El Papa Francisco sostuvo hoy un encuentro ecuménico e interreligioso en el Centro Estudiantil Franciscano Internacional, durante su visita apostólica a Bosnia-Herzegovina, un país con profundas divisiones étnicas y religiosas que los llevaron a una guerra a inicios de la década de 1990.

De los 3.8 millones de habitantes de Bosnia-Herzegovina, el 40 por ciento son musulmanes/bosnios, 40 por ciento son cristianos ortodoxos/serbios y el 15 por ciento son católicos/croatas.

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A continuación, el texto completo del discurso del Papa Francisco en el encuentro ecuménico e interreligioso en el Centro Estudiantil Franciscano Internacional:

Señor Cardenal,

Ilustres autoridades religiosas,

Queridos amigos:

Me alegro de poder participar en este encuentro, que reúne a los representantes de las confesiones religiosas presentes en Bosnia y Herzegovina. Saludo cordialmente a cada uno de ustedes y a sus comunidades, y agradezco en particular sus amables palabras y las reflexiones que me han propuesto.

El encuentro de hoy es signo de un deseo común de fraternidad y de paz; y da fe de una amistad que se ha ido construyendo a lo largo del tiempo y que ya vivís en la convivencia y la colaboración cotidianas. Estar aquí es ya un «mensaje» de ese diálogo que todos buscamos y por el que estamos trabajando.

Quisiera recordar especialmente, como fruto de este deseo de encuentro y reconciliación, la institución, en 1997, del Consejo local para el Diálogo Interreligioso, que reúne a musulmanes, cristianos y judíos. Me congratulo por la obra que el Consejo está desarrollando en la promoción de varias actividades de diálogo, la coordinación de iniciativas comunes y las conversaciones con las Autoridades estatales.

Su trabajo es de gran valor para esta región, y en Sarajevo particularmente, cruce de pueblos y culturas, donde la diversidad, por un lado, constituye un gran recurso que ha permitido el desarrollo social, cultural y espiritual de esta región y, por otro, ha sido motivo de dolorosas heridas y sangrientas guerras.

No es casualidad que el Consejo para el Diálogo Interreligioso y las otras valiosas iniciativas en el campo interreligioso y ecuménico surgieran al final de la guerra, como una respuesta a la exigencia de reconciliación y para hacer frente a la necesidad de reconstruir una sociedad desgarrada por el conflicto armado. De hecho, el diálogo interreligioso, tanto aquí como en cualquier parte del mundo, es una condición indispensable para la paz, y por eso es un deber para todos los creyentes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250).

El diálogo interreligioso, antes incluso de ser una discusión sobre los grandes temas de la fe, es una «conversación sobre la vida humana» (ibid.). En él se comparte el día a día de la vida concreta, en sus gozos y sus tristezas, con sus angustias y sus esperanzas; se asumen responsabilidades comunes; se proyecta un futuro mejor para todos.

Se aprende a vivir juntos, a conocerse y aceptarse con las propias diferencias, libremente, por lo que cada uno es. En el diálogo se reconoce y se desarrolla una convergencia espiritual, que unifica y ayuda a promover los valores morales, la justicia, la libertad y la paz. El diálogo es una escuela de humanidad y un factor de unidad, que ayuda a construir una sociedad fundada en la tolerancia y el respeto mutuo.

Por este motivo, el diálogo interreligioso no puede limitarse solo a unos pocos, a los responsables de las comunidades religiosas, sino que debería extenderse en lo más posible a todos los creyentes, involucrando las distintas esferas de la sociedad civil. Y una atención particular merecen en este sentido los jóvenes, llamados a construir el futuro del País.

Sin embargo, es bueno recordar que el diálogo, para que sea auténtico y eficaz, presupone una identidad formada: sin una identidad formada, el diálogo es inútil o perjudicial. Esto lo digo pensando en los jóvenes, pero vale para todos.

Aprecio sinceramente todo lo que han hecho hasta ahora y les animo en este compromiso por la causa de la paz, de la que ustedes, como líderes religiosos, son los primeros custodios aquí en Bosnia y Herzegovina. Les aseguro que la Iglesia Católica seguirá dando su pleno apoyo y asegurando su completa disponibilidad.

Todos somos conscientes que todavía hay mucho camino por recorrer. Pero no nos dejemos desanimar por las dificultades y continuemos con perseverancia por el camino del perdón y de la reconciliación. Al hacer justa memoria del pasado, también para aprender las lecciones de la historia, evitemos los reproches y recriminaciones; más bien, dejémonos purificar por Dios, que nos da el presente y el futuro, Él es nuestro futuro: Él es la fuente última de la paz.

Esta ciudad, que en los últimos tiempos se ha convertido tristemente en un símbolo de la guerra y de su devastación, hoy, con su variedad de pueblos, culturas y religiones, puede llegar a ser nuevamente signo de unidad, lugar en el que la diversidad no represente una amenaza, sino una riqueza y una oportunidad para crecer juntos.

En un mundo desgraciadamente todavía herido por los conflictos, esta tierra puede convertirse en un mensaje: dar fe que es posible vivir uno junto a otro, en la diferencia pero en la humanidad común, construyendo juntos un futuro de paz y de hermandad.

Les doy las gracias a todos por su presencia y por las oraciones que tendrán la bondad de ofrecer por mi servicio. Por mi parte, les aseguro que rezaré también por ustedes. El Señor les bendiga a todos.

Oración

Dios todopoderoso y eterno,

Padre bueno y misericordioso;

Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles;

Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob,

Rey y Señor del pasado, del presente y del futuro;

único juez de todos los hombres,

que recompensas a tus fieles con la gloria eterna.

Nosotros, descendientes de Abrahán según la fe en ti, único Dios,

judíos, cristianos y musulmanes,

humildemente nos ponemos en tu presencia

y con confianza te pedimos

por este país, Bosnia y Herzegovina,

para que puedan habitarlo en paz y armonía

hombres y mujeres creyentes de distintas religiones, naciones y culturas.

Te pedimos, Padre, que esto mismo suceda

en todos los países del mundo.

Refuerza, en cada uno de nosotros, la fe y la esperanza,

el respeto recíproco y el amor sincero

por todos nuestros hermanos y hermanas.

Haz que, con valentía, nos comprometamos

a construir la justicia social,

a ser hombres de buena voluntad,

llenos de comprensión recíproca y de perdón,

pacientes artesanos de diálogo y de paz.

Que todos nuestros pensamientos, palabras y obras

estén en armonía con tu santa voluntad.

Todo sea para tu honor y gloria, y para nuestra salvación.

A ti sea la alabanza y la gloria, por los siglos de los siglos, Dios nuestro. Amén.