En el marco del V centenario de la conversión de San Ignacio de Loyola en España, el Papa Francisco escribió una carta en la que destacó la integridad y coherencia del santo fundador de la Compañía de Jesús.
La misiva fue enviada al Cardenal Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona (España) y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, quien participó junto a otras autoridades en esta celebración que tuvo lugar el 14 de noviembre.
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A continuación, la carta íntegra del Papa Francisco:
Querido hermano:
El próximo 14 de noviembre se celebrará en Barcelona un evento singular, los 500 años de la llegada de un pobre soldado a un lugar recóndito de la geografía de España, cuando iba de camino a Tierra Santa.
Nuestro protagonista, después de haber servido al rey y a sus convicciones hasta derramar su sangre, iba herido en el cuerpo y en el espíritu, se había despojado de todo y tenía el propósito de seguir a Cristo en pobreza y humildad.
A él en ese momento poco le importaba hospedarse en albergues para pobres o tener que retirarse en una cueva para orar, menos aún que esto supusiera ser «estimado por vano y loco» (E.E. 167). Y, sin embargo -paradojas del destino-, cinco siglos después las autoridades civiles y religiosas de esa región, junto al Prepósito general del instituto religioso que él fundó, la Compañía de Jesús, se reúnen de forma institucional para celebrar este acontecimiento.
También yo deseo unirme a este acto, para lo cual he querido que me representes, rogándote que hagas llegar mi saludo a todas las autoridades presentes, tanto civiles como eclesiásticas, y en ellas al Pueblo fiel de Dios, que recuerda a san Ignacio de Loyola con devoción y cariño, y a los hombres de buena voluntad que lo respetan por ser un hombre íntegro y coherente en sus convicciones. Del mismo modo, a los miembros de la Compañía de Jesús, que como yo lo veneran como fundador.
Es significativo en estos momentos pensar que, para llevarlo hasta allí, Dios se sirviese de una guerra y de una peste. La guerra que lo sacó del sitio de Pamplona y fue el detonante de su conversión, y la peste que le impidió llegar a Barcelona y lo retuvo en la cueva de Manresa.
Es una gran lección para nosotros, pues guerras y pestes no nos faltan para que lleguemos a convertirnos. Podemos, por tanto, asumirlas como una oportunidad para revertir el rumbo seguido hasta ahora e invertir en lo que verdaderamente importa, sea cual sea el ámbito en que nos movamos.
Y es que, por medio de las crisis, Dios nos dice que no somos nosotros los señores de la Historia, con mayúsculas, ni siquiera de nuestras propias historias, y por más que somos libres de corresponder o no a las llamadas de su gracia, es siempre su diseño de amor el que dirige el mundo.
En aquella circunstancia, Ignacio se mostró dócil a esa llamada, pero lo más importante es que no retuvo esta gracia para sí, sino que la consideró desde el principio como un don para los demás, como un camino, un método que podía ayudar a otras personas a encontrarse con Dios, a abrir su corazón y dejarse interpelar por Él.
Desde entonces sus ejercicios espirituales, como otros itinerarios de perfección, tales como los doce grados de humildad de san Benito, las moradas de santa Teresa, o más sencillamente los que nos proponen las bienaventuranzas o los dones del Espíritu Santo, se nos presentan como esa escala de Jacob que desde la tierra nos lleva al cielo, y que Jesús promete a quienes lo buscan sinceramente.
Que el Señor te bendiga a ti, querido hermano, que bendiga al Pueblo que peregrina en aquellas tierras, y que la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.