En el pontificado del Beato Pío IX (1846-1878), cuya fiesta se celebra cada 7 de febrero, las ideologías e intereses político-militares en Europa hicieron que el Papa viviera una época de cambios radicales que lo obligaron incluso a escapar de Roma para salvar su vida.
Las ideas anticlericales, liberales y que consideraban a las regiones de Italia como una sola nación cobraban más fuerza.
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En el Piamonte (al norte), por ejemplo, se suprimieron monasterios, las órdenes religiosas fueron expulsadas y varios obispos fueron arrestados. En otros gobiernos europeos los concordatos (acuerdos con el papado) fueron abolidos.
En 1848, el Papa nombró como primer ministro de los Estados Pontificios al laico y economista Pellegrino Rossi, quien fue asesinado. Además, los revolucionarios realizaron disparos contra el entonces Palacio Papal del Quirinal en Roma, matando al secretario personal del Papa.
Pío IX decidió huir disfrazado y se fue hasta Gaeta, al sur de Roma. Retornó en 1850 con ayuda de algunos príncipes católicos e intervención francesa. No obstante, perdió los Estados Pontificios y su autonomía y libertad se vieron amenazadas, por lo que se proclamó "prisionero".
Durante su misión al servicio de la Iglesia, convocó al Concilio Vaticano I, en el que se buscó defender la fe y contrarrestar los errores del racionalismo, el materialismo y los ateísmos modernos.
De acuerdo a Vatican News, sitio web oficial de noticias del Vaticano, el hoy beato solía rezar la siguiente oración "contra el error":
Dulcísimo Jesús, nuestro Divino Maestro,
Tú que siempre hiciste vanas las infames artimañas de los fariseos
con las que a menudo te asaltaban,
destruye las tramas de los malvados y de todos aquellos que
en la mezquindad de sus almas buscan seducir
y abrumar a Tu pueblo con sus falsas sutilezas.
Ilumínanos a todos, tus discípulos, con la luz de tu gracia,
para que no nos corrompamos con la astucia de los sabios de este mundo.
Sabios que esparcen por todas partes sus errores, sus malvados sofismas;
para arrastrarnos también a nosotros a su abismo.
Concédenos la luz de la fe tan fuerte
como para desenmascarar las trampas de los malvados,
para creer firmemente en los dogmas de tu Iglesia,
y para rechazar con constancia las máximas engañosas.