El Arzobispo Emérito de Corrientes (Argentina), Mons. Domingo Salvador Castagna, recordó que "el don de la vida incluye un llamado a vivirla a partir de una opción personal, una verdadera vocación que cada cual debe concretar sí o sí" y advirtió que "despreocuparse de la respuesta, como el siervo que esconde el talento para devolverlo como lo recibió, es un engaño".
En la sugerencia de homilía que publica para este domingo, el Prelado afirma que "mucha gente vive engañada, como adormecida, pensando que el Dueño mencionado en la parábola nunca regresará a pedir cuenta del don precioso que le ha confiado. El Dueño vuelve, para regocijo de unos y sorpresa de otros. No es un juez quien llega sino la Verdad que lo escudriña todo y nada deja sin cotejar. El que decide vivir en la Verdad, aunque sea a último momento, no tendrá motivos de temor".
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A continuación y gracias a la agencia AICA, la sugerencia de homilía de Mons. Castagna para este domingo:
1.- La parábola del Reino. La lectura de esta parábola produce sensación de vértigo a quien asume el compromiso de construir el Reino en su etapa temporal. La historia es esa "etapa"; es lo que se va construyendo con rasgos inevitables de transitoriedad. Jesús expresa que la parábola hace referencia a una realidad trascendente situada en lo definitivo: "El Reino de los Cielos se parece..." El calificativo de "celestial" indica su carácter extratemporal o definitivo. Pero, es el mismo Reino iniciado aquí, entre lágrimas y esperanzas, entre logros y fracasos. Ante el mayor de los fracasos - el pecado - Dios interviene para revertir la situación del hombre y volverlo al camino que conduce a la perfecta edificación del Reino. Es allí donde está toda la Verdad que el corazón naturalmente ambiciona y debe lograr. Pero, ¿cuál es la misión que corresponde al hombre en esa obra divino-humana? Es definida por la parábola con asombrosa claridad.
2.- La administración de los talentos. Los hombres son los administradores de "talentos" que deben hacer rendir. Cada uno ha recibido los propios, muchos o pocos, y es su deber activarlos y duplicarlos para ofrecerlos en el momento del regreso de Quien se los ha confiado. Detrás de la parábola está la vida que, así como la observamos, con sus esperanzas y conflictos, constituye el desafio de edificar el Reino. Cuando Jesús sale a predicar, repite el mismo discurso, breve y directo: "A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: 'Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca'". (Mateo 4, 17) Es inmediato el paso entre lo transitorio y lo definitivo, entre el tiempo y la eternidad. Si pudiéramos preguntar a quienes han dado ese paso, quizás sorpresivo, nos estremeceríamos. La fe, fundada en la Resurrección del Señor, ofrece la capacidad de saber lo que en realidad ocurre en ese límite llamado "muerte", muy temido pero ineludible. Sin fe la visión trascendente de la vida se desvanece y la misma vida temporal pierde su sentido, produciéndose un vacio existencial angustiante. El Evangelio, predicado y testimoniado por los cristianos, ofrece el aporte de su visión de la vida - "Evangelium Vitae" - y la forma de vivirla que le corresponde. El cristiano vive lo que cree. Su vida responde a la Verdad que se le ha revelado en Cristo muerto y resucitado. Sabe que la Verdad aceptada no es producto de sus débiles premisas filosóficas sino don que viene de Dios y se lo obsequia amorosamente.
3.- La vida como vocación. El don de la vida incluye un llamado a vivirla a partir de una opción personal, una verdadera vocación que cada cual debe concretar si o si. Despreocuparse de la respuesta, como el siervo que esconde el talento para devolverlo como lo recibió, es un engaño. Mucha gente vive engañada, como adormecida, pensando que el Dueño mencionado en la parábola nunca regresará a pedir cuenta del don precioso que le ha confiado. El Dueño vuelve, para regocijo de unos y sorpresa de otros. No es un juez quien llega sino la Verdad que lo escudriña todo y nada deja sin cotejar. El que decide vivir en la Verdad, aunque sea a último momento, no tendrá motivos de temor. El pecado original convierte a todos en necesitados de conversión y penitencia. Los más inocentes son pecadores arrepentidos. El Cielo está colmado de pecadores arrepentidos y, por lo contrario, el infierno lo está de pecadores impenitentes. Tiemblo ante numerosas muertes que manifiestan la inconciencia culpable de una vida carente de responsabilidad. Los famosos mensajes de Lourdes y Fátima incluyen la exhortación urgente a orar por la conversión de los pecadores. María insiste, ante el panorama triste de la vida egoísta de innumerables personas, en un necesario y urgente cambio: recuperar el sentido de la vida como respuesta de amor al llamado amoroso del Creador y Redentor. Ante el anhelo angustioso de muchedumbres sin rumbo o sin Pastor, Dios viene en auxilio de todos y de cada uno, para reconducirlos, por la conversión, a la Verdad perdida. El Reino de los Cielos es la Verdad que los hombres ambicionan poseer, para muchos aún no identificada.
4.- Es preciso duplicar los talentos. La predicación apostólica estaba dirigida a despertar el deseo de Dios, para luego satisfacerlo con el anuncio de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesús. Cristo es Dios que otorga la capacidad de volver a la casa del Padre con los talentos duplicados, con una respuesta nueva al nuevo llamado a la Vida, gracias a su Resurrección. No somos seres a la deriva existencial, disponemos de origen y de meta. Ambos trascienden la superficie, en la que vivimos entrampados, como pequeños animalitos sorprendidos por sus ocasionales captores. Abundan más los que esconden el talento, que quienes, conscientes de su responsabilidad, los duplican y devuelven a su Dueño. Siempre está próximo el momento de rendir cuentas. Aparece en el instante menos pensado, incluso cuando la prosperidad abre un futuro de cierta seguridad feliz. Es preciso que todos los hombres se empeñen en hacer de la vida una respuesta de amor a Quien los amó primero. Esa respuesta es un compromiso grave e ineludible que implica la perfecta sintonía de la voluntad humana con la de Dios. Allí se halla consolidada la base de toda moralidad o ética.