En su discurso pronunciado en la Universidad de Al-Azhar, principal referente teológico y educativo del mundo musulmán suní, el Papa Francisco elevó "un 'no' alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios".

El Santo Padre señaló, ante los participantes en la Conferencia Internacional para la Paz, que cristianos y musulmanes "juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica".

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El Papa recordó que los diez mandamientos promulgados por Dios, y escritos en piedra en el Monte Sinaí, siguen plenamente vigentes hoy: "En el corazón de las 'diez palabras' resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato 'no matarás'".

En ese compromiso del respeto a la vida y de la práctica de la no violencia, el Santo Padre pidió la implicación de todas las religiones, pues "siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia".

Para Francisco "la violencia es la negación de toda auténtica religiosidad", por lo que rechazó cualquier tipo de justificación religiosa de la violencia.

"Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, Él es el Dios de la paz, Dios salam. Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre".

Pobreza y explotación

El Obispo de Roma pidió en su discurso "eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente", y "evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia".

En este sentido, reflexionó sobre el origen de los populismos que afectan a diversos Gobiernos en el mundo. "Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad".

Y advirtió que "ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia".

Además, renovó su llamado a poner fin al tráfico de armas, pues "para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse. Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales".

Educación

Francisco quiso ir hasta los orígenes mismos de la violencia, y señaló que la cultura de la paz y de la no violencia se debe empezar a promover desde las políticas educativas, "porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones. Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional".

"Con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad".

Aseguró que "la educación se convierte en sabiduría cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma".

Diálogo

En el ámbito del diálogo interreligioso, afirmó que "estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas".

El Papa Francisco citó tres indicaciones fundamentales que pueden favorecer el diálogo si se aplican de forma adecuada: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.

"El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro".

"La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos".

"La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación".

Por ello, estableció un vínculo estrecho entre educación y diálogo. "Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización".

Aporte común

Para lograr este objetivo, el Obispo de Roma señaló que cristianos y musulmanes tienen una misma responsabilidad: "En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación".

"Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente".

Esas dos actitudes tienen un mismo peligro: hacer que "la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla".

Por ello, el Santo padre insistió en su discurso en que la religión debe implicarse en la construcción de una cultura de paz, de no violencia, porque "la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres".

Francisco resaltó que cristianos y musulmanes deben trabajar juntos para construir la paz: "La religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca. Sin caer en sincretismos conciliadores, nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad", concluyó.

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