Durante su segundo día de viaje apostólico a Hungría, el Papa Francisco ha mantenido un encuentro con los jóvenes en en Papp László Budapest Sportarena en el que ha hablado en respuesta al testimonio de varios de ellos.
A continuación, ofrecemos el texto completo de su intervención.
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Dicsértessék a Jézus Krisztus! [¡Alabado sea Jesucristo!]
Queridos hermanos y hermanas, quisiera decirles: köszönöm! [¡gracias!]
Gracias por la danza, el canto, sus valientes testimonios, y gracias a cada uno por estar aquí. Estoy feliz de estar con ustedes. Mons. Ferenc nos dijo que la juventud es un tiempo de grandes preguntas y grandes respuestas.
Es cierto, y es importante que haya alguien que provoque y escuche sus preguntas y que no les dé respuestas fáciles y preconfeccionadas, sino que les ayude a desafiar sin miedo la aventura de la vida en busca de grandes respuestas. Las respuestas preconfeccionadas no nos sirven, no nos ayudan. Esto, de hecho, es lo que hizo Jesús.
Bertalán, has dicho que Jesús no es un personaje de cuento ni el superhéroe de un cómic, y es verdad: Cristo es Dios en carne y hueso, el Dios vivo que se hace cercano; es el Amigo, el mejor de los amigos; es el Hermano, el mejor de los hermanos, y es muy bueno haciendo preguntas.
En el Evangelio, de hecho, Él, que es el Maestro, hace preguntas antes de dar respuestas.
Pienso en el momento en que se encuentra frente a aquella mujer adúltera a la que todos acusaban. Jesús interviene, los que la acusaban se marchan y Él se queda a solas con ella. Entonces le pregunta con dulzura: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?" (Jn 8,10). Ella responde: "Nadie, Señor" (v. 11).
Y así, al decir esto, ella comprende que Dios no quiere condenar, sino perdonar. Fijen esto en su mente: Dios nos perdona siempre.
[Al traductor] ¿Cómo se dice en húngaro "Jesús perdona siempre"? ¿Cómo se dice? [Los jóvenes lo repiten dos veces a instancias del Papa] No lo olviden.
Dios perdona siempre, ¡está dispuesto a levantarnos en cada caída! Con Él, por tanto, nunca debemos tener miedo de caminar y avanzar en la vida.
Pensemos también en María Magdalena, que en la mañana de Pascua fue la primera en ver a Jesús resucitado. Ella fue la primera. Estaba llorando junto al sepulcro vacío y Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20,15).
Y así, conmovida en lo más íntimo, María Magdalena le abre su corazón, le cuenta su angustia, le revela sus deseos y su amor.
Y veamos el primer encuentro de Jesús con los que iban a ser sus discípulos. Dos de ellos, enviados por Juan el Bautista, lo siguen. El Señor se vuelve y les hace una sola pregunta: "¿Qué quieren?" (Jn 1,38).
Yo también les hago una pregunta y cada uno la responde en su corazón. Cuando Dios hace una pregunta hagamos silencio. Mi pregunta es: ¿Qué buscas en la vida? ¿Qué buscas en el corazón? En silencio, cada uno responde dentro de sí: ¿Qué busco yo?
Y Jesús no da lecciones, sino que camina con ellos: no quiere que sus discípulos sean alumnos repitiendo una lección, sino jóvenes libres y en camino, compañeros de un Dios que escucha sus necesidades y está atento a sus sueños.
Luego, después de mucho tiempo, dos jóvenes discípulos caen tristemente en un error: piden a Jesús algo equivocado, o sea, que puedan estar a su derecha y a su izquierda cuando se convierta en rey. Querían trepar.
Pero es interesante ver que Jesús no les reprende por tal atrevimiento, no les dice: "¡Cómo se atreven, dejen de soñar esas cosas!".
No, Jesús no derriba sus sueños, sino que les corrige sobre cómo realizarlos; acepta su deseo de llegar alto, pero insiste sobre un punto, para que lo recuerden bien: uno no se hace grande pasando por encima de los demás, sino abajándose hacia los demás; no a costa de los demás, sino sirviendo a los demás (cf. Mc 10,35-45).
Quisiera repetir esto. Pido al traductor que gentilmente lo repita.
[El traductor repite en húngaro "uno no se hace grande pasando por encima de los demás, sino abajándose hacia los demás; no a costa de los demás, sino sirviendo a los demás"].
¿Han entendido?
Como ven, amigos, Jesús se alegra de que alcancemos grandes metas. No nos quiere vagos y perezosos, no nos quiere callados y tímidos; nos quiere vivos, activos, protagonistas de la historia. Y nunca desprecia nuestras expectativas, sino que, al contrario, sube la barra de nuestros deseos.
Jesús estaría de acuerdo con un proverbio de ustedes, que espero pronunciar bien: Aki mer az nyer [El que no arriesga, no gana].
Ustedes me pueden preguntar: ¿cómo se gana en la vida? Jesús nos presenta que hay dos pasos básicos, como en el deporte: primero, apuntar alto; segundo, entrenar.
Apuntar alto. ¿Tienes un talento? Seguramente lo tienes. No lo dejes de lado pensando que todo lo que necesitas para ser feliz es lo mínimo indispensable: un título, un trabajo para ganar dinero, un poco de diversión. No, pon en juego lo que tienes.
¿Tienes una cualidad particular? Invierte en ella, ¡sin miedo! ¿Sientes en tu corazón que tienes una capacidad que puede hacer mucho bien? ¿Sientes que es hermoso amar al Señor, crear una familia numerosa, ayudar a los necesitados?
Ve adelante. No pienses que sean deseos inalcanzables, ¡invierte en las grandes metas de la vida! ¡Invierte en las grandes metas de la vida!
Este es el primero: Apuntar alto.
El segundo, entrenarse. ¿Cómo? En diálogo con Jesús, que es el mejor entrenador posible. Él te escucha, te motiva, cree en ti, sabe sacar lo mejor de ti. Y siempre te invita a hacer equipo: nunca solo, sino con los demás.
Si tú quieres madurar y crecer en la vida, tienes que ir haciendo equipo. Y haciendo equipo, en la comunidad, juntos, viviendo experiencias comunes.
Pienso, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, y aprovecho para invitarlos a la próxima, que será en Portugal, en Lisboa, a principios de agosto. Hoy en día existe la gran tentación de conformarse con un celular y algunos amigos. ¡Poca cosa, por favor! Pero, aunque eso es lo que hacen muchos, aunque eso es lo que te gustaría hacer, no hace bien.
No te puedes encerrar en un grupo pequeño de amigos y encerrarte con tu celular. Esta es una cosa un poco estúpida.
También hay un elemento importante en este entrenamiento, y tú, Krisztina, nos lo has recordado al decir que, en medio de mil prisas, de tanto frenesí y velocidad, hay algo esencial que les falta hoy a los jóvenes, y también a los adultos.
Dijiste: "No nos damos tiempo para estar en silencio en medio del ruido, porque tenemos miedo a la soledad y entonces todos los días acabamos cansados". Y lo has dicho tú, Krisztina, ¡gracias!
Quisiera decirles: en esto, no tengan miedo de ir contra corriente, de encontrar cada día un tiempo de silencio para hacer un alto y rezar.
Hoy todo les dice que tienen que ser rápidos, eficientes, prácticamente perfectos, ¡como si fueran máquinas! ¡Pero nosotros no somos máquinas! Luego nos damos cuenta de que a menudo nos quedamos sin gasolina y no sabemos qué hacer.
Es muy bueno poder detenerse para volver a llenar el tanque, para recargar baterías. Pero cuidado: no para sumergirse en las propias melancolías ni para estar rumiando nuestras tristezas; ni tampoco para pensar en la persona que me hizo esto o aquello, haciendo teorías sobre cómo se comportan los demás. Esto no hace bien. Es un veneno. No hace bien.
El silencio es el terreno en el cual se pueden cultivar relaciones provechosas, porque nos permite confiarle a Jesús lo que vivimos, llevarle rostros y nombres, depositar en Él nuestras angustias, pensar en nuestros amigos y hacer una oración por ellos.
El silencio nos da la posibilidad de leer una página del Evangelio que le hable a nuestra vida; de adorar a Dios, encontrando así la paz en nuestro corazón. El silencio te permite escoger un libro que no estás obligado a leer, pero que te ayuda a leer el corazón humano; a observar la naturaleza para no estar sólo en contacto con las cosas hechas por el hombre y descubrir así la belleza que nos rodea.
Pero el silencio no es para quedarse pegado al celular y a las redes sociales. No, por favor. La vida es real, no virtual; no sucede en una pantalla, ¡sino en el mundo! Por favor ¡no virtualizar la vida! Lo repito: ¡no virtualizar la vida que es concreta! ¿Han entendido?
El silencio, pues, es la puerta de la oración, y la oración es la puerta del amor.
Dora, quisiera darte las gracias porque has hablado de la fe como de una historia de amor -es hermoso esto, es tu experiencia-, en la que cada día te enfrentas a las dificultades de la adolescencia, pero sabes que hay Alguien contigo, Alguien para ti, y que ese Alguien, Jesús, no tiene miedo de superar contigo cada obstáculo que encuentres.
La oración ayuda a realizar esto, porque es un diálogo con Jesús, como la Misa es un encuentro con Él y la Confesión el abrazo que recibes de Él.
Me viene a la mente vuestro gran músico Ferenc Liszt. Durante la limpieza de su piano, se encontraron unas cuentas del Rosario que tal vez, al romperse, habían caído en el instrumento.
Es una pista que nos hace pensar cómo, antes de una composición o de una interpretación, quizá incluso después de un momento de diversión con el piano, era habitual para él rezar: hablaba al Señor y a la Virgen de lo que amaba y ponía su arte y sus talentos en oración.
Rezar no es aburrido. Somos nosotros los que lo hacemos aburrido. Rezar es un encuentro con el Señor.
Cuando recen, no tengan miedo de llevar a Jesús todo lo que pasa en su mundo interior: los afectos, los miedos, los problemas, las expectativas, los recuerdos, las esperanzas. Todo, incluso los pecados. El Señor lo entiende todo. La oración es diálogo, es vida.
Bertalán- ¡eres bueno, tú!- hoy no has tenido vergüenza de contarnos a todos sobre la angustia que a veces te paraliza y las luchas para acercarte a la fe. Qué hermoso cuando se tiene la valentía de ser auténticos, que no significa mostrar que nunca se tiene miedo, sino abrirse y compartir las fragilidades con el Señor y con los demás, sin esconderse, sin disimular, sin usar máscaras. Gracias por tu testimonio, Bertalán.
El Señor, como nos dice el Evangelio en cada página, no hace grandes cosas con personas extraordinarias, sino con personas auténticas, como cada uno de nosotros. En cambio, quienes confían en sus propias capacidades y viven de las apariencias para quedar bien, alejan a Dios de su corazón.
Jesús con sus preguntas, con su amor, con su Espíritu, escarba en nosotros para hacernos personas auténticas. Y hoy existe una gran necesidad de personas auténticas. ¡Tanto!
¿Saben cuál es el peligro de hoy? Ser una persona fingida. ¡Sean personas verdaderas! Puede que me avergüence porque mi realidad no es buena. Hablen con el Señor, que nos quiere como somos ahora. Vayan con valentía. Vayan adelante.
A este respecto, nos ha impresionado lo que has dicho, Tódor, empezando por tu nombre, que llevas en honor del beato Teodoro, un gran confesor de la fe que nos llama a no vivir a medias.
Has querido "hacer sonar el despertador", al decir que el celo por la misión está anestesiado por el hecho de que vivimos en la seguridad y la comodidad, mientras que a pocos kilómetros de aquí la guerra y el sufrimiento están a la orden del día.
He aquí, pues, la invitación: tomar la vida en nuestras manos para ayudar al mundo a vivir en paz. Preguntémonos, cada uno de nosotros y dejemos que nos incomode: ¿Qué hago yo por los demás, por la Iglesia, por la sociedad? ¿Vivo pensando en mi propio bien o me arriesgo por alguien, sin calcular mis propios intereses? Preguntémonos por nuestra gratuidad, por nuestra capacidad de amar según Jesús, es decir, de servir.
Estoy terminando, no se preocupen, no se aburran.
Queridos amigos, hay una última cosa que quisiera compartir con ustedes, una página del Evangelio que resume lo que hemos estado diciendo. Hace un año y medio estuve aquí para el Congreso Eucarístico.
En el Evangelio de Juan, en el capítulo seis, hay una hermosa página eucarística que tiene como centro a un joven. Habla de un muchacho que estaba entre la multitud escuchando a Jesús. Probablemente sabía que el encuentro iba a durar bastante y había sido previsor: había traído consigo su almuerzo. ¿Ustedes han traído un bocadillo? Este joven había traído el almuerzo.
Jesús siente compasión por la multitud y quiere darle de comer; así que, a su estilo, hace preguntas a los discípulos para abrir paso a sus capacidades. Le pregunta a uno de ellos cómo hacerlo y éste le da una respuesta "contable": "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan" (Jn 6,7), como dando a entender que era matemáticamente imposible.
Otro, mientras tanto, ve a aquel muchacho y hace una observación, pero de nuevo pesimista: "Aquí hay un joven que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?" (v. 9). En cambio, para Jesús con esos cinco panes y dos peces le basta. Son más que suficientes para realizar el famoso milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Cada uno, con sus pequeñas cosas que tienen, las dejan en manos de Jesús y esto es suficiente.
Sin embargo, el Evangelio no cuenta un detalle y lo deja a nuestra imaginación: ¿Cómo convencieron los discípulos a aquel muchacho para que diera todo lo que tenía? Tal vez le hayan pedido que compartiera su almuerzo y él habrá mirado a su alrededor, notando que había miles de personas.
Y quizás, como ellos, habrá respondido diciendo: "No es suficiente, ¿por qué me lo piden a mí y no se ocupan ustedes, que son los discípulos de Jesús? ¿Quién soy yo?". Entonces, tal vez, le habrán dicho que era el mismo Jesús quien se lo pedía.
Y el joven hace una cosa extraordinaria: se fía. Ese joven que tenía el almuerzo para sí, se fía, lo da todo, no se guarda nada para sí. Había venido para recibir de Jesús y se encuentra dándole a Jesús. Así es como se produce el milagro. Viene del compartir: la multiplicación realizada por Jesús comienza cuando aquel muchacho comparte con Él y para los demás.
Lo poco que tenía aquel joven, en manos de Jesús, se convierte en mucho. Es ahí a donde conduce la fe: a la libertad de dar, al entusiasmo de entregarse, a superar los miedos, a arriesgar.
Amigos, termino con esto: cada uno de ustedes es valioso para Jesús, ¡y también para mí! Recuerden que nadie puede ocupar su lugar en la historia de la Iglesia y del mundo; nadie puede hacer lo que sólo ustedes pueden hacer.
Así que ayudémonos mutuamente a creer que somos amados y valiosos, que estamos hechos para cosas grandes.
Recemos por ello y animémonos mutuamente. Y no se olviden tampoco de ayudarme con sus oraciones.
Köszönöm! [¡Gracias!]