El Papa Francisco presidió este 17 de marzo la celebración penitencial 24 horas para el Señor, en la que llamó nuevamente a confiar en la misericordia de Dios, acercándose a Él con la humildad del publicano y no con la soberbia del fariseo.
Este año la celebración tuvo lugar en la parroquia Santa Maria delle Grazie al Trionfale de Roma (Italia), y no en la Basílica de San Pedro, donde se desarrolló en años anteriores.
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24 horas para el Señor nació en 2014 por iniciativa del Papa Francisco, para que los fieles de todo el mundo se acerquen al sacramento de la Confesión durante el tiempo litúrgico de Cuaresma.
La invitación también anima a las diócesis a dedicar algunas de las iglesias para que durante 24 horas faciliten a los fieles el acceso a este sacramento.
Durante su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre la parábola del fariseo y del publicano, en el que el primero reza erguido en el templo, orgulloso de sí mismo y mostrándose triunfante, mientras que el segundo se mantiene lejos, avergonzado de su comportamiento.
El Santo Padre señaló que en esa distancia, el publicano "manifiesta su ser pecador respecto a la santidad de Dios", lo que "le permite experimentar el abrazo que bendice y misericordioso del Padre".
En ese sentido, advirtió del peligro de caer en la actitud del fariseo, quien "presume de ser justo y mejor que los demás", complaciéndose en salvar las apariencias.
"Hermanos y hermanas, hagamos hoy un examen de conciencia, porque tanto el fariseo como el publicano habitan en nuestro interior", señaló el Papa Francisco.
En ese sentido, llamó a no esconderse "detrás de la hipocresía de las apariencias", sino confiar sus oscuridades y errores a la misericordia del Señor, también "las miserias que por vergüenza no somos capaces de compartir, pero con Dios se tienen que mostrar".
El Pontífice explicó que "cuando nos confesamos nos ponemos en el fondo, como el publicano, para reconocer también nosotros la distancia que nos separa entre lo que Dios ha soñado para nuestra vida y lo que realmente somos cada día".
"En ese momento el Señor se acerca, acorta las distancias y vuelve a levantarnos; en ese momento, mientras nos reconocemos desnudos, Él nos viste con el traje de fiesta. Y esto es, y debe ser, el sacramento de la reconciliación: un encuentro festivo" y "no un tribunal humano al que tenemos miedo, sino un abrazo divino con el que somos consolados", señaló.
En ese sentido, el Santo Padre pidió a los sacerdotes perdonar "sin poner el dedo demasiado en la conciencia", recibiendo los pecados "como Jesús, con la caricia de su mirada, con el silencio de su comprensión".
"Por favor, el sacramento de la Confesión no es para torturar, sino es para dar paz. Perdonen todo, como Dios les perdonará todo a ustedes", expresó.
Luego de la homilía, el Papa Francisco y varios sacerdotes impartieron a los fieles el sacramento de la Reconciliación, mientras se llevaba a cabo la adoración Eucarística que incluyó la recitación de salmos en los que se pide la misericordia de Dios.
Culminada la ceremonia, el Santo Padre se retiró de la iglesia en su silla de ruedas, mientras recibía el saludo de sacerdotes y fieles.