Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contricción
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos , y ante cuya magestad tiemblan de pavor las potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil y asqueroso gusanillo de la tierra, sino además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia, con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mió! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad iguala a la grandeza de vuestro Sér, y que si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración para todos los días
¡Oh Madre Santísima de la Luz, Virgen la más amable, dulce, tierna y benévola que ha salido de las manos del Creador, para consuelo, amparo y bien de todos los mortales! Nosotros os alabamos, bendecimos y tributamos el justo homenaje de las más rendidas gracias, por la dignación que habéis tenido de regalar a esta Ciudad vuestra soberana Imagen, bendita por esa vuestra misma mano, que con tan blando afecto acarició al niño Jesús en el pesebre, y con tan dolorosa compasion tocó sus llagas, cuando fué bajado de la Cruz y puesto en vuestro regazo. Al mismo tiempo, benignísima Señora, os agradecemos en lo íntimo del alma, el que hayáis escogido para hacernos este rico presente, el mismo dia en que nuestra Madre la Santa Iglesia celebra vuestra Visitación a vuestra prima Santa Isabel; en lo cual entendieron nuestros padres, y hemos experimentado constantemente sus hijos que veníais a dispensarnos singulares favores, como los derramásteis a manos llenas en aquella ciudad de Judá. Con tan plausible motivo os consagramos este novenario, en el cual queremos refrescar la memoria de vuestras liberalidades, para perpetuo testimonio de ellas a las futuras generaciones e impetrar de vuestra bondad inagotable, la gracia de que a la hora de nuestra muerte, nos hagais una visita, para entregar nuestra alma en vuestras maternales manos. Así os lo suplicamos por el divino Niño que tan graciosamente sosteneis en vuestro brazo izquierdo. Amén.
Séptimo Día de la Novena
Gloriosísima Virgen María, a quien después de Dios, se debe todo honor y alabanza, con absoluta preferencia a toda otra criatura: nosotros nos congratulamos por los magníficos encomios con que contestó a vuestra salutación la santa y nobilísima Isabel, pues obedeciendo no ya a los impulsos de la amistad y parentesco, sino a las inspiraciones del Espíritu Santo, abrió sus labios llena de alborozo, y exclamó en alta voz diciéndoos: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Estas mismas palabras, oh augusta Señora del universo, han sido repetidas en todos los siglos por todas las generaciones, y nosotros las hemos recojido de los labios de nuestros padres, cuando éramos todavía niños, y después, de la boca de los predicadores que nos han enseñado a honraros, en unión de vuestro tierno Niño, con estas expresiones, tan llenas de unción celestial y de sagrado fuego. Bien sabéis, Madre Santísima, que en vuestra devoción hemos cifrado nuestra dicha, especialmente desde que os dignásteis honrar este lugar con vuestra presencia; por lo cual celebramos hoy vuestras grandezas con el coro de los Tronos, suplicándoos que a la hora de nuestra muerte, no veamos a vuestro divino Hijo como Juez tremendo, sino que nos le presenteis en vuestros brazos como dulce Niño; y finalmente, que si la gracia que ahora os pedimos ha de conducirnos á nuestra salvación, nos la concedáis propicia. Amen.
Se hace la petición y después se rezan tres Ave Marías en esta forma:
Dios te salve, María Santísima, poderosísima hija de Dios Padre, Virgen purísima antes del parto. Dios te salve María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Ahuyentad de tu pueblo la herejía.
Dios te salve, María Santísima, dignísima Madre de Dios Hijo, Virgen purísima en el parto. Dios te salve María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Asistidme piadosa en mi agonía.
Dios te salve María Santísima, castísima Esposa de Dios Espíritu Santo Virgen purísima despues del parto. Dios te salve María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Que se salve por Vos el alma mia.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo en fin, cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazon y en el de vuestro divino Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto entre su Magestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos quedariamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, protejed a las personas que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.