En el libro bíblico del Eclesiastés se lee: "¡Vanidad de vanidades, todo vanidad!". Algo que se suele decir a quien cuida mucho su apariencia o su belleza. Pero hay algunos santos que abordaron este tema en un plano más allá de lo superficial y nos dejaron por escrito sus enseñanzas.

1. La belleza está en nosotros

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San Agustín, Doctor de la Iglesia, en su libro El libre albedrío (Libro II, XVI,41) señala que la belleza está en uno mismo y esto nos permite apreciarla en el exterior.

"Todo cuanto hay de agradable en los cuerpos y cuanto te cautiva mediante los sentidos externos, es un efecto de los números, e investigarás cuál sea su origen, entrarás otra vez dentro de ti mismo y entenderás que todo esto que llega a tu alma por los sentidos corporales no podrías aprobarlo o desaprobarlo si no tuvieras dentro de ti mismo ciertas normas de belleza, que aplicas a todo cuanto en el mundo exterior te parece bello", explica.

2. Las características de lo bello

Las características de lo que es propiamente bello a nuestros sentidos nos lo da San Tomás de Aquino, otro Doctor de la Iglesia, quien en su Suma Teológica (Cuestión 5, artículo 4, pg. 131) señala: "Lo bello, por su parte, va referido al entendimiento, ya que se llama bello a lo que agrada a la vista”. 

“De ahí que lo bello consista en una adecuada proporción, porque el sentido se deleita en las cosas bien proporcionadas como semejantes a sí", añade.

3. Una santa enamorada de la hermosura

Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, tenía experiencias místicas y escribía poesías para Dios. En uno de sus poemas exalta la belleza y la hermosura divina.

"¡Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras! Sin herir dolor hacéis, y sin dolor deshacéis, el amor de las criaturas… Juntáis quien no tiene ser con el Ser que no se acaba; sin acabar acabáis, sin tener que amar amáis, engrandecéis nuestra nada", recita.

4. La belleza más importante

El gran apóstol San Pedro, en su Primera Carta, da unos consejos sobre la belleza más importante e indica "que su elegancia no sea el adorno exterior –consistente en peinados rebuscados, alhajas de oro y vestidos lujosos– sino la actitud interior del corazón, el adorno incorruptible de un espíritu dulce y sereno. Esto le vale a los ojos de Dios".