya que ésta depende de la vida y no al contrario. No podrá ser la salud la que dé dignidad a la vida humana porque la salud, que hace referencia al cuerpo, no posee la vida en sí, sino que participa de la vida. En otras palabras, la salud es el estado del cuerpo de una persona viva: en efecto en la muerte el cuerpo pierde su dignidad porque ésta era participada. Además la vida humana no podrá ser más o menos digna según