Cada 23 de junio la Iglesia Católica celebra a San José Cafasso, sacerdote natural del Piamonte, norte de Italia, quien fuera el confesor de San Juan Bosco y de muchos otros salesianos. Es el patrono de las cárceles italianas y de los presos condenados a muerte, cuya realidad conoció muy de cerca mientras se desempeñaba como capellán de un presidio. Para muchos de ellos, él fue el rostro misericordioso de Cristo en el instante final de la existencia.
Es quizás por eso que Don Cafasso es uno de esos santos capaz de enriquecer la comprensión cristiana de la muerte y, por qué no, de la vida. Poco antes de ser convocado a la presencia de Dios, San José Cafasso escribió: “No será la muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María”.
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‘El santito’
San José Cafasso (Giuseppe María Cafasso) nació en Castelnuovo de Asti, Piamonte (Italia), el 15 de enero de 1811. Siendo pequeño su familia y la gente del pueblo ya lo llamaban ‘el santito', por su espíritu piadoso y amable.
Sus primeros estudios superiores los realizó en el seminario y en la universidad de Turín. Posteriormente, continuó en el Instituto San Francisco, donde llegaría a ser profesor de Teología Moral. Fue ordenado sacerdote con solo 21 años, en 1833, por lo que tuvo que solicitar una dispensa dada su juventud.
Unos meses después de su ordenación se inscribió en el Convictorio Eclesiástico, entidad dedicada al perfeccionamiento de los estudios teológicos. A pesar de padecer de una deformidad en la columna -la que le acarreó molestias constantes-, José no se desmoralizó y llegó a ser un excelente maestro y sacerdote. A la muerte del Rector del Convictorio, fue nombrado en su reemplazo, desempeñándose como autoridad máxima del recinto por doce años.
Conocer la libertad en prisión
San José Cafasso ejerció un servicio pastoral muy especial, y muy duro a la vez: fue capellán de la cárcel de Turín. Allí tocó con la misericordia de Dios los corazones de muchos hombres que habían hecho cosas terribles en sus vidas; así como lo hizo también con aquellos que, siendo inocentes, cargaron con el repudio y el rechazo de una sociedad que no los quería.
El Padre José acompañó en el momento final a muchísimos condenados a la horca -unos 68 a lo largo de su capellanía-. En esos terribles momentos, camino al patíbulo, San José Cafasso intentó hacer presente a Cristo crucificado; de tal forma que, a través suyo, el perdón de Dios alcance a los reos de muerte. Conversiones, paz, arrepentimiento, serenidad y consuelo brotaron en innumerables almas gracias a que Cafasso confesó, bendijo y predicó la esperanza en la vida eterna.
Gracias a este santo sacerdote, otros tantos presos -destinados a vivir tras las rejas hasta la muerte- transformaron sus vidas y murieron confesados y en paz, asistidos por su paternal presencia. El P. Cafasso se había hecho “prisionero” y “reo de muerte”, a imitación de Cristo que, por amor a los pecadores, se hizo “prisionero de los prisioneros”, y signo de la libertad que Dios solo puede conceder: la del pecado.
Confesor y director espiritual de Don Bosco
Otra nota especial de la vida de San José Cafasso fue su relación con San Juan Bosco, a quien conoció cuando era un niño. El Padre José lo ayudó para que pueda solventar los gastos de estudio en el seminario y en el Convictorio. Siendo Don Bosco aún seminarista, fue el P. Cafasso quien lo llevó de visita a la cárcel por primera vez. Allí Don Bosco tuvo la oportunidad de presenciar los horrores que sufren quienes pasan sus días abandonados, sin esperanza, aplastados por sus crímenes, muchas veces llenos de rencor y amargura.
Cafasso sufría mucho por aquellos que eran muy jóvenes y que se habían dejado arrastrar por el mal, haciendo daño a gente vulnerable y echando a perder su juventud; entre ellos le conmovía aquellos que crecieron sin orientación, cariño, ni educación. Esas experiencias marcaron la vida del joven Juan Bosco, que desde entonces quedó con la inquietud por hacer algo que contribuya a prevenir que los jóvenes se pierdan.
Cuando a Don Bosco se le criticó alguna vez haber puesto en marcha la obra de servicio juvenil que lo haría famoso, San José Cafasso fue su gran defensor. Es más, el santo se volvió uno de los principales bienhechores de la naciente comunidad salesiana. A él también acudían toda clase de personas necesitadas, a las que recibió siempre con amabilidad y alegría contagiosa. Solía inculcar, además, en alumnos y discípulos espirituales la devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
Amor a la Madre de Dios
“Toda la santidad, la perfección y el provecho de una persona está en hacer perfectamente la voluntad de Dios… querer lo que Dios quiere, quererlo en el modo, en el tiempo y en las circunstancias que Él quiere, y querer todo eso únicamente porque Dios así lo quiere”, solía decir el P. Cafasso. Son célebres también esas hermosas palabras pronunciadas en uno de sus últimos sermones: “Qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y, justamente, así sucedió con él.
El sábado 23 de junio de 1860, el P. Cafasso fue convocado por Dios a su presencia. Tenía 49 años. San Juan Bosco, que presidió los ritos funerarios, recordó a su director espiritual y confesor como “maestro del clero, un seguro consejero, consuelo de los moribundos y gran amigo”.
San Jose Cafasso además de ser patrono de las cárceles es modelo de los sacerdotes comprometidos con la confesión y la dirección espiritual.
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