El Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicó un alentador mensaje a los fieles ante la pandemia del coronavirus COVID19 que ha obligado a varios países a declarar la emergencia sanitaria.
A continuación el mensaje completo del Cardenal Sarah publicado en su cuenta de Twitter, traducido del francés al español por ACI Prensa:
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Me alegra escribirles con estas líneas para alentarlos a rezar más, sin descanso. Recen especialmente con un corazón de amor y caridad, un corazón reconciliado con nuestros hermanos y hermanas.
Si las circunstancias o las disposiciones civiles o eclesiásticas provocadas por el coronavirus te impiden ir a la iglesia para encontrarte con el Señor, o tomar parte en la Eucaristía, ten presente que nadie, absolutamente nadie, puede impedirte volverte hacia Dios e implorar su ayuda en este momento de prueba.
Recuerda las palabras que Jesús nos dirige en el tercer domingo de Cuaresma: "Jesús dijo: 'Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren".
Esto, ahora, en este tiempo en el que el coronavirus oprime a los pueblos del mundo entero, nos hace volver con más intensidad, confianza y verdad hacia Dios para confiarnos a su ternura de Padre y hacia Santa María Virgen, para que ella nos cubra y nos proteja con su manto maternal.
San Pablo nos lo recomienda mientras escribe a los cristianos de Éfeso y a nosotros también "Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así velad con toda perseverancia y súplica por todos los santos".
Juntos, con un solo corazón y una sola alma, y unidos en la misma fe, elevemos las manos hacia Dios y supliquémosle. Confiémosle a Él el mundo y su Iglesia. Su corazón se ablandará y nos salvará.