El Papa Benedicto XVI cerró su viaje a Polonia con una visita al campo de concentración de Auschwitz donde pidió a Dios la reconciliación "para todos aquellos que, en esta hora de nuestra historia, sufren en nuevas formas el poder del odio y la violencia que el odio engendra".
En la solemne y silente ceremonia, el Papa rezó y ofreció un cirio encendido por los millones de judíos y católicos que perecieron aquí durante la persecución nazi.
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El Papa aseguró que el motivo de su visita de hoy es "implorar la gracia de la reconciliación, ante todo de Dios, que puede abrir y purificar nuestros corazones, de los hombres y mujeres que sufrieron aquí y finalmente la gracia de la reconciliación para todos aquellos que, en esta hora de nuestra historia, sufren en nuevas formas el poder del odio y la violencia que el odio engendra".
Según el Pontífice, "hablar en este lugar de horror, en este lugar donde se cometieron crímenes masivos sin precedentes contra Dios y el hombre, es casi imposible y es particularmente difícil y problemático para un cristiano, para un Papa de Alemania. En un lugar como éste, las palabras fallan; al final, sólo puede haber un silencio seco, un silencio que en sí mismo es un grito de corazón a Dios: ¿Por qué, Señor, permaneciste en silencio? ¿Cómo pudiste tolerar esto? En silencio, entonces, inclinamos nuestras cabezas ante la fila infinita de aquellos que sufrieron y que fueron muertos; que nuestro silencio se convierta en una plegaria por el perdón y la reconciliación, una plegaria al Dios viviente para que no permita que esto ocurra de nuevo".
El Pontífice recordó la visita que su antecesor Juan Pablo II hizo a Auschwitz en 1979, quien "llegó aquí como el hijo de un pueblo que, junto con el pueblo judío, fue el que más sufrió en este lugar, y en general, durante la guerra".
Benedicto XVI aseguró que "no podía dejar de venir. Tenía que venir. Para mí es un deber ante la verdad y una deuda justa hacia todos los que sufrieron aquí, un deber ante Dios, venir aquí como el sucesor del Papa Juan Pablo II y un hijo del pueblo alemán, un hijo del pueblo del cual un grupo criminal llegó al poder con falsas promesas de grandeza futura y la recuperación del honor de la nación, prominencia y prosperidad, como también a través del terror y la intimidación, con el resultado de que nuestro pueblo fue usado y abusado como un instrumento de su sed de destrucción y poder".
"¡Cuántas preguntas surgen en este lugar! Constantemente surge la misma interrogante: ¿Dónde estuvo Dios en esos días? ¿Por qué estuvo en silencio? ¿Cómo pudo permitir esta masacre sin fin, este triunfo del mal?", indicó el Papa.
"No podemos ver claramente el plan misterioso de Dios, sólo vemos hechos aislados, y nos equivocaríamos al ponernos como jueces de Dios y la historia. Así no defenderíamos al hombre sino que contribuiríamos a su perdición. No, cuando todo está dicho y hecho, debemos seguir gritando con humildad e insistencia a Dios: ¡Levántate! ¡No te olvides de la humanidad, tu criatura!", explicó.
"Nuestro grito a Dios tiene que ser al mismo tiempo un grito que penetra en nuestro mismo corazón para que despierte en nosotros la presencia escondida de Dios, para que el poder que ha depositado en nuestros corazones no quede cubierto o sofocado en nosotros por el fango del egoísmo, por el miedo de los hombres, por la indiferencia y el oportunismo", agregó.
El Papa consideró particularmente necesario elevar este grito a Dios en el momento actual, cuando "parecen surgir nuevamente en los corazones de los hombres todas las fuerzas oscuras: por una parte, el abuso del nombre de Dios para justificar una violencia ciega contra personas inocentes; y por otra, el cinismo que no reconoce a Dios y que escarnece la fe en Él".
"Gritamos a Dios para que lleve a los hombres a arrepentirse y a reconocer que la violencia no crea paz, sino que más bien suscita más violencia, un círculo de destrucción en el que a fin de cuentas todos pierden", concluyó.