Un día como hoy en el año 2001, en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo que se celebra cada 29 de junio, el Papa San Juan Pablo II hizo algo muy inusual: no celebró la Misa que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro, sino que asistió "presidiendo" y pronunciando la homilía, pero el celebrante principal fue el entonces Cardenal Joseph Ratzinger.
El Santo Padre no tenía mala salud, aunque habían pasado apenas 48 horas del regreso de su viaje a Ucrania. Más bien, fue un reconocimiento singular que hizo al Cardenal Ratzinger en el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal.
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El joven Joseph Ratzinger había sido ordenado sacerdote en la Catedral de Frisinga (Alemania), el 29 de junio de 1951.
"La santidad personal extendida al sacrificio supremo, la proyección misionera combinada con la preocupación constante por la unidad, la necesaria integración del carisma espiritual y el ministerio institucional", escribió San Juan Pablo II al Cardenal Ratzinger para la celebración de 2001, observando que las vidas de San Pedro y San Pablo iluminaban la vida de servicio sacerdotal del Purpurado alemán.
Al celebrar sus 50 años de sacerdocio, San Juan Pablo II le aseguró que su ministerio "ha sido un gran consuelo para mí en el esfuerzo diario de mi servicio a Cristo y a la Iglesia", destacando que San Pedro y San Pablo "han inspirado tu vida sacerdotal y tu servicio eclesial de la manera más elevada".
Y aunque ambos no lo sabían, había aún otro servicio aún más elevado esperando al Cardenal Ratzinger: el de suceder a San Juan Pablo II en el pontificado y que ocurrió en abril de 2005.
En el 2011, en su 60º aniversario, el Papa Benedicto XVI celebró la Santa Misa en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, y reflexionó sobre su largo servicio sacerdotal.
Entrevistado por Peter Sewald para su autobiografía "El último testamento", Benedicto XVI dijo que en la vejez se observa que "la vida ha tomado su forma. Se han tomado las decisiones fundamentales".
"Por otro lado, se siente más profundamente la dificultad de las preguntas de la vida, se siente el peso de la impiedad de hoy, el peso de la ausencia de fe que se adentra en la Iglesia, pero luego también se siente la grandeza de las palabras de Jesucristo, que evaden la interpretación con más frecuencia que antes", expresó.
Traducido y adaptado por David Ramos. Publicado originalmente en el National Catholic Register.