Mons. Javier Del Río Alba, el Arzobispo de Arequipa en el suroeste de Perú, invitó a que este domingo, día de Pentecostés, sea "la ocasión propicia para que nos abramos al don del Espíritu Santo que viene a saciar nuestra sed de felicidad y vida eterna".
En una columna publicada el 27 de mayo, Mons. Del Río recordó que celebramos "una de las fiestas más importantes del año litúrgico", ya que "es el fruto y el culmen del misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo".
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En Pentecostés, "al mismo tiempo que hacemos memoria del envío del Espíritu Santo a la Iglesia naciente hace casi 2.000 años, experimentamos que ese mismo evento se actualiza en el hoy histórico de la comunidad creyente", explicó.
El Arzobispo de Arequipa aseguró que "Jesús, con su vida, pasión y muerte, nos enseña el camino para llegar al cielo, y con su resurrección y el envío del Espíritu Santo nos capacita para recorrerlo".
"A lo largo de los tres años de su vida pública, Jesús fue fundando su Iglesia para que, cuando Él ya no estuviera visiblemente presente entre nosotros, continuara su misión de anunciar al mundo el amor omnipotente de Dios, lo hiciera vivencial en la liturgia y diera testimonio de él a través de obras concretas en la vida cotidiana de sus miembros", señaló.
El Prelado explicó que, como hace unos años escribió el Papa Francisco: "El Señor nos pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados".
"Esa verdadera vida y felicidad comienza en este mundo y se llama santidad", añadió Mons. Del Río.
Esa santidad "es posible", continuó el Prelado, "no por nuestras fuerzas sino por el don del Espíritu Santo que hemos recibido por el bautismo y seguimos recibiendo a través de los demás sacramentos y por otros medios".
En ese sentido, recordó que El Espíritu Santo "rejuvenece constantemente a la Iglesia y, habitando en ella y en el corazón de los cristianos, hace posible que lleve a cabo la misión que le ha sido confiada por su fundador".
"Viviendo en medio del mundo que cada vez sufre más por haberse alejado de Dios, los cristianos necesitamos ser permanentemente purificados y santificados para ser, en medio de ese mundo, un signo visible y eficaz de amor y unidad", concluyó.